Tenemos en casa un horno con pyro-system (aunque no sabemos bien si está enfermo o es un portento tecnológico), nos lavamos el pelo con un champú que lleva microaceites y bebemos leche con calcio natural (¿es que hay calcio que no lo sea?).
El uso de palabras científicas en los anuncios es ya algo cotidiano, y funciona. Una de las máximas de la publicidad asegura que una de las dos palabras más potentes de cualquier anuncio es “nuevo” (la otra es “gratis”), y la ciencia está tan estrechamente identificada con los productos innovadores, que las empresas no dudan en echar mano de ella para ofrecer sus productos como lo último de lo último. Desde luego, nunca anunciarían un neumático diciendo: “Su comportamiento se rige por leyes científicas del siglo XVIII”, por muy cierto que fuera. Pero lo más curioso es que el uso de estos “palabros” funciona, a pesar de que el consumidor no sepa de qué le están hablando. Así, proponemos como juego del mes un repaso a esos enigmáticos términos.
‘Nada, a este horno no le encuentro la Pirólisis’
Es la protagonista de la publicidad de los hornos de cocina, que presumen de pyro-system, de sistema de autolimpieza pirolítica o de una función similar. La pirólisis es un proceso de descomposición química de compuestos orgánicos por calentamiento –a una temperatura en torno a los 500 ºC– y en ausencia de oxígeno. Bajo estas condiciones, aquellos se rompen y se transforman en otros más simples. El resultado final es que los compuestos originales se han convertido en una mezcla de gases y un residuo de cenizas que se retira con facilidad. Este proceso es el que se emplea en muchos hornos industriales para el tratamiento de residuos orgánicos, y es también el que incorporan los hornos domésticos de última generación, en los que la “suciedad” –grasas y restos procedentes de los alimentos y, por tanto, de naturaleza orgánica– se elimina mediante este proceso.
Mami, ¿seguro que los BíFIDUS son bichitos buenos?
Tras este nombre se ocultan las bifidobacterias (sí, bacterias), microorganismos presentes de forma natural en el intestino que ahora se añaden principalmente a los yogures. Ayudan a regular la flora intestinal, lo que mejora el funcionamiento del tracto digestivo y evitan el estreñimiento y los gases… siempre que tu flora esté desequilibrada. De lo contrario, lo que conseguirán será alterar su buen equilibrio.
FITOSTEROLES en la ensalada.
Son compuestos de origen vegetal (abundan en la lechuga y demás verduritas). Estructuralmente se parecen al colesterol. Y esa es su gran “virtud”, ya que debido a este parecido engañan a los receptores del colesterol en el intestino. O dicho de otro modo, mientras aquellos se mantienen ocupados intentando absorber fitosteroles –en vano, porque se absorben muy mal–, parte del colesterol pasa de largo. Así, ayudan a reducir la absorción de colesterol, algo que sólo es realmente interesante para quienes lo tienen alto.
El Omega 3 no es un nuevo diseño de coche del futuro
Se trata de un ácido graso, como el Omega 6. Ambos tienen una función esencial en el organismo y se ingieren con la comida. La clave es que tiene que haber un equilibrio entre la cantidad de unos y otros. Dietas ricas en carne (fuente de Omega 6) y pobres en pescado azul y aceite de oliva (Omega 3) rompen peligrosamente este equilibrio. De ahí esa fiebre por los productos enriquecidos con Omega 3. Pero ¡ojo!, que tan malo es que la balanza se incline demasiado en un sentido como en el otro.
Se puede ser más LIGERA que el agua
Un anuncio de agua mineral explica que esta es “ligera”. Se refiere al nivel de residuo seco (sales minerales) que contiene. Para el consumo diario, el mejor tipo de agua es aquella con un nivel bajo de sales, pues una dieta equilibrada asegura al organismo un aporte suficiente de estas sustancias. Y es importante que el producto no supere los niveles de mineralización máximos recomendados, que son estos (por cada litro): Sodio (Na): 20 mg. Potasio (K): 10 mg. Sulfatos: (SO4) 25 mg. Nitratos (NO3): 10 mg. Flúor (F): 1,5 mg. La cantidad estará indicada en la etiqueta.
