La atmósfera terrestre es un potente escudo contra los meteoros. La mayoría explotan en el aire antes de alcanzar la superficie de la Tierra.
Si son como un grano de arena, veremos una estrella fugaz e incluso pediremos un deseo. Si su tamaño es mayor, veremos en el cielo una bola de fuego, y probablemente nos inquiete. Y, si es de un tamaño mucho mayor, como un autobús, y estalla en el cielo, entonces sí que deberíamos preocuparnos.
Para que un meteoro provoque una bola de fuego, la rocadebe tener por lo menos el tamaño de una aceituna o una nuez. Asimismo, cuanto más grande sea y más rápido se mueva, más brillante será la bola de fuego.
Los científicos sabían que los meteoroides (cuerpos de entre 100 micrómetros y 50 metros de diámetro) a menudo explotan antes de que alcanzaran la superficie de la Tierra, pero no sabían por qué.
Para llegar a una respuesta, un equipo liderado por Jay Melosh analizó el evento de Chelyabinsk.
El 15 de febrero de 2013, un meteoroide de unos 20 metros de diámetro explotó sobre Chelyabinsk, Rusia. El cuerpo liberó una energía de 500 kilotones, treinta veces superior a la bomba nuclear de Hiroshima. La explosión se produjo a unos 29.000 metros de altura. Pese a que la masa del objeto era superior a las 10.000 toneladas, el fragmento más grande que se recuperó era de 650 kilos.
El equipo de Melosh utilizó un programa informático específico que permite incorporar a la ecuación tanto el material sólido que formaba el objeto como los fluidos a su alrededor.
“Habíamos estado buscando algo así por mucho tiempo – explica Melosh en un comunicado –. La mayoría de los programas que usamos para simular impactos pueden tolerar múltiples materiales, pero luego realizan un promedio. En este caso pudimos tener en cuenta todos los materiales diferentes y llevarlos a un cálculo más eficaz”.
Gracias a esta simulación, los investigadores pudieron introducir aire en el meteoroide y dejarlo filtrarse, lo que redujo significativamente su fuerza. La conclusión, publicada en Meteoritics & Planetary Science, es que nuestra atmósfera es un mejor escudo contra los meteoroides de lo que pensaban los investigadores.
Cuando un objeto se precipita hacia la Tierra, el aire a alta presión que se encuentra frente a él se filtra en sus poros y grietas, separando el cuerpo del meteorito y haciendo que explote.
Si bien este mecanismo puede protegernos de los meteoroides pequeños, es probable que a los grandes no les afecte. Los meteoritos de hierro son mucho más densos, e incluso los relativamente pequeños tienden a alcanzar la superficie.
https://quo.eldiario.es/ciencia/q2103675612/meteorito-peligroso-explosion-antartida/
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