«Mi primer eclipse total fue en 1979. Había muchas nubes y por eso decidimos alquilar un avión, sobrevolar la zona y buscar un cielo más despejado. No es la mejor forma de verlo, pero a veces es el único modo. Desde entonces me convertí en un cazador de eclipses”. Así comienza a contarnos su amor por estos fenómenos naturales Mark Littmann, profesor de Astronomía de la Universidad de Tennessee y autor del libro Totality: The Great American Eclipses of 2017 and 2024, (aún no disponible en español).
Escrito junto al astrofísico de la NASA Fred Espenak, el libro es casi una carta de despedida a los eclipses totales. La Tierra y la Luna están unidas por un lazo invisible que se llama momento angular. Básicamente la rotación de ambos cuerpos está sincronizada en velocidad y eso hace que conserven la distancia… siempre y cuando no haya cambios en el sistema. El problema es que sí se están produciendo algunas modificaciones. Y la culpa es de la Luna, nuestro satélite, el principal responsable de las mareas.
A medida que las plataformas continentales más bajas, como las del mar de Bering, chocan por culpa de las mareas, la rotación de la Tierra disminuye en velocidad. Esto produce que la Luna se aleje de nosotros a unos 3,8 centímetros por año. Cuando la distancia llegue a unos 23.410 kilómetros más (un 6 % de la distancia actual), su tamaño no será suficiente para ocultar el Sol por completo. Al ritmo actual eso sucederá dentro de 620 millones de años.
“Es algo que ocurre lentamente –nos confirma Littmann por teléfono–, pero rompe un lazo que une a ambos cuerpos y la Luna se está alejando de nuestro planeta. Al final, llegará un momento en el que estará tan lejos que ya no podremos ver un eclipse total, puede que pase por el centro del Sol, pero no estará a la distancia adecuada para ocultarlo por completo”.
Quien primero se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo fue Edmond Halley, en 1695. Buceando entre los registros históricos, descubrió que la mayoría de los eclipses no coincidían con los lugares ni el momento en los que deberían haber ocurrido.
El eclipse solar de 1919 demostró que la teoría de la relatividad era correcta
Al tratarse de fenómenos que implicaban a cuerpos situados a tanta distancia entre ellos, como la Luna, el Sol y la Tierra, Halley decidió recurrir a Isaac Newton. Casi treinta años antes, el físico inglés había formulado la ley de gravitación universal, que describe cómo interactúan dos cuerpos a distancia, dependiendo de su masa. Pero al aplicar la reciente ecuación, los números tampoco cuadraban.
La solución que se le ocurrió a Halley fue proponer que la duración de un día en la Tierra debía estar aumentando lentamente o, lo que es lo mismo, que la rotación de la Tierra debía estar disminuyendo. Esto provocaría que la Luna se alejase levemente de la Tierra. Cada vez más. Entonces sí, incluyendo en sus datos esta nueva variante, un planeta que dos mil años atrás giraba más rápido y con la Luna a menor distancia, los datos coincidieron.
Debieron pasar dos décadas para que, en 1715, Halley observara su primer eclipse total. “Unos segundos antes de que el Sol estuviera oculto –relató en su diario–, se descubrió alrededor de la Luna un anillo luminoso de un dígito, o tal vez una décima parte del diámetro de la Luna en anchura, y luego la oscuridad completa”.
Y en ella está la clave para aprender más sobre el universo: en las tinieblas del Sol. El propio Littmann señala que mientras la mayoría de los astrónomos buscan luces en el cosmos, los especialistas en eclipses persiguen la sombra.
Un ‘quid pro quo’ cósmico
¿Y qué se puede aprender de ella? Mucho más de lo que pensamos. De hecho, un eclipse total, el de 1919, convirtió a un oficinista de patentes en el científico más conocido de su tiempo. Y quizás de la historia.
Cuando en 1905 Albert Einstein publicó su teoría de la relatividad, entre sus propuestas había una predicción que hasta entonces habría parecido increíble. Teniendo en cuenta que existe una equivalencia entre aceleración y gravedad y que esta se extiende a los fenómenos electromagnéticos, la luz debía reaccionar ante la presencia de un campo gravitatorio y curvarse. Básicamente, la luz debía tener masa y reaccionar ante objetos que tuvieran más masa. El concepto de que la luz tuviera “peso” era algo revolucionario. ¿Cómo demostrar esto? Fotografiando estrellas cerca del Sol y de día, determinando su posición y luego comparando las imágenes para ver si el astro rey había curvado la luz de las estrellas.
Lo que se buscaba sencillamente era ver si de día la luz de las estrellas nos llegaba desde un “sitio distinto”. La única opción era oscurecer el Sol para ver las estrellas. Y el 29 de mayo de 1919 dos expediciones partieron hacia la costa africana y Brasil para tomar las medidas y ver si Einstein tenía razón. Todo estaba a su favor: el Sol y las estrellas en general le debían un favor al científico alemán.
Tránsito de la Luna frente al Sol (febrero de 2007), desde el espacio. Se ve cómo influye la distancia del observador.
Barcos a la caza del Sol
“Antes de 1905 –argumenta Littmann– , nadie tenía una idea clara de por qué brillaban las estrellas, se creía que era porque giraban, porque tenían una fuente de energía interna o porque había miles de asteroides y meteoritos que chocaban contra su superficie. O porque se estaban encogiendo y eso les daba brillo (algo que sí ocurre, por compresión gravitacional)».
