En general, el agua de los lagos está distribuida en láminas o estratos muy definidos, separados por su temperatura. Cuanto más al fondo, más fría, y cuanto más superficial, más caliente, por acción del sol. Pero después del verano, esa franja superior comienza a enfriarse.
El viento, por su parte, que se hace más frecuente en esa época, ayuda a que el agua superficial comience a mezclarse con capas inferiores. En ese momento empiezan a intercambiarse estratos y se inicia una continua agitación del agua, cosa que, de paso, ayuda a repartir de forma uniforme el oxígeno, que antes tendía a quedarse en las placas superiores.
Es un fenómeno parecido al que ocurre también en pleno océano, y en volúmenes mucho mayores. Se llaman cataratas marinas y en España ocurre, por ejemplo, en el Golfo de León. Las razones físicas son las mismas: los vientos enfrían una masa de agua y eso hace que aumente su densidad, de modo que esa bolsa baja súbitamente a las profundidades. Este proceso tiene muchas ventajas, ya que oxigena los fondos y transporta nutrientes que es imposible que se generen en el lecho marino.