Aquel octubre de 1969 yo tenía cinco años, y ni la menor idea de lo que estaba a punto de ocurrir. Mi padre, Eduardo López Merino, era delegado de Información y Turismo en las islas. “Poneos guapos, hoy veremos a los primeros astronautas en pisar la Luna.” Estábamos acostumbrados a visitas ilustres: en aquella época, para cruzar desde América era obligado hacer una parada en las Canarias para repostar. Esta vez eran Neil Armstrong, Edwin “Buzz” Aldrin y Michael Collins, los héroes del Apollo 11, quienes venían al Hotel Maspalomas Oasis apenas tres meses después de su hazaña. Era su primer viaje tras su amerizaje en el Pacífico y la cuarentena. De aquel encuentro, en el que estábamos varios niños privilegiados, apenas recuerdo lo que sentí, pero fueron esas fotos que mi padre les hizo las que me persiguieron hasta ahora. Esa misma tarde aterrizó el Air Force One en Gran Canaria.
Maspalomas es una inmensa playa con dunas. Pero además, esta tierra de San Bartolomé de Tirajana ha sido testigo de las dos mayores gestas de la historia: el Descubrimiento de América y la llegada a la Luna. Las famosas palabras de Armstrong al alunizar: “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la Humanidad”, se escucharon en la Estación Espacial de la NASA de Maspalomas, porque era la interlocutora entre el Apollo 11 y Houston… ¡Antes que en otro lugar en el mundo!
Llegaron con un séquito de cincuenta personas, ¡imaginaos la seguridad que desplegó la CIA en plena Guerra Fría contra la URSS! ¡Pero había que pasearlos! Por eso, mi padre pensó en el yate (falúa) de su amigo Virgilio Suárez. Los más de doscientos periodistas internacionales no estaban autorizados por la CIA para acercarse a la falúa. Entonces, mi padre tuvo una idea: “Dejadme algunas cámaras y yo os haré las fotos”.
Navegaron a Mogán y al Barranco de Tiritaña, comieron paella, papas arrugás y una tortilla española que fascinó a Janet, la esposa de Armstrong, quien no quiso irse sin la receta. Fumaron puros y bebieron vino español con el mundo entero pendiente de ellos. Fue un éxito sin precedentes en la promoción turística de las Islas Canarias; pero a mí, como niño curioso, había algo que no me cuadraba: los astronautas estaban tristes.
El mero que en realidad era una rueda
Una de las fotografías más celebradas fue la que muestra a Buzz Aldrin en el agua con sus gafas de buceo y abriendo los brazos. Cuando mi padre la hizo, el astronauta hablaba de una gran rueda de tractor que había visto en el fondo, pero los periódicos de todo el mundo la publicaron con el pie: “¡Aldrin ve un mero enorme en aguas de Canarias!” La pequeña travesura dio una promoción descomunal al archipiélago.
Pero aquellas no eran las expresiones faciales de tres hombres que acaban de realizar semejante viaje. Basta ver a cualquier deportista que conquiste un premio importante para darse cuenta de que su mirada es muy diferente. Solo encuentro una explicación: esas son las actitudes de tres hombres buenos a los que han obligado a no decir la verdad, o al menos no toda la verdad, y que se sienten incómodos ante los honores que reciben.
Antes de irse, Neil Armstrong le dijo a un periodista que pisar la Luna: “Fue algo indescriptible. Es un sitio maravilloso, como Maspalomas. Toda esta isla lo es”.
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