En el principio, la vida era pequeña. Durante miles de millones de años, toda la vida en nuestro planeta fue microscópica: estaba compuesta principalmente de células individuales. Entonces, de pronto, hace unos 570 millones de años, los organismos complejos que incluían animales con cuerpos blandos y esponjosos de hasta un metro de largo, cobraron vida. Y durante 15 millones de años, la vida en este tamaño y complejidad solo existió en aguas profundas.
Durante mucho tiempo, los científicos han cuestionado por qué estos organismos surgieron en las profundidades del océano, donde la luz y los alimentos son escasos, en un momento en que el oxígeno en la atmósfera terrestre era particularmente escaso.
Ahora, un nuevo estudio de la Universidad de Stanford, publicado en Proceedings of the Royal Society B, sugiere que las temperaturas más estables de las profundidades del océano permitieron que las formas de vida en crecimiento hicieran un mejor uso de los limitados suministros de oxígeno.
Todo esto es importante porque comprender los orígenes de estas criaturas marinas del período Ediacárico permite descubrir los vínculos faltantes en la evolución de la vida, e incluso de nuestra propia especie.
“No se puede tener una vida inteligente sin una vida compleja – explica Tom Boag, líder del estudio – . Obtener datos de la fisiología, tratar a los organismos como seres vivos, explicar cómo pudieron pasar un día o un ciclo reproductivo no es una forma habitual en la que la mayoría de los paleontólogos y geoquímicos estudiamos la vida primigenia”.
Anteriormente, los científicos habían teorizado que los animales tienen una temperatura óptima a la que pueden prosperar con la menor cantidad de oxígeno disponible. Según esta teoría, los requerimientos de oxígeno son más altos a temperaturas más frías. Para probar esa teoría en un animal que recuerda a aquellos que florecieron en las profundidades oceánicas del período Ediacárico, el equipo de Boag midió las necesidades de oxígeno de las anémonas marinas, cuyos cuerpos gelatinosos y su capacidad para respirar a través de la piel imitan la biología de los fósiles recolectados en los océanos Ediacáricos.
Lo que carecía de oxígeno utilizable, aquel profundo océano lo compensaba con estabilidad. En las aguas poco profundas, el paso del sol y las estaciones pueden generar oscilaciones salvajes en la temperatura de hasta 10 grados centígrados, en comparación con variaciones estacionales de menos de 1 grado centígrado a profundidades inferiores a un kilómetro.
El equipo de Stanford, propone que la necesidad de un refugio de tal cambio, pudo haber determinado dónde podrían haber evolucionar los animales más grandes.
“El único lugar donde las temperaturas eran consistentes era en las profundidades del océano – concluye Boag –. En un mundo de oxígeno limitado, la nueva vida en evolución tenía que ser lo más eficiente posible y eso solo podía lograrse en las profundidades relativamente estables. Es por eso que los animales más grandes aparecieron allí”.