Cinco años atrás, la Fundación de Preservación del Cerebro (BPF) lanzó un desafío a los neurocientíficos de todo el mundo: preservar un cerebro de ratón (o uno de algún mamífero de igual tamaño) para conservarlo a largo plazo extrema. Una de las condiciones era que todas las neuronas y sinapsis debían permanecer intactas y visibles en un microscopio especial de electrones.
Ahora la BPF ha anunciado que un proyecto realizado por 21st Century Medicine y dirigido por Robert McIntyre, recién graduado del MIT, ha ganado el premio.
La idea clásica de la criogenia, es congelar a largo plazo a una persona que se encuentra en fase terminal para que, cuando la tecnología evolucione, pueda ser potencialmente curada.
Hasta ahora, los científicos han estado tratando de lograr este tipo de «viaje en el tiempo de la medicina» usando la vitrificación. Esta técnica utiliza altas concentraciones de crioprotectores que evitan la formación de cristales de hielo durante el proceso de congelación, ya que esos cristales destruyen las células.
Para evitar esto, el proyecto presentado por McIntyre se concentró en preservar las neuronas y sus conexiones sinápticas, en lugar de ir a por el cerebro entero. De este modo, los recuerdos y la identidad de una persona se almacenan de forma segura. La esperanza es que algún día podamos encontrar un sistema para cargar la información y los recuerdos almacenados dentro de un cerebro intacto.
«Sabemos que se puede almacenar durante siglos y no sufrir daños – explica McIntyre – ¿Qué pasaría si en unos años la tecnología actual fuera un millón de veces más rápido. No es absurdo pensarlo”. El grupo de 21st Century Medicine utiliza una combinación de fijación química ultrarrápida y almacenamiento criogénico para preservar el cerebro. Esta es la primera demostración de que es posible la preservación estructural y funcional a largo plazo de un cerebro de mamífero.
Esta investigación ofrece un desafío para que los investigadores médicos desarrollen un procedimiento quirúrgico humano basado en experimentos exitosos con animales. También constituye una oportunidad para que los científicos utilicen la técnica para estudiar cómo funciona el cerebro de un modo mucho más detallado y comprender mejor el engranaje de ciertas enfermedades. A esto se le une la posibilidad de hacer ingeniería inversa para concebir una inteligencia artificial más avanzada.
Juan Scaliter
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