Una mujer canadiense perdió el hambre durante aproximadamente un año después de sufrir un derrame cerebral. Su caso ha ayudado a estudiar la región del cerebro dónde se activan las ganas de comer
El inusual caso llamó la atención de un equipo de médicos liderado por el Dr. Dang Khoa Nguyen de la Universidad de Montreal, quien lo describió en un artículo científico publicado este mes en la revista Neurocase.
La paciente, de 28 años ingresó en una clínica el año pasado con parálisis del lado derecho del cuerpo y evidentes alteraciones del habla. A través de una resonancia magnética, los especialistas diagnosticaron un accidente cerebrovascular isquémico del lóbulo insular izquierdo (parte de la corteza cerebral ubicada en lo profundo del surco lateral del cerebro). Esta afección ocurre cuando el flujo de sangre a una parte del cerebro se detiene durante más de unos segundos y el cerebro deja de recibir nutrientes. Como resultado, sus células pueden morir y causar daños permanentes.
Once días después, la canadiense se recuperó de su enfermedad y fue dada de alta. Sin embargo, seis meses después de su enfermedad, se dio cuenta de que en ese período nunca había experimentado una sensación de hambre. Sin darse cuenta, se saltaba algunas comidas. Al principio, no le prestó atención, creyendo que era una consecuencia de la enfermedad y la fatiga.
Pero siete meses después de su hospitalización, la joven decidió informar a los médicos de su situación. Especialistas de la Universidad de Montreal la examinaron y encontraron que su cuerpo no producía ninguna señal fisiológica de que era hora de comer (por ejemplo, ruidos intestinales). Aunque no tuvo problemas con la percepción del sabor, olor y textura de la comida, la pérdida de apetito provocó que sus comidas y productos favoritos, dejaran de darle placer.
16 meses después del ictus, regresó a los médicos para un nuevo estudio y les informó que, un mes antes, la sensación de hambre había regresado. En todo ese tiempo había perdido 13 kilogramos (pasó de 73 a 60 kilos). “La pérdida del hambre no se atribuyó a medicamentos, uso de sustancias o un trastorno clínico, y duró un período de 15 meses”, enfatiza el estudio.
La ínsula ha estado durante mucho tiempo entre las regiones menos comprendidas del cerebro humano, en parte debido a su accesibilidad restringida. La creciente evidencia sugiere que la ínsula es un actor prominente en el procesamiento gustativo, interoceptivo y emocional, y probablemente integra estas diferentes funciones para contribuir al control homeostático de la ingesta de alimentos.
En este contexto, Nguyen y sus colegas relacionaron el problema directamente con el infarto cerebral y señalaron que era el primer caso descrito en la literatura médica. Como especificaron, el lóbulo insular generalmente evalúa el estado fisiológico del cuerpo, desempeñando un papel importante en el procesamiento de las señales gustativas y participando en el control del apetito y el equilibrio energético. Dado que su función se vio afectada en la paciente en cuestión, se presume que provocó un desequilibrio en el sistema nervioso autónomo. Ese mismo lóbulo está asociado con el sistema nervioso parasimpático y, en general, el daño a estas vías podría afectar negativamente la capacidad de percibir el hambre.
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