Sirio, la estrella de ‘El Perro’ (Alfa Canis majoris), ha estado presente en la toma de decisiones políticas y sociales a lo largo de los siglos. La estrella anunciaba en Egipto la crecida del Nilo, y en el mediterráneo, la sequía
David Galadí Enríquez, Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC)
El cónsul Escipión Emiliano se había prometido a sí mismo rendir la ciudad rebelde de Numancia antes de la siguiente canícula. Cada madrugada, desde su campamento al norte de la población, oteaba el horizonte sudeste, sobre los montes de Soria, en busca de la estrella del Perro. Aquel primero de agosto del año 621 ab urbe condita, el cónsul al fin vio la estrella del Perro. Los gritos de la guardia lo sorprendieron: “¡Numancia arde!”. Escipión Emiliano empezó a imaginar el desfile de su triunfo por las calles de Roma.
Sirio, Alfa Canis Majoris, una estrella blanca situada a poco menos de nueve años luz del Sol, es la que más brilla en el cielo nocturno de la Tierra desde la aparición de los seres humanos. Su nombre latino, Sirius, procede del griego y se parece a una palabra que en esa lengua clásica significa “quemante” o “ardiente”, aunque parece probable que la etimología verdadera se remonte a tradiciones mesopotámicas miles de años más antiguas.
Aunque está situada en el hemisferio sur celeste, Sirio se ve en buenas condiciones desde todas las regiones pobladas boreales, entre ellas las de la cuenca mediterránea. Su nombre científico actual, alfa Canis Majoris, indica que se trata del astro más brillante en la constelación del Can Mayor. La tradición de dibujar un perro en esa región celeste procede de la cultura latina, en la que Sirio recibía el nombre de Stella Canis, la estrella del Perro, aunque se solía usar el nombre en diminutivo: Canicula (literalmente, “la Perrita”).
El firmamento entero, con sus estrellas, sigue un ciclo anual inducido por el movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Así, hoy día Sirio luce alta en el cielo nocturno al comienzo del invierno boreal. Pero, si se observa noche tras noche a la misma hora, el astro se sitúa cada vez más hacia la derecha, hasta que llega a perderse por occidente entre el resplandor del Sol en el ocaso. Algo que hoy en día sucede en los primeros días de junio.
La estrella permanece oculta tras el Sol durante diez semanas y, pasado ese tiempo, vuelve a atisbarse brevemente de madrugada, al salir un poco antes que el Sol, cuando el cielo aún permanece lo bastante oscuro como para que la estrella se vea durante unos minutos antes del alba. Esta aparición matinal se denomina orto helíaco y ha tenido una importancia capital en las culturas del Mediterráneo.
La fecha en la que se produce el orto helíaco de una estrella depende mucho de la latitud del observatorio y, además, va cambiando con el paso de los siglos, debido al fenómeno astronómico de la precesión de los equinoccios.
Así, para la latitud de Roma y en torno al año 1 de la era común (año 754 de calendario romano, ab urbe condita, o sea, “desde la fundación de la ciudad”), el orto helíaco de Sirio, Canicula, se producía en los primeros días (calendas) de agosto, cinco semanas después del solsticio de verano. Por tanto, para los romanos de entonces la aparición de Sirio en el cielo de la mañana anunciaba la llegada de los días caniculares, la temporada más cálida del año.
Sin duda, las tropas romanas destacadas en Hispania en el siglo I antes de la era común estaban pendientes de la llegada de la canícula. Como la latitud de Roma coincide con la de Numancia, en Soria, Sirio debió de servir a Escipión Emiliano, cónsul al mando del asedio, para los mismos fines que en la capital del Imperio. Efectivamente, Numancia cayó aquel verano del año 133 antes de la era común, en los días de la canícula.
Si el viaje de Soria a Sirio nos parece poco exótico, podemos proponer otro que nos traslade, a lomos del mismo Can Mayor, hasta el Egipto faraónico.
Para la sociedad egipcia todo se organizaba en torno a los ciclos marcados por la crecida anual del Nilo. El Nilo crecía debido a las precipitaciones torrenciales que se producen en el macizo Etiópico en torno a cada solsticio de verano. Y sucede que, para la latitud de Menfis y hacia el año 3 000 antes de la era común, el solsticio de verano coincidía exactamente con… ¡el orto helíaco de Sirio! Parece inevitable que se estableciera una relación entre ambos fenómenos astronómicos y la crecida del Nilo, que seguía pocos días después.
La precesión de los equinoccios fue desplazando la fecha del orto helíaco de Sirio de manera que, visto desde Menfis, se producía ya diez días después del solsticio hacia el año 1500 antes de la era común. En torno a la época grecorromana el retraso ascendía ya a más de veinte días.
En la actualidad, el orto helíaco de Sirio en Soria (o Roma) se produce a mediados de agosto, 56 días después de solsticio y pasado ya el fragor del estío más abrasador, tiempo al que seguimos llamando, en castellano, la canícula.
En cuanto a Egipto, el orto helíaco de Sirio ya no anuncia más las crecidas del Nilo, por dos motivos. Primero, porque ahora se produce en Menfis en la primera semana de agosto, 45 días tras el solsticio. Pero además, ya no hay nada que anunciar, dado que el Nilo dejó de crecer desde la construcción de la gran presa de Asuán en el año 1970.
Pero sí permanece en nuestra cultura, de varias maneras, el recuerdo de la importancia de un fenómeno astronómico como el orto helíaco de la estrella más brillante como marca del calendario.
En estas madrugadas de la segunda mitad de agosto, busque la estrella del Perro sobre el horizonte, un palmo y medio (medido con el brazo extendido) a la derecha del punto cardinal este. ¡Buen viaje a las estrellas!
David Galadí Enríquez, Astrónomo residente en el Observatorio de Calar Alto, Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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