Antes era cosa de unos pocos, pero cada vez más mujeres deciden llevarlo a cabo. ¿Sus beneficios? Para ellas es una forma de prevenir la depresión postparto y otras complicaciones derivadas del mismo (recuperación del útero, segregación de leche a las mamas). Además, entienden el proceso como el cierre de un círculo en torno al nacimiento de un nuevo ser humano en el cual, la ingesta es el último paso, aportando energía ya no solo a la madre sino al resto de la familia que se sume a la experiencia.
La forma de comerla es variada. Desde congelarla y tomarla en rodajas metida en batidos, como liofilizarla para convertirla en polvo, el cual se encapsula y se ingiere en pequeñas dosis las semanas siguientes al embarazo. Una técnica de la que ya ha presumido Kim Kardashian y que ha servido de modelo para muchos otros que han seguido sus consejos. Pero los doctores tienen algo que decir sobre ello: no es bueno comerse la placenta.
Según un último estudio realizado por el doctor Amos Grünebaum, del Weill Cornell Medical College de Nueva York, esta práctica puede acarrear problemas a la madre como al bebé, el cual se alimenta de ella a través de su pecho. Al parecer, no aporta ningún beneficio probable y la lista de puntos negativos se alarga, sobre todo si la placenta no es cocinada de forma adecuada (en caso de comerla como plato). Una cocción baja puede hacer que las posibles bacterias que residan en ella no acaben por morir e infecte a quien la ingiera. De hecho, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos apunta que para que fuera “sano”, al menos “debería ser calentada a unos 55 grados centígrados durante al menos 2 horas”.
A pesar de que se caliente de forma adecuada, la CDC advierte que los metales pesados y las hormonas pueden resistir esas altas temperaturas y afectar, por tanto, a las madres. Algunas de ellas apuntaron tener fuertes dolores de cabeza, los cuales se creen pueden ser causados por el Cadmio que habría en la placenta cocinada.
Otros problemas derivados tienen que ver con el aprovechamiento económico. Según el doctor Grünebaum: “La gente que dice a las mujeres que deben comer sus placentas hacen dinero con ello. El proceso cuesta entre los 200 y los 400 dólares (de 170 a 340 euros)”.
Fuente: Live Science
Alberto Pascual García
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