Los propios investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalem (Israel) no se explicaban cómo nadie antes se había dado cuenta de que lo realmente raro es que los pulpos no acabasen hechos un nudo. Porque todos los biólogos marinos saben a que el cefalópodo no tiene un control totalmente consciente de sus ocho tentáculos, como nos pasa a los humanos y a muchos otros animales.
El equipo liderado por Guy Levy y Nir Nesher, del departamento de Neurobiología de esa universidad, sí se lo preguntó y han hallado ahora la respuesta: la piel de los pulpos segrega una sustancia química que avisa a las ventosas de que no deben adherirse a ese tejido, que es el suyo propio.
Binyamin Hochner, investigador principal del Octopus Research Group en el Alexander Silberman Institute of Life Sciences que ha obtenido estas conclusiones, explica que no somos del todo conscientes de dónde está exactamente cada uno de nuestros miembros porque «nuestro sistema motor está basado en una especie de mapa rígido de puntos motores y sensoriales que mantiene las partes del cuerpo coordinado». A los humanos y a muchas otras especies con relativa poca movilidad, con eso nos basta; pero los cefalópodos han tenido que desarrollar esta otra técnica.
Y ésa es también la razón por la que los tentáculos amputados siguen moviéndose hasta una hora después de separarse del cuerpo: porque éste no recibe la «noticia»; y de hecho ese miembro separado sigue evitando engancharse al resto de los tentáculos.
Redacción QUO
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