El forense y paleopatólogo Philippe Charlier supo que un coleccionista guardaba una cabeza humana, según él, de Enrique IV. Era el año 2010. Charlier inició entonces una investigación que concluyó que, sin ningún género de dudas, se trataba de la cabeza del rey asesinado hacía cuatrocientos años. Aquel trabajo lo financió Luis Alfonso de Borbón, primo segundo del rey Felipe y aspirante al trono de Francia con el nombre de Luis XX. Si tan ilustre testa era la de su antepasado, sus aspiraciones al trono francés y su imagen se colocaban en mejor situación frente a sus rivales de la casa de Orleans.
Veamos de dónde salió aquella cabeza. En mayo de 1610, Enrique IV fue asesinado por un fundamentalista católico y enterrado en la basílica de Saint-Denis. Durante la revolución, los cuerpos de los reyes fueron extraídos de sus tumbas y enterrados en una fosa común. En 1817 se devolvieron a las sepulturas originales, pero a tres les faltaba la cabeza, entre ellos, a Enrique.
En 1919 un anticuario la compró por tres francos y su hermana la vendió por 5.000 a una persona que la tuvo oculta en su casa hasta que en 2010 reveló la historia y se la entregó a Luis Alfonso. Los científicos hicieron una reconstrucción de la cabeza. Los análisis de su ADN dieron el color de los ojos y el pelo. El tamaño de la nariz se calculó con técnicas de la unidad antiterrorista del FBI. Lo compararon con la máscara mortuoria del difunto. El resultado (en la foto que abre el reportaje) se parecía a los retratos del rey, aunque quizá mayor de 56 años, la edad a la que murió. Pero entonces se produjo un vuelco de 180 grados en la historia. Ocho meses después de la reconstrucción de la cabeza, un estudio de ADN dio al traste con las ilusiones de Luis Alfonso. El investigador Jean Jacques Cassiman comparó restos de ADN de la cabeza con los de tres descendientes vivos de las familias Borbón-Parma y Orleans. Fue concluyente: la cabeza no pertenecía a Enrique IV, el rey que acabó con las guerras de religión y se convirtió al catolicismo para obtener la rendición de París. Así, Luis Alfonso, el biznieto de Franco, guarda en un banco de París la cabeza de una persona desconocida.
Nuevos estudios
Los estudios de ADN están revolucionando las monarquías, a pesar de que las tumbas permanecen selladas. ¿Qué dirían los genes de Alfonso XII si pudieran analizarse? Los rumores en la corte de Isabel II decían que el padre no era su marido y primo, Francisco de Asís de Borbón, a quien ella llamaba de forma despectiva Paquita, y que “Paquita” no estaba muy interesado en las mujeres. Comentan que alguna vez Isabel le había dicho a su hijo: “Todo lo que tienes de Borbón, te lo he dado yo”. Y no es la única monarquía donde podría haberse dado esta circunstancia. ¿Dónde quedarían las legitimidad de algunas cuando las falsas paternidades rondan el 2 %? Una falsa paternidad localizada en otra casa, la de Tudor, podría comprometer su legitimidad.
En Genes, reyes e impostores (Editorial Cálamo) Carles Lalueza, del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona, cuenta investigaciones en las que ha participado y analiza algunos casos.
El colapso de la casa de Austria
La dinastía de los Habsburgo gobernó el Imperio español desde 1516 hasta 1700. Se inauguró con el matrimonio de Juana, hija de los Reyes Católicos, con Felipe de Habsburgo. Un estudio de Gonzalo Álvarez y Francisco Ceballos, del Departamento de Genética de la Facultad de Biología de la Universidad de Santiago de Compostela, confirma desde la genética lo que los historiadores ya decían: que la endogamia acabó con los Austrias. Los investigadores gallegos estudiaron la consanguinidad de 16 generaciones de la familia, tanto de la rama española como de la alemana. En total analizaron restos de 3.000 individuos. Llevaron al máximo su política de alianzas basada en los matrimonios. Bodas entre primos hermanos y entre tíos y sobrinas dieron un grado de consanguinidad muy alto en poco tiempo, por lo que de un gen (o varios) recibían copias idénticas (una del padre y otra de la madre). El resultado final fue Carlos II, apodado el Hechizado, que tenía una consanguinidad del 25,4 % (más que de un matrimonio entre hermanos), incapaz de engendrar. Con él acabó la dinastía. Entre Felipe I y Carlos II hubo once matrimonios, siete de ellos consanguíneos.
