Caminan a través de la selva. A sus espaldas cargan varios monos que acaban de capturar y de cuyas heridas aún mana la sangre. Cualquier corte abierto en la piel, en las manos de estos cazadores cameruneses, podría facilitar un intercambio de fluidos entre las dos especies. Ya ha sucedido otras veces. Una cepa de virus del primate podría saltar al cazador, extenderse al resto de habitantes de su aldea y de ahí a una gran población, quizá al resto del mundo. Ébola, VIH, SARS…, todas han llegado hasta nosotros por un proceso parecido.
Pero estos cazadores han tomado precauciones. Saben del peligro y no solo lo evitan, sino que llevan unos filtros con los que toman muestras de sangre de cada animal capturado. Su caza tiene dos objetivos: los propios monos y los virus en su sangre. Las muestras servirán para detectar amenazas y frenar un posible salto de especie. Ellos son el primer eslabón de la Iniciativa para la Predicción Global de Virus (Global Viral Forecasting Initiative), una red que persigue detectar la próxima epidemia letal antes de que se cobre millones de vidas.
Hacia el año 1900, en estas mismas selvas de Camerún un grupo de cazadores se infectó con sangre de chimpancé durante una cacería, y un desconocido virus, hasta entonces exclusivo de los primates, comenzó una carrera de humano a humano. En solo unas décadas, aquel patógeno pasó de las pequeñas aldeas a las grandes poblaciones y evolucionó hasta convertirse en un escurridizo asesino conocido como “sida”. A finales del año 2002, un granjero chino se convirtió en la primera víctima de un nuevo coronavirus que se extendió por varios continentes.
La enfermedad –conocida como síndrome respiratorio agudo severo (SARS)– había aparecido primero en murciélagos, y de ahí pasó a las civetas, unos pequeños vivérridos cuya carne se vende en los mercados chinos.
EL ASESINO MÁS EVOLUCIONADO Y EFICAZ
De las 335 enfermedades infecciosas detectadas en humanos en la segunda mitad del siglo XX, según un estudio publicado en la revista Nature en 2008, el 60% tuvo su origen en animales, la mayoría salvajes. Virus que permanecían latentes terminan evolucionando en una enfermedad que no conocíamos. Y el proceso va a más. “Podemos esperar que más virus salten a nuestra especie, y lo harán probablemente a un ritmo cada vez mayor”, escribe el divulgador Carl Zimmer en su libro A planet of viruses. “Los animales que viven en los lugares más remotos han acumulado virus exóticos durante millones de años.
Ahora, los humanos se están adentrando en estos territorios remotos, y en el proceso se han puesto en contacto con estos virus”. La red de conexiones por tierra, mar y aire hace el resto del trabajo. Poblaciones que estaban aisladas por varios días de camino son ahora mucho más accesibles, y un solo brote puede dar la vuelta al globo en cuestión de horas.
SON PEORES QUE UNA GUERRA NUCLEAR
Para poner freno a esta posibilidad, el virólogo Nathan Wolfe (interesantísima su conferencia en TED) decidió hace unos años llevar la lucha a la primera línea de fuego. “¿Qué puede matar a más gente?”, se preguntaba Wolfe en The New Yorker, “¿una guerra nuclear o los virus que saltan de los animales a los hombres? Si tuviera que ir a Las Vegas y apostar por el próximo gran asesino, pondría todo mi dinero en un virus”, asegura Wolfe.
Por eso, decidió formar una red que permitiera atajar el problema desde su origen, desde que se produce el salto de especie en las profundidades de la selva centroafricana o en algún mercado del sudeste asiático.
La Iniciativa para la Predicción Global de Virus (GVFI) cuenta con la colaboración de más de cien científicos en nueve países gracias al respaldo económico de Google, la fundación Skoll y el Departamento de Defensa de EEUU. La red tiene extensiones en Camerún, donde empezó su trabajo, y en China, Malasia, Congo, Madagascar y Laos. Encabezados por Wolfe, los científicos han recolectado más de 150.000 muestras de sangre de cazadores y sus familias, además de las que toman de los animales que capturan y se comen.
