Así se vivió en directo el impacto de DART en el asteroide Dimorphos. Lo cuenta Isabel Herreros, científica del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC), que ha participado en la misión
M. Isabel Herreros, Centro de Astrobiología (INTA-CSIC) y Jens Ormö, Centro de Astrobiología (INTA-CSIC)
En el Johns Hopkins APL (Laurel, EEUU), tres horas antes del impacto, gran cantidad de puestos al aire libre sirven comida, bebida y exhiben los últimos avances en robótica e inteligencia artificial. Asistentes de todas las edades se mueven eufóricos sobre la hierba. Los niños corren con las manos llenas de regalos: pines de la misión DART, donuts de colores… Aquí y allá, los miembros de la misión lucen orgullosos sus camisetas corporativas, dejando claro que ellos son parte activa de lo que se anticipa será un gran éxito.
En una estancia se proyecta la sala de control de la misión, junto con la retransmisión en directo de la televisión de la NASA. Aunque inicialmente está vacía, pronto comienza a llenarse de impacientes espectadores. Muchos de nosotros nos agolpamos frente a una de las pantallas, donde el asteroide Didymos se vislumbra como un puntito blanco. Los más impacientes empiezan a hacerse fotos con la pantalla de fondo. El tiempo parece detenerse.
Didymos, situado a 11 millones de kilómetros de distancia de la Tierra, pronto empieza a perfilarse como un asteroide extrañamente alargado.
– ¿Qué pasa? – pregunta uno.
– Es demasiado elongado, ¿no crees? – le responde otro.
– Esto le confiere más estabilidad al sistema, creo yo – añade un tercero.
Pero ¿dónde está el objetivo de la misión, su satélite Dimorphos? Al principio, es solo un píxel brillante junto a Didymos. Al acercarse la nave, resulta ser mucho más esférico de lo previsto. En la superficie de ambos se puede observar la existencia de abundantes rocas, mezcladas con regolito. Tal y como se esperaba, se trata de dos asteroides tipo “pila de escombros”.
DART se acerca a su destino y aumenta la excitación. Hace la última parte del trayecto de manera autónoma. El choque es inminente. La audiencia empieza a gritar. Nos acercamos aún más y… fundido en rojo. Se pierde la comunicación. La cámara interna ha dejado de retransmitir y eso indica que la misión ha sido un éxito: DART ha dado en el blanco. A las 19:14 del lunes 26 en Washington DC (las 01:14h de la madrugada del martes 27 en la España peninsular), la nave se ha estrellado contra el asteroide a 27 760 kilómetros por hora -6,6 kilómetros por segundo-.
Más de 2 000 asistentes aplauden al unísono, celebrando lo que ha sido un hito en la historia de nuestra civilización. Eso sí, tendremos que esperar unos días hasta tener datos definitivos sobre el efecto del impacto en el movimiento del asteroide.
En nuestro Sistema Solar hay multitud de asteroides y cometas, cuyas órbitas alrededor del Sol, o de otro planeta, pueden interceptar en un momento dado la propia órbita de la Tierra, suponiendo un peligro para nuestra supervivencia. Estos objetos celestes cercanos a nuestro planeta se denominan NEO.
El tamaño de un NEO puede variar entre unos pocos metros y varios kilómetros de diámetro, y sus consecuencias en caso de colisión con la Tierra son muy distintas.
Un asteroide de unos pocos metros se fragmentaría al entrar en contacto con nuestra atmósfera, y, aparte de un cierto resplandor y algunos meteoritos consecuencia de la fragmentación inicial, no tendría mayores consecuencias. Sin embargo, un asteroide de varios kilómetros de diámetro colisionando contra nosotros produciría una devastación global. La buena noticia es que estos últimos son muy poco abundantes y su frecuencia de colisión contra la Tierra es de 1 cada 100-200 millones de años.
Dimorphos, sin embargo, es un asteroide de tamaño medio. No obstante, y a pesar de su pequeño tamaño, el impacto en la Tierra de un asteroide de estas dimensiones produciría la devastación total de un área equivalente a una provincia.
La frecuencia de colisión de un asteroide de este tamaño es de 1 cada 25 000 años, aproximadamente, pero se estima que hay alrededor de 20 000 cuerpos celestes de ese tipo acechando ahí fuera.
Ser capaces de desviar un asteroide con semejante potencial destructor marcaría sin duda un hito en la historia del desarrollo de nuestra tecnología espacial, por no decir que dormiríamos todos mucho más tranquilos.
Ahora empieza lo más interesante de la misión, y es comprobar nuestra capacidad de defensa real ante la amenaza de un NEO del tamaño de Dimorphos.
El siguiente paso es medir el cambio que se ha producido en el periodo orbital de Dimorphos o, dicho de otra forma, analizar si el pequeño asteroide ahora tarda menos en dar una vuelta completa alrededor de su compañero, Didymos.
Este vídeo muestra cómo se espera que afecte a la trayectoria de Dimorphos el impacto de DART:
Para ello, observatorios situados en todos los continentes y a distintas latitudes observarán el sistema binario durante días, en busca de algún cambio significativo en su dinámica.
Además, haremos cálculos para analizar cómo de efectivo ha sido el impacto, y si las predicciones de los modelos concuerdan con lo observado. Toda la información resultante permitirá incrementar nuestro conocimiento sobre las leyes físicas que rigen la formación de los cráteres de impacto, uno de los accidentes geográficos más comunes en los cuerpos planetarios.
La forma y el tamaño del cráter que se haya formado en Dimorphos nos darán, además, información detallada sobre la composición y comportamiento de este tipo de asteroides tan común en nuestro Sistema Solar, lo cual es crucial para entender el nacimiento de nuestro propio planeta.
Sin embargo, estos datos tan precisos no podemos obtenerlos desde los observatorios terrestres. Será necesario enviar una nave espacial hasta allí, para poder estudiar el resultado del impacto de DART con detalle.
De esto se encargará la misión Hera, de la Agencia Espacial Europea (ESA), que enviará una nave de reconocimiento dentro de dos años, en 2024. Hera volará hasta Dimorphos para estudiar de cerca el resultado del impacto, pues será el único objeto del Sistema Solar cuya órbita se habrá desviado por efecto de la acción humana de forma cuantificable. Así nos permitirá seguir ahondando en el resultado de lo que hoy ha sido un gran éxito.
M. Isabel Herreros, Doctora en Ciencias Físicas, Investigadora del Centro de Astrobiología especializada en Modelos Numéricos aplicados a las Ciencias Planetarias, Centro de Astrobiología (INTA-CSIC) y Jens Ormö, Doctor en Ciencias Geológicas. Investigador Científico de Organismos Públicos de Investigación, Centro de Astrobiología (INTA-CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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