Entonces llegó Einstein con su teoría de la relatividad general y su fórmula que decía que la masa equivalía a la energía y viceversa. En el interior de las estrellas, la enorme presión y las altas temperaturas llevan a los átomos a chocar con tal fuerza que se unen, se fusionan. Por ejemplo, cuando cuatro átomos de hidrógeno (el elemento más abundante en la naturaleza) se unen, producen uno de helio. Pero este pesa menos que sus cuatro “progenitores”. ¿A dónde va a parar el resto de la masa? Como decía Einstein: energía. La misma que hace que las estrellas brillen.
Con la tecnología adecuada, podríamos lograr que la Luna no se aleje de la Tierra
Cuando partieron las dos expediciones a estudiar el eclipse, ubicaron las estrellas que había en el área donde se produciría y determinaron la distancia entre ellas. Luego compararon esa ubicación con la que obtuvieron cuando el Sol “se apagó”. Y el resultado mostró que las estrellas parecían cambiar de lugar durante el eclipse. La razón es que el astro rey curva la luz que nos llega de ellas. Esto demostró que Einstein tenía razón y pasó de ser conocido solo entre la comunidad científica a ser el científico más famoso del mundo.
El mejor lugar para verlos
Actualmente el 30 % de los eclipses son totales y se producen aproximadamente cada año y medio, pero la proporción se está reduciendo. Antes de lo que pensamos serán visibles cada cinco años, más tarde habrá uno en una década y luego un eclipse total por siglo. “En algún momento nuestros abuelos contarán cómo veían los eclipses totales –afirma Littmann– y lo que hemos aprendido de ellos. Pero quizás, con la tecnología adecuada, se puedan poner reflectores solares para ralentizar la Luna y hacer que no se aleje tanto y así provocarlos nosotros”, aventura.
Puede que nuestros abuelos sean los últimos en ver un eclipse total más de una vez en su vida, pero los científicos pueden “provocarlos” gracias a un coronógrafo, un dispositivo que, acoplado a un telescopio, bloquea la luz de un objeto central y permite el estudio de los objetos cercanos a la corona, cómo ciertas partículas impactan en la Tierra o se producen las auroras boreales y australes y cómo se crean las tormentas solares. “Seguimos aprendiendo mucho gracias a los eclipses –confirma Littman–, también por los que “hacemos” nosotros. Ya no dependemos del evento natural, al menos no tanto como en el pasado. En el futuro seguiremos aprendiendo pero ya no serán objeto de estudio científico, sino un evento artístico que despierte la imaginación, que modifique nuestra perspectiva del universo”.
Un maestro enseña a sus alumnos el eclipse de 1927 protegiéndose los ojos –insuficientemente–con dos capas de película negativa.
La pasión con la que Littmann describe los eclipses –habla de un silencio de sonidos y también de colores– nos lleva a preguntarle si le gustaría vivir en Saturno (62 lunas) o en Júpiter (69 conocidas). Estos planetas serían el edén de los “cazadores de sombras” por la cantidad de satélites que se cruzarían delante del astro rey. O eso pensábamos.
“Si bien es cierto que en Saturno y en Júpiter hay más eclipses porque tienen más lunas –concede Littmann– , no son tan increíbles como en la Tierra. Tenemos mucha suerte: la Luna es 400 veces más pequeña que el Sol, pero a su vez este está 400 más cercana a la Tierra, es una conjunción que rara vez se da y es lo que permite ver los eclipses con tanto detalle. De hecho es el único sitio en el sistema solar en el que podemos ver eclipses de esta calidad. Es un lugar del universo privilegiado”.
Y, ya en nuestro planeta, la mejor localización para disfrutar del próximo gran eclipse total será Buenos Aires, en el año 2019. Para ello hay que seguir unos consejos muy sencillos que van más allá de la protección de los ojos. Obviamente, lo primero es alejarse lo más posible de la ciudad (de la contaminación lumínica y de los horizontes fragmentados) pero “lo más difícil –aconseja Littmann– es buscar un sitio en el que se pueda ver hacia el Oeste, con cielos limpios, y observar cómo la sombra de la Luna invade lentamente la Tierra, sobre todo en los últimos 10 minutos. Hasta entonces no debería mirarse el cielo.
Es como ver cómo comienza a formarse una tormenta enorme, pero sin rayos ni relámpagos. Luego todo ocurre realmente a unos 5.000 km/h aunque al contemplarlo desde la Tierra, para nosotros es como si pasara a unos 90 km/h. Y cuando llega el eclipse total el cielo adquiere tres dimensiones: al colocarse la Luna delante da al cosmos una profundidad en dos planos que nunca habíamos visto antes”. En términos científicos podremos seguir aprendiendo de los eclipses, ya sean los naturales o los que podamos crear nosotros mismos. Pero en pocas generaciones, este espectáculo natural desaparecerá y será como la glaciación de los cielos, un evento que nuestros nietos estudiarán como un vestigio del pasado. Los cazadores de eclipses ni siquiera tendrán otro planeta al que viajar.
Hay tres tipos de eclipses solares: totales, anulares y parciales. A medida que los primeros sean cada vez menos frecuentes, podremos ver más de los otros, principalmente de los parciales.
Artículo publicado originalmente en Agosto de 2017 en QUO.es