Pero la genética tiene un efecto aleatorio. Solo así puede entenderse la diferencia entre Carlos II y su hermana, Margarita de Austria (la protagonista del cuadro de Las meninas de Velázquez), que no tuvo problemas, se casó y tuvo hijos. “Si analizas a los dos hermanos –explica Gonzalo Álvarez– tienen secuencias genómicas iguales, pero les afectan a zonas distintas. Es el efecto aleatorio”. Este efecto debió de salvar a la rama alemana, que continuó hasta el asesinato de Francisco Fernando que marcó el inicio de la Primera Guerra Mundial. Y eso que el mayor grado de consanguinidad de la familia fue en la rama alemana (Leopoldo I tuvo un 30 %). La consanguinidad provocó también las numerosas muertes de infantes. El mismo estudio dice que sin contar los abortos y los niños nacidos muertos o en la primera semana, el 29,4 % falleció antes de cumplir un año y el 50 % antes de cumplir los 10.
La estirpe del faraón
En antiguas civilizaciones como la egipcia los matrimonios consanguíneos eran habituales. La endogamia acabó también con una de las dinastías más poderosas del Imperio nuevo. Su último faraón fue Tutankamón. Un equipo de investigadores liderado por Zahi Hawass, ex ministro de Antigüedades egipcio, estudió el ADN de uno de los más famosos faraones y de otros miembros de su familia. Tras los trabajos cayó un mito: Tutankamón no era un dios, sino un joven débil, enfermo, algo deforme e hijo de una relación entre hermanos. No murió envenenado sino de malaria y por una enfermedad ósea consecuencia de la consanguinidad. Su padre fue Akenatón pero su madre no fue la esposa de este, la bella Nefertiti, sino otra hija de su padre. En la tumba de Tutankamón se encontraron los cadáveres de sus dos hijos muertos prematuramente y numerosos bastones, sin los cuales no podía caminar a pesar de sus jóvenes 19 años.
El misterio de los Médici
El Proyecto Médici, iniciado en 2004, quiere desvelar los secretos que los miembros de esta poderosa familia se llevaron a la tumba. Y nunca tan bien dicho, porque desentrañarán los misterios que esconden sus propios cuerpos, enterrados en las capillas Mediceas de Florencia. Los restos de 49 de ellos fueron exhumados y sometidos a estudio. Su trabajo ha conseguido corregir algunos errores históricos. Por ejemplo se ha sabido que algunos, como Francisco I y su mujer Bianca Cappello, murieron envenenados. El 8 de octubre de 1587, después de cazar, Francisco sintió fuertes dolores abdominales. Su mujer tuvo los mismos síntomas. Tras once días de agonía murieron. Su hermano Fernando I heredó la corona y para acallar los rumores de asesinato realizó una autopsia que dictaminó malaria.Un nuevo análisis, 430 años después, encontró el arsénico causante de sus muertes. No serían los únicos envenenados en esta familia que dominó la política, la economía y la cultura de Florencia durante 300 años.
Otro asesinato célebre fue el de Giuliano, el 26 de abril de 1478. Una familia oponente conspiró para matarlos a él y a su hermano Lorenzo el Magnífico. El asesinato fue en el propio Duomo, en el momento en que el sacerdote elevaba el cáliz. Se dijo que habían muerto apuñalados, pero los estudios han revelado el uso de espadas. Como represalia fueron asesinados unos 80 traidores. Recientemente el profesor Marcello Simonetta descubrió un manual del siglo XV que enseñaba a los diplomáticos a descifrar mensajes secretos. Con él descodificó una carta del duque de Urbino a sus embajadores. Fue él quien decidió acabar con los Médici y atrajo a la conspiración al papa y al rey de Nápoles, Fernando de Aragón.
Pero no todo son asesinatos. Los investigadores han dictaminado que Juan de Médici, conocido como Giovanni de las Bandas Negras, no murió de gangrena en una pierna mal amputada, sino a consecuencia de una infección. Con solo 28 años falleció por el impacto de una bala de cañón. Se acusó injustamente al cirujano que lo atendió. Y Pedro el Gotoso, no tenía gota sino artritis, una enfermedad hereditaria que padecía parte de la familia. Los dos últimos Médici fueron Gian Gastone, que murió a causa de su gran obesidad y por sus cálculos renales, según los investigadores, y Ana María Luisa de Médici, que no murió de sífilis como siempre se había comentado.
¿Crees que podrías ser descendiente de Gengis Khan? Tom Robinson, un contable norteamericano, no se lo creía y sí lo es. Él y 16 millones de hombres en el mundo, según los estudios llevados a cabo por veinte genetistas bajo la dirección de Chris Tyler-Smith, del Instituto Wellcome Trust Sanger en Hinxton (Reino Unido). Durante diez años extrajeron muestras de cromosoma Y en unas cuarenta poblaciones del antiguo Imperio mongol. El cromosoma Y se transmite de padres a hijos sin alteraciones hasta que en algún momento se puede producir una mutación. Los genetistas colocan ahí un marcador y van siguiendo hacia atrás en el tiempo para buscar un ancestro común. Tras su estudio aseguraron que las personas que habían analizado podían pertenecer a un linaje de unos mil años atrás. Gengis Khan nació en 1162 y murió en 1227.
