En 1988, el glaciologo Stephen Warren de la Universidad de Washington escaló a uno de estos glaciares turquesa para analizarlo de cerca y quedó maravillado: «Lo que es más sorprendente no es su color, sino más bien su claridad, porque no tienen burbujas. Los icebergs ordinarios se originan como la nieve: se comprime bajo su propio peso para convertirse en hielo. El aire se queda bloqueado en forma de miles de burbujas. De ahí que estos sean brillantes y nublados». Pero, claro, el hielo esmeralda no contiene burbujas, lo que sugiere que no se formó con hielo glacial.
Para poder comprobarlo, Warren tomó una muestra de un glaciar al este de la Antártida, de la barrera de hielo de Amery, y lo comparó con otras de sus expediciones a Australia de los años 80. Y descubrió que la coloración jade se debía a que se trataba de hielo marino y no hielo glaciar. Lo normal es que los navegantes que surcan la Antártida se encuentren con glaciares blancos, azules o a rayas, pero que sean verdosos es toda una rareza. En un primer momento, el equipo de Warren creyó que las impurezas en el mar podrían ser las culpables de transformar el hielo en ese color verdoso (quizás por culpa de partículas muertas microscópicas de plantas marinas y animales), pero las muestras volvieron a colocarles en el punto de partida: ambas mostraban contenidos similares de materiales orgánicos.
No fue hasta que recibió la inspiración de una oceanógrafa cuando supo lo que podría estar pasando. Laura Herraiz-Borreguero, de la Universidad de Tasmania, descubrió que el núcleo de la barrera de hielo de Amery presentaba casi 500 veces más hierro que el hielo glaciar superior. Entonces, se preguntó si era posible que los óxidos de hierro estuvieran convirtiendo esa tonalidad azul en un un verde oscuro. Y si así fuera, ¿de dónde saldría tal cantidad? Estos compuestos son poco comunes en muchas regiones del océano, pero Warren cree que la respuesta estaría en la «harina glacial» (el polvo formado por los glaciares cuando chocan contra el lecho rocoso). Estas partículas erosionadas, ricas en hierro, fluyen por el agua y quedan poco a poco estancadas en el hielo marino hasta que se forma el glaciar.
Este hallazgo podría desempeñar un papel importante en la sostenibilidad de la vida de los océanos, ya que el hierro es un nutriente clave para las plantas microscópicas que sirven de alimento a otros muchos organismos. Imaginad la importancia de que el propio mar esté transportando hierro en forma de glacial desde la Antártida hasta el océano Austral. Sería un proceso crucial para la vida marina.
Como solo se trata de una hipótesis seguirán investigando en esta línea y analizarán más a fondo los niveles de hierro de varias muestras que puedan corroborar su ideario.
Fuente: IFL Science