Las centrales nucleares, los aceleradores de partículas, las bombas nucleares, algunos fenómenos atmosféricos y el nacimiento, la muerte y la colisión de las estrellas producen estas partículas subatómicas. Pero los científicos piensan que la mayor parte de los neutrinos que pululan por el universo comenzaron a surcar el cosmos unos 15.000 millones de años después del Big Bang.
Estas partículas sin carga eléctrica apenas interactúan con la materia, por lo que detectar sus lugares de procedencia es un reto mayúsculo para los investigadores; de hecho, solo se han relacionado con un objeto astronómico tres veces: con un agujero negro supermasivo situado a 4.000 millones de años luz, con una supernova y con el Sol. El interés de los astrónomos por los neutrinos no deja de aumentar porque se supone que son las únicas partículas de alta energía que pueden aportarles información sobre qué sucede en los confines del universo, dónde nacieron, así como acerca de las condiciones en el interior de los eventos cósmicos más cataclísmicos.
Los investigadores entran en contacto con ellos a través de detectores como el que aparece en la fotografía. La instalación comenzará a funcionar en el CERN para estudiar la naturaleza fundamental de una de las partículas más omnipresentes, y más esquivas, con las que se ha topado la ciencia.