El hombre más prolífico del mundo
Al conquistar un territorio, los mongoles mataban a los hombres que no hubieran muerto en la batalla y se repartían a las mujeres como botín de guerra. Gengis Khan tenía 36 esposas oficiales además de concubinas y las esclavas sexuales de los territorios conquistados. Con su esposa favorita tuvo nueve hijos. Es muy difícil saber cuántos engendró en total, pero el historiador persa Ata-Malik Juvaini (siglo XIII) habla de 20.000 en todo el Imperio, una cifra difícil de probar. En la tribu Hazara, entre Pakistán y Afganistán, un 30 % de los hombres llevan su marca genética. Los hijos de Gengis Khan fueron a su vez muy fértiles. El mayor tuvo cuarenta vástagos y a uno de sus nietos, Kublai Kan, se le atribuyen 22 legítimos y cada año añadía treinta mujeres a su harén.
Pero hay más hombres muy fecundos. Mark Jobling, de la Universidad de Leicester y Patricia Balaresque de la Universidad Paul Sabatier de Toulouse estudiaron el cromosoma Y de 5.000 hombres de 127 poblaciones asiáticas y han localizado otros diez grandes ancestros. El segundo sería Giocangga, de la dinastía Qing, que murió en 1582 y del que podrían descender un millón y medio de varones asiáticos. ¿Cómo llegó el cromosoma del gran mongol a Robinson? Quizás a través de la ruta de la seda. A él se lo corroboró una empresa británica que revisó 25.000 muestras de ADN buscando algún descendiente del gran conquistador mongol.
Los antepasados más antiguos
Pero si en algún campo la genética está aportando luz es en la prehistoria. Hay más de 200 genomas publicados de los diferentes periodos y ello ha permitido explicar los movimientos de población que han dado lugar a los europeos actuales. Según Carles Lalueza-Fox, uno de los mayores expertos en ADN antiguo, tendríamos componentes genómicos de tres fuentes. Por una parte estarían los cazadores recolectores del Mesolítico. A ellos se superponen los agricultores que vinieron de Oriente Próximo hace 10.000 años. Pero hay una tercera capa genética: “Hemos descubierto que en la Edad de Cobre, al final del Neolítico, entró de golpe una emigración de las estepas de Asia Central, unas élites militares que arrasaron con la población”, explica el biólogo.
Lalueza-Fox asegura que la genética nos deja descubrir no solo la historia lejana, sino procesos sociales. “Los restos arqueológicos no te permiten saber cómo se mueve la gente. El genoma, sí”, señala. Los hombres de las estepas llegaron hará unos 5.000 años. Alrededor de un 30 % de la actual población europea conserva sus genes. De los cazadores recolectores podría ser un 20 %. Curiosamente, estos tenían la pigmentación de la piel más oscura y ojos azules. Su sustrato genético es más alto en el norte de Europa, donde quedaron más aislados. Actualmente, el equipo de Carles Lalueza-Fox trabaja con la Universidad de Harvard en la expansión de culturas más recientes, como la campaniforme. “Con las actuales técnicas no tenemos límites –concluye– y podemos confirmar o desmentir hipótesis arqueológicas”.
Mi reino por un caballo y un análisis genético
El 26 de marzo de 2015 miles de personas participaron en los funerales por Ricardo III, el rey muerto hacía 500 años y cuyo cadáver había aparecido en un parking tres años atrás. Aquel fue un espectacular momento para revivir la historia animado por el actor Benedict Cumberbatch, emparentado con el rey, que leyó un poema durante el funeral.
Desde el hallazgo de los restos, los científicos encabezados por Turi King habían trabajado duro para identificar al último Plantagenet. El carbono 14 confirmó la época. Tenían entre manos el cuerpo de un hombre de 30 años con golpes propios de la batalla en la que murió Ricardo III ofreciendo su reino por un caballo. No padecía escoliosis, pero concluyeron que los Tudor habían difundido ese rumor. Marcadores genéticos verificaron el color del pelo y los ojos azules. Localizaron a cinco descendientes por vía paterna y a dos descendientes de Ana de York, hermana del rey: el carpintero Michael Ibsen y Wendy Duldig. Cuando acabaron aseguraron que se trataba del monarca inmortalizado como malvado por Shakespeare. Pero otros científicos dudan aún de la autenticidad de los restos.
La línea materna está confirmada, pero no la paterna. Turi King lo justifica con alguna infidelidad. ¿Será adulterio o se trata del cuerpo de otro familiar por vía materna? Oficialmente Ricardo III reposa en Leicester en un ataúd de madera hecho por el mismo carpintero que prestó el ADN para corroborarlo.
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