Las marismas de Cádiz se desvelan como un importante sumidero de carbono azul oculto, según los expertos, imprescindible para mitigar los efectos del cambio climático
El Parque natural de la bahía de Cádiz, con 7000 hectáreas de marismas, acaba de colocarse en el centro del mundo.
(Imagen superior: Bahía de Cádiz. A vista de pájaro 2 D. Alejandro Asencio Guimeral)
Los sumideros de carbono azul son tan eficaces que pueden almacenar hasta 10 veces más carbono que los bosques
La noticia se sustenta en que las marismas, igual que los manglares y otros humedales costeros, son poderosos sumideros de carbono. Enormemente poderosos. Es decir, absorben grandes cantidades de dióxido de carbono del aire, ese CO2 extra que nos tiene en vilo y enciende el cambio climático como una tea. Los sumideros de carbono azul lo almacenan en sus raíces y ramas, y en los fangos que se acumulan a su alrededor. Son tan eficaces que pueden almacenar hasta 10 veces más carbono que los bosques.
A diferencia de las selvas tropicales de “carbono verde”, que almacenan carbono en la biomasa y, por lo tanto, lo liberan cuando los árboles mueren, las plantas de las marismas y manglares almacenan la mayor parte del carbono en el suelo y, si nadie lo toca, permanece enterrado miles y miles de años.
Este súper poder hace que el «carbono azul» (el secuestro y almacenamiento de carbono por los ecosistemas acuáticos) haya ganado puestos en la desbocada carrera hacia el cero neto. Y las “tres grandes” reservas de carbono azul – manglares, marismas y pastos marinos (como las posidonias que aún resisten en el mar Mediterráneo) – son de pronto áreas que urge conservar para mitigar el cambio climático y, cuando se encuentran en estado de abandono, devolver a la vida.
Enfocamos y en Cádiz, en la bahía, hay una enorme extensión de marisma, 7000 hectáreas, que acaban de salir a la luz como zona ecológica de principal interés: es un sumidero de carbono azul de primer orden.
Si en la mente de todos arraigó que la selva amazónica es el pulmón del planeta, la novedad es que marismas, humedales y manglares son la esperanza para aminorar los efectos del cambio climático, engullendo ese CO2 atmosférico que necesitamos retirar de un modo urgente.
«Las marismas están desempeñando un importante papel como sumideros de carbono desde hace miles de años”.
Miguel Ángel Mateo dirige el Grupo de Ecología de Macrófitos Acuáticos (GEMA) del CSIC. Desde los años 1990 su grupo cuantifican los grandes stocks de carbono que acumulan los ecosistemas costeros y muy en particular la fauna marina posidonia oceánica. Mateo y su equipo han participado en el proyecto LIFE Blue Natura. Su tarea ha sido, entre otras, cuantificar cuanto CO2 retienen las marismas en Cádiz y cuánto CO2 incorporan cada año. El equipo del GEMA hizo catas de terreno desde San Juan de los Terreros hasta Cádiz. “Con las catas sacamos muestras de algo que podríamos llamar el humus de la tierra, un conglomerado de raíces, rizomas, restos vegetales y de materia orgánica compuesta entre un 30 y un 50 por ciento de carbono o CO2 equivalente, es el CO2 retirado de la atmósfera. Estas marismas están desempeñando un importante papel como sumideros de carbono desde hace miles de año”.
Las muestra de ese ‘humus’ que llega a su laboratorio las lonchean, centímetro a centímetro, y analizan su contenido en carbono orgánico. «Y lo datamos con carbono 14. ¿Para qué? Para tener el elemento ‘tiempo’, porque queremos saber a qué velocidad se ha ido acumulando ese carbono. El gran valor de las marismas no es lo que puedan incorporar cada año, que es poquito, sino preservar el acumulado», explica Miguel Ángel Mateo.
El proyecto de conservación LIFE Blue Natura, impulsado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), en colaboración con el CSIC, la Universidad de Cádiz, y la Junta de Andalucía, ha reunido a científicos, investigadores y una tercera pata indispensable en esta madeja por mitigar los efectos del cambio climático que nos ahoga: las empresas. LIFE Blue Natura es pionero en medir y ofrecer a corporaciones la posibilidad de financiar proyectos de conservación basados en “carbono azul” en el Mediterráneo. ¿A cambio? A cambio, compensar sus emisiones extra de CO2.
En concreto, LIFE Blue Natura ofrece a las empresas invertir en proyectos de restauración de las marismas mareales de la bahía de Cádiz (también para la recuperación de posidonia en el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar). La ventaja de la empresa que invierta en la restauración de la marisma es que tendrá créditos de CO2, lo que le permitirá compensar sus excedentes.
“El objetivo es que las empresas puedan participar en la conservación del medio ambiente y compensar sus emisiones, de forma voluntaria, a través de la venta de los bonos o créditos de carbono que generan estas iniciativas”, explica Mar Otero, Coordinadora del programa marino y economía azul en UICN-Med.
