Un laboratorio suizo desarrolla materiales para contener residuos nucleares y CO2 durante un millón de años.
Barbara Lothenbach sabe que no vivirá para ver el resultado final de su investigación, que debería ser eficiente entre 100.000 y un millón de años.
Una botella de plástico tarda de 100 a 1000 años en degradarse, una barbaridad en términos ecológicos, pero está muy lejos de la eternidad. Tampoco será una lata de refresco el monolito que pudieran encontrar civilizaciones del futuro cuando nosotros ya no estemos. Una lata tarda aproximadamente 30 años en degradarse. El hierro de un puente puede durar entre 200 y 500 años.
¿Cómo hacer una urna que no se degrade nunca y que sirva para contener en la Tierra los deshechos más peligrosos que los humanos hemos generado?
Barbara Lothenbach trabaja en el laboratorio subterraneo «Concrete & Asphalt» en Suiza, y su objetivo es dar con el material indestructible para una jaula eterna, considerando que un millón de años se aproxima a la eternidad, de la que no puedan escapar los residuos más peligrosos generados por el ser humano: los residuos nucleares y, el CO2 que liberamos a la atmósfera.
Existen dos tipos de cementerios nucleares: los temporales, ubicados en almacenes e instalaciones y los que se conocen como repositorios geológicos profundos, bajo tierra, en zonas alejadas de posibles terremotos, en galerías selladas.
Los científicos saben que ningún material es absolutamente inalterable, así que para construir una jaula eterna hay que seleccionar una formación rocosa que sea geológicamente lo más estable y densa posible y, lo más importante, que dure miles de años.
La arcilla Opalinus, formada hace 180 millones de años, se extiende en Suiza entre Olten y Schaffhausen a 600 metros de profundidad, y ha demostrado ser una roca huésped adecuada. Tiene una baja conductividad de agua y excelentes propiedades aislantes.
A partir de ahí, Barbara Lothenbach y su equipo han puesto en marcha distintos experimentos, con distinta durabilidad en el tiempo, para observar cómo reaccionan las estructuras cristalinas y los minerales de arcilla del Opalinus Clay a los distintos materiales realizados a base de cemento que proponen como base de ese contenedor imperecedero.
Lothenbach y su equipo comparan distintos tipos de cemento con distintos valores de pH mediante un modelo termodinámico y un análisis de difracción de rayos X. Es la primera vez que se dispone de resultados a largo plazo que permiten diferenciar cómo el pH afecta a las distintas propuestas de cemento.
Evalúan si ha de ser o no hermético, teniendo en cuenta que en un depósito geológico profundo pueden producirse gases, por ejemplo, por la corrosión de los contenedores de acero encerrados, con lo que se forma hidróxido de hierro y se libera hidrógeno. También investigan qué tipo de cemento absorbe mejor los isótopos de compuestos radiactivos, como el selenio. «Una barrera protectora de hormigón retrasa la liberación de radiactividad a la biosfera, ya que los minerales del cemento aglutinan las sustancias radiactivas e impiden así su propagación», explica Lothenbach.
Y así, están en marcha los ensayos que aún tienen que resolver los mejores materiales para ese almacén indestructible.
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