Los pavos reales obligaron a Darwin a admitir que, si nadie te quiere para el sexo, tus genes no sobreviven
“Solo con ver una pluma en la cola de un pavo real, ¡me pongo enfermo cada vez que miro!”, escribió Charles Darwin en 1860, un año después de publicar su obra monumental, “El origen de las especies”.
No es que Darwin tuviera alergia a los pavos reales, pero los colores brillantes y el tamaño de la cola de estos pájaros suponían un desafío a su teoría de la selección natural.
Uno de los ejemplos más elegantes para explicar la teoría de la evolución es la polilla moteada. Durante milenios, estas polillas se camuflaron perfectamente con la corteza de los árboles, evitando así ser devoradas por los pájaros. Cuando llegó la revolución industrial a principios del siglo XIX, el humo de las fábricas tiñó de negro los árboles, y las polillas de color claro se convirtieron en comida.
Aquellas polillas que eran más oscuras tuvieron más posibilidades de sobrevivir, así como su descendencia, también de color oscuro. El resultado fue que entre 1811 y 1848, en Manchester, cuna de la industrialización en Inglaterra, las polillas dejaron de ser blancas.
Durante su viaje a las islas Galápagos Darwin pudo observar cómo de una sola especie de pinzón se habían desarrollado cientos, adaptadas a diferentes entornos y alimentos. Para Darwin, la fuerza que dirigía la evolución era la supervivencia: conseguir comida y evitar que te coman.
Aquí es donde la cola del pavo real no encajaba. Los colores brillantes eran un reclamo, no solo para las hembras, sino para los depredadores, y lo aparatoso de las plumas hacían más difícil escapar. Esa cola era un despropósito.
Así es como Darwin se vio abocado a hacer un añadido a su teoría de la evolución. Además de la selección natural, la supervivencia de un rasgo determinado también depende de la selección sexual.
La teoría de la selección sexual se publicó en 1871 con el título “El origen del hombre y la selección en relación al sexo”. Aquí se explica cómo las especies animales pueden desarrollar rasgos cuya única función es atraer a una pareja con la que reproducirse. Ser más fuerte, más rápido o esquivar mejor a los depredadores está muy bien, pero si nadie te quiere para el sexo, tus genes desaparecerán.
Ser más fuerte, más rápido o esquivar mejor a los depredadores está muy bien, pero si nadie te quiere para el sexo, tus genes desaparecerán
Pero la selección sexual significaba que las hembras elegían. A pesar de que Darwin se oponía a la esclavitud y nunca estuvo en contra de las sufragistas, era un hombre de su tiempo, y creía que las mujeres eran inferiores a los hombres.
Aceptar que en la naturaleza las hembras tenían el poder para dirigir la evolución de las especies no le resultó fácil, y en su correspondencia escribió la teoría de la selección sexual le había costado dos años de “tremendo esfuerzo” que le había dejado “atontado como un pato, tanto macho como hembra”.
Hoy sabemos que la selección sexual es una parte fundamental de la supervivencia de las especies, y que se da incluso entre las plantas y los hongos. Estudiosos contemporáneos como Geoffrey Miller proponen que la selección sexual es responsable de otros comportamientos humanos no relacionados con la supervivencia, como el sentido del humor, la creatividad, el arte y el altruismo.
Un siglo y medio después, solo podemos reconocer a Darwin la honestidad de mantenerse fiel a la ciencia, incluso en contra de sus propias ideas anticuadas.
REFERENCIAS
Darwin and the Making of Sexual Selection. University of Chicago Press. 2017
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