Los padres con tripita somos más sexys. Y hasta podríamos ser más sanos que algunos especímenes del género masculino que, en lugar de usar la tableta de chocolate para sobornar al vástago, la llevan puesta. Así lo viene afirmando internet en los últimos tiempos y de un modo tan insistente que ya existe una página en Instagram para los tripapitos o fofisanos. Todo comenzó cuando la estudiante de la Universidad de Clemson, Mackenzie Pearson, escribió un artículo para la revista Oddisey en el cual aseguraba que las mujeres jóvenes los prefieren saludables, sí, pero también rellenitos. Fue en ese momento cuando nació dadbod (abreviación de daddy body, o cuerpo de padre, lo que en España hemos bautizado como fofisano). Pero más allá de tendencias sociales, ¿qué dice la ciencia de los fofisanos? En el campo de la Antropología, un trabajo de la Universidad Central Lancashire suscribe el gusto de las mujeres por los “tripapitos”, basándose en que ellas los prefieren menos modelitos si son capaces de mantener la economía hogareña. Esta capacidad, unida al ser más atractivos, de acuerdo con las conclusiones del estudio, los convierte en alguien con muchas opciones fuera de casa. Y ellas no quieren eso.
Al mismo tiempo, una encuesta realizada por la empresa de indumentaria masculina Jacamo señala que el 72% de las mujeres también los buscan menos deportivos, por decirlo de algún modo. Esto tiene que ver con que el 50% de las féminas alguna vez han dicho que no al sexo por sentirse gordas.
Un aumento de la grasa buena en el cuerpo permite ganar más músculo al entrenar
Finalmente, también hay investigaciones médicas que, independientemente de las preferencias femeninas, apoyarían la elección de los hombres con tripita. De acuerdo con una investigación realizada en la Universidad de Washington, un poco más de grasa ayuda al cerebro a funcionar adecuadamente y ralentiza los signos de envejecimiento.
En nutrición cada vez caen más dogmas
¿Cuál es la clave? José María Ordovás, profesor de Nutrición y Genética, y director científico del Instituto Madrileño de Estudios Avanzados en Alimentación (IMDEA), destaca que, así como “el colesterol saltó a la fama con la maldición de ser el responsable máximo de las enfermedades cardiovasculares y hoy hablamos del colesterol ‘bueno’ y del colesterol ‘malo’, la grasa corporal viene en dos ‘colores’. La menos buena, o grasa blanca, que sirve de almacén de energía; y la buena, que es la grasa marrón (o parda) y consume energía.” Lo más interesante de esto es que las células grasas blancas pueden transformarse en pardas, y viceversa, según un estudio realizado en ratones por el Instituto de Alimentación, Nutrición y Salud de Zúrich (Suiza). Para Ordovás esto es fundamental, ya que, así como “no estamos predeterminados genéticamente a ser obesos, nuestras células grasas blancas no parecen estar exclusiva y únicamente dedicadas a almacenar energía, sino que podrían cambiar y convertirse en consumidoras de energía.”
Con esto comienza a resquebrajarse el perfil que relaciona lo delgado con lo sano. Y es solo el comienzo. Un estudio publicado en el European Heart Journal, bajo el curioso titulo de El intrigante fenotipo obeso pero metabólicamente sano, habla positivamente de cierto tipo de obesidad. Los investigadores, entre los que se cuenta el español Francisco B. Ortega, de la Universidad de Granada, examinaron información obtenida de 43.265 pacientes entre 1979 y 2003. Los voluntarios se sometieron a análisis de sangre, pruebas físicas y completaron una ficha que reflejaba sus costumbres de alimento y ejercicio.
Los expertos categorizaron como obesos metabólicamente sanos a aquellos que, más allá de su peso, no tenían resistencia a la insulina, diabetes, niveles bajos del colesterol bueno, un número alto de triglicéridos ni presión elevada. Casi la mitad de los voluntarios se encontraban en este grupo. Las conclusiones de la investigación destacan que los “obesos sanos”, tenían un 38% menos de riesgo de una muerte temprana por cualquier causa médica que los del otro grupo y, de hecho, su índice de riesgo era equivalente al de las personas con un peso normal.
