La muerte celular en el interior del cerebro generalmente se considera un proceso rápido e irreversible. Carente de oxígeno y de suministro de sangre, la actividad eléctrica del cerebro y los signos de conciencia desaparecen en segundos, mientras que las reservas de energía se agotan en minutos. A partir de ese momento se producen una sucesión de lesiones a nivel molecular que conducen a una degeneración irreversible.
Sin embargo, un grupo de investigadores liderados por Nenad Sestan, observaron que las pequeñas muestras de tejido con las que trabajaban, mostraban signos de viabilidad celular de manera rutinaria, incluso cuando el tejido se recolectaba varias horas después de la muerte.
Intrigados por estos hallazgos, utilizaron el cerebro de cerdos procesados para la producción de alimentos, para estudiar hasta dónde podía llegar esta viabilidad postmortem en el cerebro. Cuatro horas después de la muerte del animal hicieron circular una solución formulada para preservar el tejido cerebral (utilizando un sistema propio bautizado BrainEx) por el sistema vascular del cerebro del cerdo.
Los resultados, publicados en Nature, mostraron que con este tratamiento se preservaba la integridad de las células neuronales y se restauraba cierta funcionalidad de las células neuronales, gliales y vasculares.
El hallazgo desafía las suposiciones de larga data sobre el momento y la naturaleza irreversible del cese de algunas funciones cerebrales después de la muerte.
“El cerebro intacto de un mamífero grande conserva una capacidad previamente subestimada para el restablecimiento de la circulación y ciertas actividades moleculares varias horas después de la muerte – explica Sestan en un comunicado –. Sin embargo en ningún momento observamos el tipo de actividad eléctrica organizada asociada con la percepción o la conciencia. Clínicamente no es un cerebro vivo, pero celularmente es un cerebro activo”.
El nuevo sistema puede ayudar a resolver un problema desconcertante: la incapacidad de aplicar ciertas técnicas para estudiar la estructura y la función del cerebro de los mamíferos, lo que dificulta la investigación rigurosa de temas como las raíces de los trastornos cerebrales y la conectividad neuronal.
Los autores del estudio señalan que no está claro si este enfoque se puede aplicar a un cerebro humano recientemente fallecido. La solución química utilizada carece de muchos de los componentes que se encuentran de forma natural en nuestra sangre o en el sistema inmunológico. Sin embargo destacan que cualquier estudio futuro que incluya tejido humano o la posible reactivación de la actividad eléctrica global en tejido animal postmortem, debe realizarse bajo una estricta supervisión ética.