Siento defraudaros, pero no son las casitas de las aves. Los nidos realizan la función de estaciones de cría, excepto en un par de especies que también duermen en él. Están destinados a acoger huevos y polluelos, hasta que estos se independizan. Por tanto, deben guardar el calor y protegerlos de los depredadores en un espacio suficiente. A partir de esas dos premisas surge una frondosa y ramificadísima variedad de construcciones elaboradas siempre con un reducido juego de herramientas: pico, patas, alas y, quizá, pecho. El material lo proporciona el entorno.
Para descubrir las combinaciones resultantes, el británico Peter Goodfellow ha escudriñado paisajes de todo el mundo, tomando notas sobre usos y costumbres de parejas aladas. Ahora nos ofrece el riquísimo muestrario que ha descubierto en su obra Avian Architecture (arquitectura aviar), aún no publicada en España, para la que ha contado con la supervisión científica de Mike Hansell, profesor emérito de la Universidad de Glasgow (Reino Unido).
Aquí recogemos los casos más llamativos siguiendo la propia clasificación de Goodfellow, según el tipo de nidos. Este profesor de Literatura retirado nos cuenta que sigue fascinado porque «a lo largo de miles de años de evolución, cada especie ha desarrollado un método para construir un tipo de nido claramente identificable, cuyas instrucciones básicas han quedado grabadas en sus genes”.
En forma de cuenco (forrado)
La mayoría de las aves, como el zorzal y esta colibrí de garganta roja, optan por un diseño en forma de cuenco. Con un camuflaje adecuado, pueden cuidar ahí a sus crías durante una infancia larga. Importante: un anclaje seguro a las ramas que los acogen, a base de seda de araña o gusanos, o resina. También un forro mullidito en el interior, que puede obtenerse con pelo, como por ejemplo, el de caballo que suele elegir la curruca capirotada. Deben presentar un aspecto lo más similar al plumaje de sus dueños en el exterior y a la puesta en el interior. A veces son objeto de picaresca: el tordo negro “cuela” un huevo entre los del zorzal. Si este se da cuenta, los cubre todos con un forro y pone de nuevo.
Así lo hace el zorzal común
La hembra de zorzal común comienza una plataforma sobre el tridente de una rama de laurel.
Tras cubrir de musgo la plataforma, va doblando varias veces pajitas secas para formar la taza.
Una corona de musgo ribeteada de hojas y hierba fusionará el nido con el follaje del árbol.
Una capa de unos 8 mm de pulpa de madera forma un interior duro, excepcional en este tipo de nidos.
Su propio pecho, ayudado a veces por las patas, sirve para moldear y dar más suavidad al cuenco.
Todo un dominio de la puntada, los lazos y el tricotado permite a pinzones y oropéndolas, entre otros, crear alojamientos colgantes.
Para ello requieren de una extraordinaria habilidad y rapidez en los movimientos, que ya conocen por instinto pero van perfeccionando con la práctica. Entre los más ingeniosos, el del colibrí Phaethornis augusti, cuya hembra utiliza un contrapeso de barro para darle estabilidad, y el del sastrecillo común, que dobla una hoja y cose sus extremos para luego acondicionar su oquedad con plumón, algodón, hierbas finas o pelo.
Las formas: de copa, de retorta, de péndulo, de riñón…, según la especie.
En este caso, la hembra de oropéndola de Baltimore elige fibras y pelo de color claro para el armazón, que rellena con hierbas, pelaje y pelusas de plantas.
El reyezuelo fija el musgo a la rama con seda de araña.
Va extendiendo la operación a otros palos y fijando bien los nudos de seda.
La capa externa se consigue a base de enganchar musgo y liquen a la red sedosa.
El hueco central queda perfecto a base de presionarlo con el pecho, las patas y las alas.
Los más conocidos para nosotros son los de cigüeña, pero los nidos de plataforma encuentran aceptación entre muchas especies. La mayoría de ellas se limitan a apilar ramas de forma que constituyan un entramado estable. La paloma torcaz lo refuerza añadiéndole heces de los polluelos como adhesivo, y los del águila calva y la pescadora alcanzan enormes dimensiones. El águila dorada se lo toma como una empresa a largo plazo, y la pareja, que suele tener varios, va elaborándolo durante años. Su esfuerzo merece la pena: cuando ya no estén, otras parejas los adoptarán y continuarán la tarea. Se han documentado casos de nidos en uso durante un siglo.
El australiano ganso overo de esta foto solo se reproduce si la época de lluvias es húmeda. El macho prepara el lecho para la puesta de una o dos hembras.
Así eligeel ganso overo los juncos que va doblando sobre un montículo en el centro de una ciénaga.
Jugando con las patas y el pico, va enredando los juncos en una construcción circular.
Al mismo tiempo gira sobre sí mismo, y así consigue tejer una estructura radial.
A medida que aumenta la cantidad de ramas, las pisotea para ir aplastándolas y fijándolas.
El resultado final presenta cierta flotación. De 5 a 14 huevos descansan en una ligera depresión central.
No deberían ser considerados nidos, porque su finalidad no es dar cobijo a los huevos, sino conseguir los favores de una hembra para poder engendrarlos. Sin embargo, estas construcciones que erigen un puñado de especies requieren también un elevado grado de destreza y dedicación. El macho de la Chlamydera gutatta realiza una avenida entre matojos de hierbas secas, cuya base pinta con una mezcla de saliva y hierbas masticadas. Además, la adorna con guijarros, conchas y objetos brillantes.
La ofrenda del Amblyornis inornata, que habita en Nueva Guinea e Indonesia, es una especie de cabañita abierta en la que deposita una gran variedad de objetos coloridos: desde carcasas de insectos a flores y frutos llamativos o heces de otros animales. Puede pasar meses arreglándola y limpiándola.