Olvida aquello de delgado=sano
De acuerdo con Timothy Church, uno de los autores del trabajo: “Estar metabólicamente sano es un factor de extrema importancia, y la capacidad física, independientemente del peso, es un elemento que anticipa los riesgos que puede tener la persona”. En consonancia con los parámetros que manejan los expertos, un metabolismo sano es el de aquel que camina al menos 30 minutos diarios cinco días a la semana.
Muchas personas que hacen dieta no hacen ejercicio para bajar esos kilos de más. Técnicamente, alcanzan un peso saludable, “pero su nivel físico no es bueno”, explica Church. “Por fuera parecen delgados, pero aún llevan mucha grasa visceral (la dañina) y no tienen suficiente músculo.”
Reducir la ingesta de grasa afecta a la producción de testosterona en un 12%
El estudio concuerda con otras investigaciones, como una realizada por la Sociedad Europea de Cardiología y basada en 14 años de información médica. Los resultados obtenidos muestran que más importante que la cantidad de grasa es dónde se acumula esta. En el caso de los hombres, la zona más peligrosa es alrededor de la tripa. Cuando se acumula allí, el riesgo de una muerte temprana se duplica. Pero para evitar los sitios predilectos de acumulación, poco o nada se puede hacer. Todo tiene una base genética y genérica: las mujeres tienden a acumular grasa bajo la piel, mientras que el sexo masculino lo hace en capas más profundas.
Combatir la obesidad con grasa
De este modo, los especialistas reconocen que un poco de tripa no siempre está relacionado con una salud paupérrima. Y también viceversa: la ausencia de grasa no es síntoma de bienestar interno. Un trabajo realizado por el Consejo de Investigación Médica de Reino Unido analizó la genética de 75.000 personas y encontraron que las personas delgadas con una variante genética determinada tienen un riesgo mayor de padecer diabetes de tipo 2 y enfermedades coronarias. A pesar de su bajo índice de grasa. Y aquí yace uno de los paradigmas de la actualidad, según Ruth Loos, directora de este estudio. “Nuestros hallazgos”, afirma Loos, “subrayan la importancia de redefinir la comprensión actual de la relación entre nuestro peso, la grasa corporal y enfermedades. Muchos que asumen que por estar delgados están exentos de realizarse análisis de sangre pueden tener altos niveles de colesterol y sufrir un ataque al corazón o daño en diferentes órganos provocados por la diabetes. Y nunca se enteraron de que formaban parte de un grupo de riesgo”.
Es necesario, entonces, matizar nuestros conocimientos. No se trata tanto de la cantidad como de la ubicación, y la culpable no es cualquier grasa, sino un tipo específico.
Y en eso la ciencia puede ayudar para no renunciar a la etiqueta de tripapito y estar sano. El biólogo Shingo Kajimura, de la Universidad de San Francisco, California, asegura que está muy cerca de “desarrollar células grasas para combatir la obesidad. Estamos aprendiendo a convertir la grasa blanca en parda”. Cuando nacemos contamos con una buena cantidad de grasa parda que usamos para mantener la temperatura corporal. Pero al crecer la vamos perdiendo. O eso se pensaba. Kajimura analizó genéticamente este tipo de grasa en dos adultos y descubrió que se trata de un tipo distinto de lípido: uno de color beis que se oculta dentro de la grasa blanca y la cambia de color cuando nos enfrentamos a una situación estresante. La intención de Kajimura es crear un fármaco que funcione del mismo modo que esta grasa y así combatir la obesidad con sus propias armas.
La conclusión es que se puede ser fofisano, es posible ir por la vida luciendo una tripa que antaño habría sido mal vista por oronda. Siempre y cuando se lleve una vida físicamente activa. La acumulación de michelines ya no es sinónimo de una mala calidad de vida.
Pero esto, al contrario de lo que circula por ahí, no significa una plena garantía de alcanzar un sex-appeal irresistible. Ni siquiera por lástima o empatía. Creedme, lo he probado.