Para hacerlo han tenido que ganarse la confianza de los cazadores. En Camerún, por ejemplo, contrataron a un conocido locutor de la radio y la televisión locales para que hiciera de intermediario con las poblaciones y explicara mejor su mensaje. Ahora, entre los machetes y sacos de piel, los cazadores llevan los filtros para tomar muestras de sangre, y sus familias se someten periódicamente a un análisis, lo que les ha proporcionado datos más que valiosos.
Entre 2004 y 2005, por ejemplo, Wolfe y sus colaboradores detectaron anticuerpos de virus de inmunodeficiencia primate en la sangre de los cazadores, de la misma familia de retrovirus que incluye al VIH. El hallazgo demostró la facilidad con que estos patógenos saltan de los simios a los humanos esperando una oportunidad para evolucionar y hacerse más letales. Una vez que localizan estas cepas, el siguiente paso es analizar, mediante simulaciones de ordenador, la velocidad con que una variante puede extenderse y su peligrosidad. “Si detectamos solo una de las próximas diez pandemias”, asegura Wolfe, “la inversión habrá merecido la pena”. Wolfe se refiere a los cazadores como los “centinelas”.
Ahora quiere mejorar las comunicaciones en estos recónditos lugares de la selva, porque está seguro de que la tecnología mejorará la detección de los virus. Si proporcionan un móvil a cada cazador, o a cada aldea, cualquier aparición de animales muertos o de casos en humanos puede ser detectada con mayor rapidez. Y sus ambiciones son aún más globales. Pretende rastrear la presencia de virus en carniceros, veterinarios e incluso trabajadores de zoológicos que estén habitualmente expuestos a estos intercambios de patógenos.
“Nuestra capacidad para detectar la próxima pandemia depende de dos factores”, asegura a Quo el doctor Charles Chiu, investigador de la Universidad de California y colaborador de la GVFI. “Lo deprisa que podamos detectar el salto entre especies y la facilidad con que el nuevo patógeno consiga transmitirse entre humanos”. Por eso es tan importante la vigilancia de las reservas de insectos y animales que más probabilidades tienen de propiciar este salto.
UN FUTURO SIN PANDEMIAS… ¿ES POSIBLE?
En su laboratorio de la Universidad de California, el doctor Chiu y su equipo reciben las muestras de sangre que les envían los miembros de la red desde África y Asia. Su equipo emplea herramientas de secuenciación y computación capaces de identificar centenares de virus simultáneamente. El dispositivo en el que trabajan, el Virochip, puede realizar 60.000 pruebas e identificar virus conocidos y desconocidos solamente a partir de la comparación de sus secuencias genéticas.
“Está claro que únicamente hemos identificado una fracción de los virus patógenos que existen en la naturaleza”, insiste Chiu. “A medida que desaparecen las barreras entre animales y humanos, la amenaza de nuevos virus que salten entre especies está en el horizonte. Debemos estar alerta respecto al fenómeno y monitorizar de cerca la situación. Solamente así podremos prevenir o mitigar la próxima pandemia”.
“Cuando las generaciones futuras nos juzguen”, aseguran los responsables de la red de detección de virus en su presentación, “es posible que se pregunten cómo aprendimos a prevenir la aparición de nuevas amenazas en forma de enfermedad”. Con un poco de suerte, y si la red funciona como está previsto, quizá veamos un futuro en que haya muchas menos epidemias globales por las que preguntarse.
La clave está en cuánto somos capaces de predecir de la pieza, y hasta qué…
Un nuevo estudio prevé un fuerte aumento de la mortalidad relacionada con la temperatura y…
Los investigadores ha descubierto un compuesto llamado BHB-Phe, producido por el organismo, que regula el…
Un nuevo estudio sobre la gran mancha de basura del Pacífico Norte indica un rápido…
Una nueva teoría que explica cómo interactúan la luz y la materia a nivel cuántico…
Pasar dos horas semanales en un entorno natural puede reducir el malestar emocional en niños…