El proceso que lo permite se basa en pequeños huecos que se crean en la superficie helada. Las oquedades, de hasta tres metros de profundidad, atraen a su interior el aire más caliente y denso de la superficie. El resultado es que el aire que está a una temperatura más baja se queda fuera, se concentra y acentúa la formación de zonas en las que el frío es especialmente intenso.