Hoy la ciencia está de luto, la ciencia con mayúsculas, porque Mario Molina representa la ciencia más útil, esa que es capaz de cambiar el mundo a gran escala. Molina descubrió qué estaba ocasionando el agujero de la capa de ozono, y logró detenerlo
Hoy ha muerto Mario Molina. El científico mexicano descubrió que los CFC, usados en refrigeradores y aerosoles, se descomponían en la estratosfera liberando átomos de cloro que destruían la capa de ozono. Sin la capa de ozono, perdíamos la protección a los rayos ultravioleta que alcanzaba la Tierra
Un átomo de cloro podría destruir hasta 100.000 moléculas de ozono estratosférico
En su artículo publicado en junio de 1974 en la revista Nature, Mario Molina y F. Sherwood Rowland exponían la teoría de que los CFC, gases muy estables, al llegar a la estratosfera y con la radiación ultravioleta, reaccionan en cadena, destruyendo el ozono estratosférico. Rowland y Molina explicaron que un átomo de cloro podría destruir hasta 100,000 moléculas de ozono estratosférico.
En aquel momento, los niveles de CFC eran insostenibles. Si este problema no se resolvía, la capa de ozono se reduciría y ocasionaría una mayor incidencia de cáncer en la piel, mutaciones genéticas, daños para las cosechas y, posiblemente, cambios drásticos del clima mundial.
En los años ochenta, las sociedades modernas estaban sumergidas en CFC, por ejemplo: en el sistema de aire acondicionado, en los refrigeradores y en los propelentes de aerosoles.
En 1985, las investigaciones de Molina llevaron a la elaboración del Convenio de Viena para la Protección de la Capa de Ozono. Al mismo tiempo se hicieron pruebas que mostraron el agotamiento del ozono estratosférico sobre la Antártida, y nació la expresión “agujero del ozono”. Su efecto caló en la opinión publica, y el agujero de la capa de ozono aparecía en aquel momento como una de las primeras casusas de preocupación en las encuestas. Así que el mundo tenía que cambiar.
Molina supo hacer llegar a los gobiernos el daño que estaban haciendo los gases de cloro, bromo, dióxido de carbono y otros a la capa de ozono que protege la Tierra. Las investigaciones y publicaciones de Molina dieron como resultado años después la elaboración del Protocolo de Montreal de las Naciones Unidas, el primer tratado internacional de la historia que ha enfrentado con efectividad un problema ambiental de escala global provocado por el ser humano.
Su descubrimiento hizo que una industria millonaria y global cambiara para siempre. Los CFC se prohibieron en todo el mundo y poco a poco el agujero que fue un tiempo la mayor amenaza ambiental que vivimos, se ha cerrado.
Molina recibió el premio Nobel de Química de 1995 por ser uno de los descubridores de las causas del agujero de ozono antártico. Fue miembro de la Academia Nacional de Ciencias y del Instituto de Medicina de los Estados Unidos, y durante ocho años fue uno de los 21 científicos que formaron parte del Consejo de Asesores de Ciencia y Tecnología del Presidente Barack Obama (PCAST); previamente había estado en el mismo Consejo del Presidente Bill Clinton.
En los últimos tiempos, participó cada año en los premios organizados por la Fundación Rei Jaume I de Valencia, y la directora de comunicación de la Fundación ha escrito este homenaje que puedes leer a continuación:
Mario Molina ha mantenido una relación muy intensa con la Fundación Premios Rei Jaume I, por extensión, con la ciudad de València y España.
Le dieron el Premio Nobel en 1995 y, desde entonces, no ha dejado de venir como jurado a partir de 1996, salvo en dos ocasiones por causa mayor: en 2010 y en 2016. Y en esos 22 años siempre nos atendió con una exquisita elegancia, opinando sobre cada candidato y ejerciendo de presidente de su jurado, valorando la opinión de cada uno de los jurados y expresando la suya sin estridencias, con mesura y argumentando cada opción.
Porque Mario Molina respondía a todas las preguntas e, incluso, repetía hasta la saciedad las mismas respuestas sobre el agujero de la capa de ozono que contribuyó a cerrar con su trabajo, del que tan orgullosos estábamos y sobre el que le preguntábamos siempre los periodistas a su alrededor. Porque Molina era el Nobel favorito de la prensa. Siempre estaba en todas las quinielas de las entrevistas que le organizábamos y siempre era el más solicitado. Y él, impasible el ademán, contestaba con esa tranquilidad y sosiego de quien ha visto ya suficiente mundo pero no desiste de seguir aprendiendo de todos.
Recuerdo un año en el que sus entrevistas con los medios lo tuvieron desde las cuatro de la tarde, con apenas un café, hasta las nueve de la noche, ininterrumpidamente, concediendo entrevistas, una tras otra. Su mujer, Guadalupe, ya me miraba con recelo porque no parecía terminar, pero él, tranquilamente, sólo me pidió un vaso de agua y continuó hablando con el periodista de turno sobre esa pasión por el clima y la necesidad de que el ser humano se concienciara de la importancia del cambio climático y sus riesgos para la humanidad.
En broma, cuando me veía aparecer por el hotel, siempre trataba de esconderse con cierta timidez hasta que, resignado, se dirigía de nuevo con gran ímpetu a atender todas mis peticiones. Creo que puedo decir sin equivocarme que todos los medios españoles han podido entrevistarle alguna vez ya que nunca dijo “no” a explicar esa pasión y por eso, cuando ya lo esperábamos para las deliberaciones de este mes de octubre, la sorpresa y la conmoción, han sido mayores. Nuestro profesor Molina se ha ido con discreción y sin apenas hacer ruido. Como él siempre andaba por los pasillos de nuestra Fundación: sin querer llamar la atención pero, resignado a enfrentarse a su destino. Descanse en paz, profesor Molina.
Laura Torrado
Directora Comunicación Fundación Premios Rei Jaume I
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