En la mochila de Daedalus Mark 1, el último modelo de traje volador autopropulsado, además de turbinas y un depósito de queroseno va empaquetado ese sueño que no hace falta ser antropólogo para pensar que acompañó a la humanidad desde que el primer Sapiens se fijó en un pato, en un ganso, en un flamenco, en una mosca… Nacimos sin alas los humanos y con los pies pegados a la tierra, anudados a esa fuerza que numeró Newton y que tira desde un inexplorado núcleo en llamas: la gravedad no puede ser más celosa. Tenemos poco fuelle para liberarnos, no basta un salto.
Un hombre de ciencia, fisiólogo, matemático y físico, el napolitano Giovanni Alfonso Borelli, fue quien describió por primera vez la anatomía de los pájaros y comprobó que sus músculos pectorales alcanzan una sexta parte de su peso, mientras que los de los humanos no llegan a la centésima. Después de Borelli, a finales del siglo XVII, cualquiera que supiera un poquito de anatomía podía entender que los hombres nunca llegarían a volar agitando los brazos, así que la mochila de Daedalus, el traje autopropulsado que recorre Europa de exhibición en exhibición, hace las veces de pecho potente, el que nos permite elevarnos sin alas y vencer la gravedad sin agotarnos.
Los primeros seis segundos
“Empecé colocándome una turbina de gas en cada brazo. Hacíamos prácticas en los campos de las afueras de Londres. Vimos que la potencia que producían podría ser realmente eficaz. De dos turbinas de gas, pasamos a cuatro, dos en cada brazo y dos en cada pierna, y el asunto empezaba a mejorar. Era muy inestable, pero nos mantenía en el aire. Lo primero que logramos realmente interesante fueron seis segundos de vuelo continuado, a apenas dos palmos elevados del suelo”. Lo cuenta Richard Browning en las charlas TED de las que es un habitual. Browning es un ingeniero y exmilitar británico, también corredor de ultramaratones. Ha desarrollado Daedalus Mark 1, un traje volador al más puro estilo Iron Man, y ha creado Gravity Industries, la empresa que lo sostiene. “Nos metimos en esto por el puro deseo de asumir un desafío que en gran parte se pensaba que era imposible”.
Imitar a los superhéroes
Las primeras versiones del traje que ha desarrollado, además de darle varios revolcones de riesgo, se cargaban las piedras. “Entre los primeros problemas que nos encontramos al diseñarlo estaba que los motores están muy cerca del suelo, y eso hacía muy destructivo el empuje de escape”, dice Browning. El chorro de aire que producía el motor “hacía añicos el hormigón”.
La tecnología que explora Gravity Industries empezó a desarrollarse en el mundo de la ficción, como tantas cosas, y quizá la primera vez apareció en The Skylark of Space, novela publicada en los años 50. Su autor, E. E. Smith, “fue el primer gran clásico de la ciencia ficción americana en revistas y el precursor de toda la ciencia ficción de origen norteamericano que desde entonces ha dominado la literatura mundial en ese campo”, dijo de él Isaac Asimov. El caso es que Smith escribía culebrones amorosos con la ciencia ficción como marco, y en The Skylark of Space (que no pase desapercibido que la traducción es ‘alondra de los cielos’) un científico crea una mochila cohete que elevaba a Skylark para poner freno a un villano legendario, el doctor Vulcano.
La tecnología que Iron Man hizo más popular que nadie, se empezó a desarrollar en la realidad más o menos al mismo tiempo que en los primeros cómics. En 1949 el Ejército de los EEUU encargó al Ordnance Rocket Center un ingenio que pudiera propulsar a un único soldado. Buscaban un ‘autovolador’ barato y versatil, útil para sobrevolar campos de minas, superar alambradas de púas, cruzar pantanos sin usar un puente…
Los primeros artefactos apenas se mantenían en el aire unos segundos, pero empezaron a hacerse demostraciones públicas, y la prensa recogía sus éxitos con entusiasmo. En 1958 el jump belt (cinturón para saltar) que se exhibió en Fort Benning (Georgía, EEUU), según los periódicos “te hace sentir como un pájaro”, aunque apenas lograba elevar a un hombre del suelo. En el transcurso de la siguiente década, el cinturón de cohetes de Bell Aerosystems hizo varias mejoras en el tiempo de vuelo, alcanzando velocidades de hasta 16 km/h. Pero el Ejército decidió que no se ajustaba a los parámetros de diseño, y pronto EEUU dejó de pensar en los trajes voladores.
En Europa, durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania tenía entre sus secretos al Himmelstürmer (‘tormenta celeste’), un mecanismo que conseguiría el vuelo individualizado de soldados. Incluía un propulsor a la espalda y otro en el pecho y, regulando ambos al mismo tiempo, se lograban ‘saltos’ calculados de hasta 60 metros. Al finalizar la guerra también fue abandonado, hasta que se coló en los sueños de un niño británico, hijo de un piloto militar, que jugaba con su padre a lanzar planeadores desde las colinas cercanas a su casa.
Batir rércords cada año
En 2017, con su traje dotado de microturbinas, Richard Browning logró sobrevolar las aguas de Lagoona Park, en la localidad de Reading, a unos muy respetables 51,53 km/h. La prueba le ha valido el récord Guinness de velocidad con traje de vuelo, y Daedalus Mark 1 captó la atención del mundo. Mantuvo a su piloto a más de tres metros y medio del suelo, desplazándose como si le sujetara la cuerda de una tirolina, cuatro intensos minutos, suficientes para recorrer los cien metros del lago.
Las mejoras continuaron y recientemente, en el Festival Aéreo de Bournemouth, en 2018, el director de entrenamiento de vuelo de Gravity Industries, el doctor Angelo Grubisic, rompió el récord de velocidad con el traje del año anterior al volar a 74 km/h, por lo que consiguió un nuevo récord Guinness.Richard Browning también sobrevoló en Bounemouth la distancia más larga recorrida hasta ahora, 1,4 km.
Hoy, Daedalus Mark 1 reúne grandes avances. En los brazos del piloto van cinco microturbinas alimentadas por queroseno con un impulso de 22 kilos cada una. Y nada más: vuela sin ningún tipo de accesorio más allá de un traje protector, casco y las turbinas que lleva pegadas.
Y Browning, desde Gravity Industries, ahora vende versiones de su traje y planea comenzar una liga de carreras por Europa el próximo año. Asegura que está trabajando para bajarle el precio, que ahora, está en 380.000 euros, y así encontrar suficientes buscadores de emociones para llenar la liga de competidores con ganas de probar si es verdad que uno se siente un pájaro.
Redacción QUO