David siempre ha sentido que su pierna derecha no formaba parte de su cuerpo; en las fotos de su infancia aparece con un gesto esquivo con el que retrasa este miembro disimuladamente. Entonces, ya entendía que su relación con su pierna no era normal. Era un niño completamente sano pero, de forma secreta, cada día se despertaba deseando que hubiese desaparecido. Tardó mucho en confesarlo porque pensaba que le iban a tomar por loco, que le encerrarían en cualquier sitio.
Un día tuvo un accidente e hizo lo posible por perder esa pierna, pero los médicos hicieron bien su trabajo y no lo consiguió. ¿Cuál es la causa de esta obsesión?
Sufre un raro síndrome denominado trastorno de identidad de la integridad corporal (BIID por sus siglas en inglés). Quienes lo sufren son personas normales, pero sienten unas ganas irrefrenables de quitarse un miembro del cuerpo, normalmente extremidades. Su presencia les hace sufrir hasta tal punto que hay casos en los que el enfermo se ha pegado un tiro o se ha tumbado en las vías de un tren para provocar que le sea amputado.
[image id=»62302″ data-caption=»Paralítica por decisión. Chloe Jennigs-White es una mujer estadounidense que también padece BIID. En su caso, se ha inmovilizado ambas piernas y vive pegada a una silla de ruedas. Solo la deja para practicar esquí.» share=»true» expand=»true» size=»S»]Los psiquiatras equiparan el sentimiento de angustia de estas personas con el que sienten quienes creen haber nacido con el sexo equivocado. Un equipo de investigadores de la Universidad de San Diego, liderados por el neurocientífico R.V. Ramachadrán, piensan que este trastorno tiene su raíz en una disfunción en el lóbulo parietal del cerebro.
En varios experimentos realizados a pacientes de BIID han detectado que quienes sufren este problema no registran actividad cerebral cuando se les toca el miembro odiado. Lo que hace pensar a los expertos que para su cerebro esa pierna o ese brazo no existen.
David al fin lo consiguió: un buen día, cuando los niños se habían ido al colegio, metió la pierna en un bidón con una sustancia química que expuso su miembro a temperaturas por debajo de 73ºC. Cuando la sangre dejó de fluir, supo que el objetivo estaba cumplido y comprobó que la pierna estaba congelada. Después, esperó varias horas para asegurarse; cuando llegó al hospital, los médicos ya no pudieron hacer nada. Así que cuando le comunicaron con pena que habían tenido que amputar, le estaban dando la mejor de las noticias.
Redacción QUO
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