Hasta una quinta parte de los recortes de emisiones que necesitamos para limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 ° C tendrá que provenir del océano, según el Panel de Alto Nivel para una economía Oceánica Sostenible. La protección y restauración de los ecosistemas de pastos marinos, manglares y marismas saladas, que representan más del 50% de todo el almacenamiento de carbono en los sedimentos oceánicos, podría ayudar a absorber el equivalente a 1.400 millones de toneladas de emisiones al año para 2050, según el panel.
Estos ecosistemas, las salinas de la bahía de Cádiz entre ellos, se encuentran entre los más amenazados del mundo por el desarrollo costero, dañados por la agricultura, las prácticas pesqueras nocivas y la contaminación, por lo que protegerlos y restaurarlos es costoso.
LIFE Blue Natura ofrece a empresas la posibilidad de participar en el proyecto de recuperación de la bahía, y les ofrece la compensación en bonos de carbono azul
«Ahora tenemos en Cádiz una marisma muerta y seca, si restauramos su vegetación, representará muy poquito lo que incorporarán por fotosíntesis cada año. El gran valor es proteger lo que hay. Pero hay dos mecanismos para monetizar el CO2 retenido en la marisma. Uno es por el aporte de CO2 que se consigue al recuperarlas, o bien porque establecer mecanismos de evitación de liberación de carbono”, explica Miguel Ángel Mateo.
«De 140 salinas activas, ahora quedan cinco o seis que producen sal, nada más»
El director Conservador del Parque Natural Bahía de Cádiz, Rafael Martín, comenta en qué estado se encuentran: “Las marismas de la bahía de Cádiz se crearon por acción humana. Fueron los hombres los que generaron los canales para aprovechar las mareas y recoger la sal. Los hombres mantenían abiertos los canales marismales. A mediados del siglo XX se abandonó la actividad salinera, la sal dejó de ser un gran negocio con la llegada de los frigoríficos. Ya no era necesaria la salazón para conservar los alimentos. De manera que de 140 salinas activas, ahora quedan cinco o seis que producen sal, nada más. Estos sistemas salineros, canalizados, al abandonarse, se han secado y se han convertido en escombreras. El proyecto de recuperación de la bahía, de LIFE Blue Natura pretende recuperar estas zonas, abrir de nuevo los canales para permitir la entrada del mar con las mareas, restaurar el flujo de agua que mantenían los hombres al conservar las salinas” explica Rafael Martín.
Casi 1 millón de toneladas durante tres décadas, es el equivalente a las emisiones de gases de efecto invernadero del año de 214.000 coches
Algunos grupos conservacionistas internacionales están ya vendiendo créditos de carbono para financiar su trabajo. Por ejemplo, Verra, una organización sin ánimo de lucro con sede en los EE. UU, administra el estándar de crédito de carbono líder en el mundo. Según Verra, las emisiones de carbono mitigadas por la conservación de los manglares de Cispatá, en Colombia, permitirá la comercialización de un millón de toneladas de CO2 en los próximos diez años. Si hacemos cuentas, casi 1 millón de toneladas durante tres décadas, es el equivalente a las emisiones de gases de efecto invernadero del año de 214.000 coches.
El (UICN-Med) ha redactado el primer “Manual para diseñar e implementar proyectos de carbono azul” en Europa y el Mediterráneo. Y es el primero en tener un marco legal que da seguridad a las empresas que quieran invertir en recuperar las marismas mareales de la Bahía de Cádiz a cambio de créditos en CO2, al amparo de la nueva ley de cambio climático de la junta de Andalucía.
El dinero de las empresas que decidan participar se destinará directamente a la restauración de las salinas de dos zonas próximas entre sí, una marisma desecada, Las Aletas, y otra en el margen norte del río Guadalete, próximo a su desembocadura, en el interior del espacio natural del Parque Natural Bahía de Cádiz que, a día de hoy, es un lodazal lleno de basura.
“A mediados del siglo pasado las marismas de Cádiz empezaron a desecarse y dedicarse a otros usos, hasta que se dieron cuenta de que son grandes stocks y depósitos de CO2 que queremos que sigan enterrados. Si las transformamos para otros usos, corremos el riesgo de que todo el CO2 acumulado, de miles de millones de toneladas, se revierta a la atmósfera”, explica Miguel Mateo.
El mercado de compensación de carbono sigue siendo controvertido. No todos los esquemas son confiables. Sin embargo, el carbono azul podría usarse como palanca para restaurar y conservar partes del océano que de otro modo no recibirían mucha atención. La bahía de Cádiz, esas 7000 hectáreas de paisaje salado que recoge en sus fangos camarones, cangrejos, chirlas, coquinas y navajas, acaba de escalar su valor en bolsa. Su labor milenaria como cementerio de CO2 acaba de situar Cádiz en la lupa que rastrea ecosistemas de gran valor en la batalla por mitigar el cambio climático. Ahora hace falta que se sepa, y que su valor revierta también en economía para sus ciudadanos, uno de los principales objetivos de la mayoría de las propuestas ecologistas que exploran los bonos de carbono azul.
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