Muchos productos alimenticios se promocionan como enriquecidos con tal o cual “elemento natural”. Todos los elementos químicos –a excepción de un puñado de ellos, denominados artificiales, pero que apenas tienen aplicación fuera del laboratorio– se obtienen de la naturaleza. Por otro lado, la fuente de procedencia del elemento es en realidad lo de menos, ya que una vez aislado, un átomo de calcio es indistinguible de cualquier otro, provenga de la fuente que provenga.
Al rico cereal ENERGETICAMENTE PURO
Cuando uno se come un plato de cereales que, según reza la publicidad, contienen “carbohidratos energéticamente puros” se siente un machote. Los carbohidratos (o hidratos de carbono, glúcidos, o azúcares) son una clase muy importante de productos naturales (moléculas) que sirven como “almacén” de energía de la que el organismo puede disponer fácilmente cuando necesita un aporte de ella; por ejemplo, si nos ponemos a hacer ejercicio. Lo que no hace falta es decir que son “puros” (aunque esto sí suena muy publicitario), ya que no podrían ser de otra manera.
La moda de los pequeñines…
Microaceites y microceras
Al rebufo de la muy sonora nanotecnología, la tele se ha llenado de términos microscópicos. Es el caso de, por ejemplo, un champú-acondicionador con “microaceites” o un gel fijador rico en “microceras”. En cuanto al primero, un aceite no es más que un líquido (como la cerveza, o el vermú), así que lo de añadirle “micro” es sólo para que suene bien. Respecto a las “ceras”, son moléculas, y huelga decir que pequeñísimas (el tamaño de una normal es del orden de 10-4 micrómetros).
Hace más de una década que aparecieron los primeros productos “bio”, y tuvieron un éxito arrollador. Lo curioso es que con esto andan a la gresca los productores de alimentos ecológicos, que piden que el prefijo “bio” se emplee sólo en productos que estén elaborados según las prácticas de la agricultura y ganadería ecológicas. Pero a día de hoy, esto no es así, y por tanto lo de “bio” no significa realmente nada. Ahora hay un anuncio de una crema hidratante para el contorno de ojos que asegura llevar como ingrediente “agua bio-mineral enriquecida”. En fin, que lleva agua.
ACTIVOS, cuestión de principios
Los principios activos son, por ejemplo, los componentes de un fármaco responsables de sus propiedades medicinales. Últimamente, anuncios de muchos cosméticos proclaman que los increíbles resultados que consiguen son “gracias a su exclusivo activo” o al “poderoso activo” que incorporan. Lo que pretenden es referirse al componente o componentes responsables de las propiedades farmacológicas o terapéuticas presentes en la crema o el champú-acondicionador. Es decir, deberían referirse a sus “principios” activos.
ALTO OLEICO no es un tipo alto que dice ‘¡olé!’
El concepto “alto oleico” engloba a los aceites con un contenido en ácido oleico igual o superior al presente en el aceite de oliva, en torno al 75% en masa. Ese ácido oleico es, curiosamente, un ácido Omega 9. Eso sí, de los “buenos”. No en vano, es el componente fundamental del aceite de oliva. De momento, las únicas fuentes de este aceite vegetal alto oleico son las semillas de una reciente variedad de aceite de girasol obtenida por un proceso de hibridación tradicional. Pronto saldrán al mercado otros aceites vegetales alto oleicos obtenidos de plantas modificadas genéticamente.
Una crema asegura que, a su lado, “el SPF por sí solo parece primitivo”. Ese misterioso y primitivo SPF, no es más que el famosísimo“factor de protección solar”, en sus siglas en inglés. Otra crema asegura que activa los “hidrocaptores” de nuestro organismo, algo así como “imanes del agua” que hacen que nuestra piel esté hidratada. Se refiere a los lípidos de la capa córnea de la piel, responsables de retener la humedad, y a los que la publicidad ha bautizado con el nombre de “hidrocaptores”.
Técnicas para romper burbujas
Unas eficaces pastillas para la digestión anuncian que: “Rompen las burbujas de aire, eliminando los gases”. Una burbuja es una fracción de gas atrapada en una película de líquido, por lo que romperlas no supone eliminar los gases, sólo liberarlos y dejar que se expandan. Hay gases “aéreos”, que son lo que se generan al tragar aire mientras se come, y hay gases con una composición distinta de la aérea (21% oxígeno + 78% nitrógeno + trazas de otros elementos): las flatulencias, originadas en el intestino por la acción de la flora bacteriana sobre los alimentos.