A Enrico Fermi, el físico que desarrolló el primer reactor nuclear del mundo, le fascinaba la Divina Comedia, en la que su autor, Dante Alighieri, atraviesa el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Veía en ella una alegoría de la energía atómica, capaz de lo peor y de lo mejor. El infierno lo vivieron en Hiroshima y Nagasaki, y Fermi esperaba que la sociedad viera la otra cara, la del Paraíso. En la Divina Comedia, Dante se encuentra allí con su amada Beatriz, cuyo nombre significa “la que da felicidad”, lo mismo que Fermi veía en la nueva energía. Como en la comedia, el final podía ser feliz.
Tras el accidente de Chernobyl en 1984, las nucleares parecían heridas de muerte, pero en los últimos años la escalada de precios de los combustibles fósiles, el brutal crecimiento de la demanda energética y el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero ha hecho a muchos países fijarse de nuevo en ella.
¿Nucleares sí o nucleares no? Antes de contestar, lo que muchos reclaman es un informe de situación de las centrales en España. Cuarenta años después de que se pusiera en marcha la primera, se preguntan si hoy las centrales pasarían la reválida. ¿Se merecen un suspenso o aprobarían el examen con nota?
España no es ajena a un debate que el Ejecutivo socialista parecía dar por zanjado cuando Zapatero presumió ante un grupo de ecologistas de ser “el más antinuclear del Gobierno”. Sin embargo, el hecho de que no se haya fijado un calendario de cierre de los reactores ha planteado dudas sobre la decisión de prescindir de este tipo de energía dentro de 20 años, que fue el compromiso del PSOE. Carlos Bravo, portavoz de Greenpeace, habla de “una voluntad política solo de palabra”.
Europa, en los pirineos
El retraso en el desmantelamiento coincide con unas declaraciones este verano de Felipe González –el presidente que decretó una moratoria nuclear en 1983– que han dado alas a los partidarios de la opción atómica: “Hay que volver a replantearse la energía nuclear. No se puede decir ‘no’ a la nuclear, pero ‘sí’ a comprarla 100 kilómetros más allá, en Francia”. Apenas adquirimos electricidad gala, pero las palabras del ex presidente ponen en evidencia un grave problema de nuestro país: su dependencia energética. El 81% de lo que consumimos procede del exterior, frente al 52% de la media de los países de la Unión Europea y el 51% de Francia, el abanderado de la energía nuclear, cuya producción eléctrica es en un 76% de origen atómico.
A la dependencia se une un segundo problema, que la agrava y que el profesor Valentín González, director de la revista Química e Industria, denomina “la insularidad energética de España”. Europa empieza en los Pirineos, lo que nos hace muy vulnerables, porque, en el caso de necesitar electricidad en cantidades importantes, no disponemos de una vía de suministro capaz: “Nos interesaría estar conectados a una red transfronteriza equivalente a la que existe en España, pero la conexión que tenemos con Francia tiene muy poca capacidad”. El panorama que algunos vislumbran para nuestro país, en cuanto a la dependencia, es similar al de Italia, con la diferencia de que la península itálica sí está integrada en una red eléctrica europea. Ambas asignaturas, la supeditación energética y la “insularidad”, puntuarían en un examen a favor de la energía nuclear.
¡Oh, la France!
La “independencia” de Francia la ha convertido a los ojos de algunos países en un modelo a seguir. Incluso por Estados Unidos. John McCain propuso en su campaña electoral la construcción de 45 centrales nucleares en 20 años con este argumento: “Voy a conducir a este país a la independencia energética, y lo voy a hacer de una manera realista”. Obama, en cambio, apuesta por las energías alternativas.
En España, el Foro Nuclear, portavoz de las centrales, no se plantea un objetivo tan ambicioso. Pide que se duplique el número de reactores para garantizar la seguridad en el suministro, que ve en riesgo con el modelo propuesto por el Gobierno. “Con lo que proponen los defensores de las energías renovables no sería posible atender la demanda; nosotros defendemos un modelo en el que un tercio de lo que consumimos proceda de la energía nuclear (ahora, un 18%), otro de las energías renovables y otro de fuentes convencionales”, apunta su presidenta, María Teresa Domínguez.
Sin embargo, un estudio del Instituto de Investigaciones Tecnológicas (IIT) de la Universidad Pontificia de Comillas demuestra que la combinación de distintas fuentes alternativas (solar, termoeléctrica, eólica, biomasa, etc.) aseguraría el suministro 24 horas al día durante los 365 días al año. La clave está en el plazo que se fije para que esto sea posible: ¿20, 30 ó 50 años? Según Valentín González: “La energía nuclear es algo que tenemos en la paleta de materias primas y debemos utilizarla; de momento no se puede sustituir, pero eso cambiará dentro de unas décadas”.
El “plazo razonable” que el profesor González prevé para que la oferta energética cambie “radicalmente” es entre 30 y 50 años. Greenpeace y otras organizaciones ecologistas quieren acelerar este proceso. Uno de sus argumentos más recurrentes, la falta de seguridad de las centrales, se ha visto reforzado tras los incidentes encadenados que han ocurrido este verano en las centrales de Ascó, Cofrentes y Vandellós. “En Ascó llegaron a alterarse los monitores de detección de la radiación, un síntoma de la pérdida de cultura de seguridad que se está produciendo; en todos los países se van reduciendo las inversiones en matenimiento”, apunta Carlos Bravo, de Greenpeace.
