Ser vegetariano o vegano parece una tendencia en alta en nuestra sociedad. La mayoría de las veces, las personas fundamentan esa decisión en razones éticas con respecto a los animales. Otros, a consecuencia de su religión y muy pocos aludiendo a la salud. El caso es que, según una nueva investigación realizada por científicos de la Clínica Mayo de Arizona, las personas que eligen el vegetarianismo o el veganismo como formas de vida tienen una ventaja sobre los carnívoros: viven de media cuatro años más.
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores contaron con una base de datos con la historia clínica de nada menos que un millón y medio de personas. Los autores analizaron seis estudios en los que se evaluaban los efectos de la carne y el impacto en la mortalidad de las dietas vegetarianas con el objetivo de poder asesorar a los médicos de atención primaria sobre si deben recomendar a los pacientes comer carne o, por el contrario, desanimarles. ¿Su recomendación final? Los doctores deberían aconsejar a todos los pacientes que limiten el consumo de productos de origen animal siempre que sea posible y que consuman más verduras.
Según explica Brookshield Laurent, profesor de medicina familiar y ciencias clínicas en el Instituto Tecnológico de Nueva York a Science Daily, «estos datos refuerzan lo que intuíamos desde hace mucho tiempo: nuestra dieta tiene un gran potencial para hacer daño o curar. Esta evidencia puede ayudar a los médicos a asesorar a los pacientes sobre el papel tan importante que juega la dieta. Esto mejoraría la atención preventiva, uno de los pilares de la filosofía de la medicina osteopática».
El estudio, publicado en el Diario de la Asociación Americana de Osteopatía, asegura que la carne roja o procesada aumenta de forma significativa el riesgo de mortalidad por cualquier causa así como también distintas enfermedades cardiovasculares. Aunque los datos para Estados Unidos y las poblaciones europeas difieren en cierta medida, sí que nos pueden servir de orientación. Los datos de este nuevo estudio van en la misma línea que otros realizados anteriormente. En 2003, por ejemplo, tras evaluar a 500.000 personas que comían carne de forma ocasional durante un mínimo de cinco años y un máximo de 28, los investigadores se percataron de aquellos que consumían carne procesada (bacon, salchichas, jamón, salami…) o carne roja no procesada (sin curar, vaca, cerdo, cordero…) tenían una menor esperanza de vida que los que limitaban su consumo o lo eliminaban de su dieta. Aquellos que solo comen estos productos de forma ocasional tienen un 25% de menos riesgo frente a los que mantienen un consumo elevado: el 50%.
Otro meta-análisis realizado hace un par de años, examinó las relaciones existentes entre la carne y la mortalidad por enfermedad cardiovascular y cardiopatía isquémica. En dicho estudio, elaborado a partir de los datos obtenidos en un millón y medio de personas, los investigadores también concluyeron que la carne procesada aumentaba significativamente el riesgo de mortalidad por múltiples causas.
Según explican los científicos de la Clínica Mayo, los resultados de estos estudios mencionados son estadísticamente significativos, ya que coinciden entre sí. Además, agregan que la esperanza de vida de las personas que llevan manteniendo una dieta vegetariana por más de 17 años aumenta unos 3,5 años con respecto a los ‘recién llegados’.
En contra de este tipo de estudios, también ha habido resultados. En 2014, la Universidad Médica de Graz (Austria) concluyó que los vegetarianos son menos sanos y viven mucho peor que las personas que consumen carne. Según explicaban en la investigación, estas personas son más proclives a padecer cáncer, alergias o problemas de salud mental. En octubre de año pasado, un anuncio realizado por la OMS y algo reintrepretado por los medios de comunicación hizo cundir el pánico entre los aficionados a la panceta por su probable relación con el cáncer. Por suerte, nuestro compañero Darío Pescador nos dio razones para dejar de preocuparnos.
Fuente:
Is Meat Killing Us? The Journal of the American Osteopathic Association, May 2016, Vol. 116, 296-300
Redacción QUO
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