La pandemia del Covid y ahora la guerra en Ucrania han atizado el deseo de saber qué nos deparará el mañana. Por todos los medios recibimos una avalancha de predicciones y conjeturas que van de lo apocalíptico a lo utópico sin que sepamos a cuál creer. Al mismo tiempo, nos preguntamos si realmente se puede anticipar el futuro, y, de poderse, ¿cómo diferenciar las previsiones rigurosas de las falaces?
El libro Historia del Futuro intenta dar respuesta a esos interrogantes mediante un repaso de las técnicas empleadas para conocerlo, desde la astrología y las profecías de los antiguos a los escenarios, los paneles Delphi y las simulaciones informáticas de los modernos.
El recorrido por la economía, la demografía, la sociología, la ecología y el género utópico muestra cómo esos métodos se han utilizado para avalar políticas determinadas y cómo han influido para que unos futuros se hagan realidad y otros no.
Adivinar lo que vendrá ya no es monopolio de ninguna élite
A lo largo del itinerario se identifican los sesgos y puntos débiles que han hecho fracasar las predicciones, hasta finalizar en la situación actual, definida por una frenética actividad predictiva y por la democratización de la futurología, pues adivinar lo que vendrá ya no es monopolio de ninguna élite.
Uno de los aspectos más fascinantes es la dependencia que tienen las previsiones y profecías de la credibilidad que inspiren. Un vaticinio puede movilizar a la sociedad para impedir que se cumpla (las encuestas que anticipan el triunfo de un candidato poco atractivo y provocan que los abstencionistas acudan en masa a las urnas e impidan su victoria); y un discurso utópico puede conseguir que la gente se lance a construir un mundo mejor (las “profecías auto-cumplidas”).
¿Y España? ¿Qué papel ha jugado en la historia del futuro?
Pese al amordazamiento, el pensamiento utópico por el absolutismo y la Inquisición, a partir del siglo XIX un sector de la sociedad intentó anticipar el futuro mediante imitadores de Julio Verne, utopistas anarquistas, futurismos socialistas y agencias de prospectiva creadas por la Administración en las últimas décadas, sin olvidar las ficciones distópicas de las últimas camadas de cineastas y escritores.
Contra los que afirman que el futuro ha muerto, este ensayo afirma que nunca antes hubo tantas opciones en el horizonte y concluye defendiendo la capacidad del ser humano para, dentro de ciertos límites, imaginar y modelar los futuros deseados o para evitar los indeseables.