Incidencias o desviaciones
Estos sucesos se suman a los sonoros y reiterados tirones de orejas del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) a las compañías que las gestionan. El año pasado las acusó de primar la productividad sobre la seguridad, y en agosto les exigió que invirtieran más en este concepto. “Es inaceptable que las nucleares no aprendan de los errores cometidos”, declaró entonces el subdirector del CSN, Javier Zarzuela.
“El mantenimiento de una central puede ser perfecto, muy bueno o bueno, y precisamente por el impacto negativo que tiene en la gente un percance, tendrían que cuidarla más”, argumenta Valentín González. En ese apartado, el examinador, el CSN, ha suspendido sin paliativos a las nucleares, con multas históricas por fallos en la seguridad.
Los sucesos en las centrales se clasifican con una escala internacional (INES) que mide su gravedad entre el 0 y el 7. Los que no influyen en la seguridad se clasifican en el nivel 0 y se consideran “desviaciones”. Las centrales no están obligadas a notificarlos al Consejo de Seguridad Nuclear, lo cual genera diferencias de interpretación; o, visto de otra forma, propicia cierta “picaresca” por parte de las centrales al clasificar algunas incidencias. Según Greenpeace, a las nucleares les sale muy barato invertir poco en seguridad. La sanción máxima que puede proponer el Consejo de Seguridad Nuclear es de 30 millones de euros, el equivalente a un mes de facturación de una central.
Cada nuclear gasta de media entre 12 y 20 millones de euros al año en mantenimiento. ¿Suficiente? Según María Teresa Domínguez, presidenta del Foro Nuclear: “Las estadísticas de sucesos en las centrales españolas, similares a los de los países más avanzados y sin trascendencia para la seguridad, demuestran que sí”.
Basándose en estos datos, las eléctricas que gestionan el parque nuclear español pretenden que se las autorice a ampliar la vida útil de los reactores –prevista para 4 décadas– hasta los 60 años, como ha ocurrido con el parque nuclear de otros países. Lo primero, dicen, es la seguridad, pero también hay un factor económico: el funcionamiento de los ocho reactores operativos en España representa alrededor de un 25% de lo que costaría levantar una nueva central nuclear, unos 3.000 millones de euros (las que construye Finlandia ya acumulan un sobrecoste de 1.500 millones).
Cumplir con Kioto
Según el Foro Nuclear, la continuidad de las centrales contribuiría además a limitar las emisiones de CO2 (el último año subieron en España un 1,6%) en un momento de fuerte crecimiento de la demanda energética. Sin embargo, algunos expertos, como Valentín González, consideran que esto no deja de ser una solución cómoda, impropia de una sociedad tecnológicamente avanzada. Es como si se renunciara a solventar los problemas con imaginación y se recurriera a lo que se tiene más a mano: “No me parecería bien que utilizáramos energía nuclear para alcanzar los objetivos de emisiones de CO2, que en realidad es lo que intentamos evitar. Habría que investigar en un combustible para los coches del futuro como el hidrógeno, y entonces no emitiríamos CO2 al ambiente”.
Pero el coste que para muchos países supone cumplir con los compromisos de Kioto hace que estén optando por esta solución. Otros lo hacen para cubrir su imparable crecimiento. China ha anunciado la construcción de 50 centrales en 20 años. ¿Cuántas haría falta construir para cubrir la demanda? Según los expertos, unas 4.500, cuya construcción, además, dura más tiempo que las plantas de fuentes alternativas. Aparte de China, otros 35 países se han incorporado a un club, el nuclear, que, sin embargo, pierde peso en el mundo. La demanda energética aumenta, pero se cubre con otras fuentes; el número de reactores en el planeta se mantiene estable en torno a los 440.
El porcentaje de electricidad que tiene su origen en la energía atómica también sigue bajando en España; ya ha sido superado ampliamente por las alternativas: un 18% nuclear frente a un 23% renovable. ¿Cuál es el motivo? En opinión de Carlos Bravo, de Grenpeace: “No es rentable; sus costes fijos son enormes”.
Construir una central
El precio de levantar una nueva central está condicionado por el número de reactores similares construidos, pero el precio estándar alcanza los 3.000 millones de euros. “A eso hay que unir otros 13.000 millones que costará hasta el año 2070 la gestión de los residuos que generan, incluida la construcción de un Almacén Temporal Centralizado”, añade Carlos Bravo. Y sin embargo, las compañías eléctricas insisten en su construcción, aunque es cierto que bajo ciertas condiciones. Lo que reclaman es un “marco regulatorio estable”, es decir, un escenario similar al de Francia, donde al margen del partido que gobierne, la posición del Estado con respecto a la energía nuclear no cambia.
Las nucleares no producen CO2, pero generan residuos; construir nuevas plantas garantizaría la independencia energética de España, y en general son seguras, pero su envejecimiento las hace menos eficaces, y en su gestión la productividad prima sobre la seguridad. Zapatero no ha fijado un plazo para desmantelar los reactores, pero en el Financial Times aseguró: “España no construirá más centrales, debido a sus altos costos y a que nuestro país, proclive a la sequía, no tiene suficiente agua para refrigerar los reactores”. ¿Debate cerrado? Carlos Bravo, de Greenpeace, dice estar dispuesto a él si se basa “en verdades”. Y apunta una: “El envejecimiento de las centrales y las deficiencias técnicas y de mantenimiento podrían dar lugar a un Chernobyl”, el infierno de la Divina Comedia. En cambio, para Valentín González: “No se conocen muertos por accidentes nucleares; sin embargo, tenemos miles de muertos por accidentes de tráfico y no por eso dejamos de usar el coche”. No es el paraíso al que llegó Dante, pero tampoco es el infierno.
Redacción QUO
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