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La Ley Antitabaco ha puesto de moda a los cigarrillos electrónicos o «e-cig». Durante el primer mes de la puesta en vigor de esta norma que aumenta la prohibición de fumar, su venta en farmacias se ha disparado hasta un 806% de media respecto a enero de 2009.
Como todo lo que rodea al tabaco, la polémica está servida. La Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ) ha señalado que “no podemos recomendar el cigarrillo electrónico como forma de tratamiento para el tabaquismo y creemos que su utilización no está exenta de riesgos para la salud porque no se ha demostrado todavía su inocuidad”.
Según los responsables de la Separ, en análisis realizados por la organización que controla los medicamentos en Estados Unidos, la FDA (Federal Drug Administration) se localizaban diversas sustancias cancerígenas, y algunos cartuchos contenían y emitían nicotina a pesar de venderse como libres de dicha sustancia. Asimismo, países como Australia, Canadá, Alemania o Suiza han prohibido su venta, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) no permite que se publiciten como tratamiento antitabaco.
En España, se les aplica la normativa general de bienes de consumo y, por tanto, su uso está abierto a todos los establecimientos.
La Separ no ha sido la única organización profesional en alzar la voz contra estos productos. El Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT)también señala la existencia de nicotina y diversos carcinógenos. Por ello, sostiene que no se deberían utilizar en espacios públicos cerrados.
Por su parte, un estudio publicado en 2010 en la revista Nicotine and Tobacco Research señalaba que los cigarrillos electrónicos requieren una succión más fuerte que los convencionales y podrían tener efectos adversos para la salud. Prue Talbot, de la Universidad de California en Riverside (EE.UU.) y autor principal de la investigación, señalaba que es demasiado pronto para saber exactamente qué efectos concretos podría tener, pero podría conducir a fumar de forma compensatoria, como se ha visto anteriormente con los cigarrillos “light”.
No todos los estudios científicos están en contra del “e-cig”. Un reciente artículo del American Journal of Preventive Medicine asegura que son una prometedora ayuda para dejar de fumar. Los responsables del estudio, un equipo de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Boston (EE.UU.) encuestó a 222 usuarios de cigarrillos electrónicos. Al de seis meses de utilizarlo, el 31% de los encuestados afirmó haber dejado de fumar, mientras que casi el 67% aseguró haber reducido el número de cigarrillos convencionales.
Sus defensores aseguran que el cigarrillo electrónico posee unas supuestas ventajas que lo hacen idóneo para abandonar el nocivo hábito de fumar: no es un producto adictivo, no se fuma, sino que se «vapea» (se inhalan vapores aromatizados), y se puede utilizar en cualquier lugar, permite ahorrar hasta un 60% del dinero que se destina a los cigarrillos normales, y se pueden comprar con distintas ofertas que rebajan su precio.
El “e-cig” es un aparato electrónico que simula la apariencia de un cigarrillo convencional. Posee un cartucho en cuyo interior se vaporiza un líquido. El cartucho se activa en cuanto su usuario lo inhala, de manera que hay que sustituirlo por otro cuando se consume. Su duración es similar a la de 20 cigarrillos convencionales. La mayoría de los cigarrillos electrónicos funciona con una batería recargable. Su precio oscila entre los 50 y 70 euros, según el modelo, y se venden en farmacias e internet. Los cartuchos se venden en cajas de cinco a diez recambios por unos ocho euros. La web Consumer ofrece una infografía en la que explica sus principales detalles.
Redacción QUO
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