El pasado 23 de octubre falleció Christian Kandlbauer. Quizá a muchos su nombre no les diga nada, pero para cientos de personas era todo un símbolo, ya que se trataba del primer conductor biónico. Este austríaco había perdido las extremidades superiores en 2006 por una descarga eléctrica, y le fueron sustituidas por dos prótesis. Una de ellas era un brazo mecánico cuyos movimientos dirigía únicamente por control mental, lo que le permitió recuperar su trabajo como mecánico.
Christian, además de un símbolo, era uno de los pioneros de una nueva generación que el biólogo francés Serge Picaud, investigador del Instituto de la Visión de París, ha definidido como “los hombres mecánicos”: personas que han sufrido mutilaciones, o que padecen minusvalías como la ceguera, y que encuentran en la tecnología de última generación el remedio
En el Instituto de la Visión de París han conseguido un milagro: que cinco pacientes (en todo el mundo hay 32) invidentes puedan “volver a ver”. Todo, gracias a una prótesis de retina llamada Argus II. El ingenio consiste en una videocámara acoplada a unas gafas que convierte las imágenes captadas en impulsos eléctricos que son enviados a un chip con una matriz de electrodos implantada en la retina del paciente. Así se consigue que los impulsos luminosos se transformen en eléctricos para poder estimular las neuronas de la retina, lo que genera las respectivas percepciones luminosas en el área de la visión del cerebro.
Evidentemente, y al menos de momento, el paciente no recupera la visión total (eso sería un milagro), pero sí que puede percibir las formas, los volúmenes, los colores e incluso le es posible llegar a distinguir los contornos de las letras de gran tamaño. La mala noticia es que, al menos por ahora, esta tecnología solo es aplicable a pacientes de retinitis pigmentaria, una afección ocular que lesiona algunas de las capas de la retina, pero no los fotorreceptores, que pueden ser estimulados mediante el implante ocular.
Pero para José Alain-Sahel, director del Instituto de la Visión, todo es cuestión de tiempo. “Estamos trabajando en un nuevo proyecto”, explica, “para crear los implantes de futura generación, que van a permitir estimular de manera mas fina y selectiva las neuronas de la retina que después transmiten la señal hasta el cerebro visual. Y cada microelectrodo nuevo estará fabricado con diamante, y será tridimensional… Es una investigación que está dando sus primeros pasos, pero que abre las puertas a un futuro muy esperanzador.”
Que en la vida a veces hay que retroceder un paso para avanzar dos es algo que Sven Zarlig tiene claro. Aunque este austríaco lo dice en sentido literal. Amputado de la pierna izquierda desde los ocho años, lleva 30 trabajando en dispositivos mecánicos que suplan la extremidad que le falta. El último es una prótesis llamada Genium, que le permite algo sencillo para el resto: caminar en todas direcciones.
El funcionamiento de este dispositivo se basa en diez microprocesadores que miden el movimiento angular que inicia el paciente con la pantorrilla para “adivinar de una manera intuitiva” lo que quiere hacer. “Es una pierna realmente inteligente”, aclara Zarlig.Así, el aparato se prepara para caminar, subir una escalera o una rampa sin necesidad de que el usuario tenga que darle órdenes específicas. “Permite cambiar del paso corto a la zancada, del paso lento a la carrera, y como novedad, ir marcha atrás, algo que hasta ahora no puede hacer ninguna otra prótesis”, explica Zarlig. Gracias a ella, el paciente se mantiene de pie apoyado en una sola pierna, monta en bicicleta y sortea cualquier obstáculo.
La prótesis le permite, además, caminar a un ritmo de nueve kilómetros por hora, el doble que la marcha normal de un adulto. Pero el dispositivo, que se carga en dos horas y tiene para cinco días de autonomía, permite ir a cinco veces esa velocidad. “Y 45 kilómetros por hora ya es más de lo que corre Usain Bolt”, afirma Zarlig. “Si el usuario no puede ir a esa velocidad, no es porque la prótesis no sea capaz, sino porque su cuerpo no lo soportaría.”
Y adentrándonos ya en un terreno que parece propio de la ciencia ficción más exagerada, José del R. Millán, profesor en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, Suiza, ha diseñado una silla de ruedas que puede moverse con el pensamiento. Pese a lo asombroso del concepto, su tecnología es bastante más simple de entender de lo que parece.
El paciente va equipado con un casco que realiza un encefalograma continuo de su cerebro y traduce sus estímulos neuronales, que, transmitidos a un pequeño ordenador conectado a la silla, permite interpretar sus órdenes. Así, al sujeto le basta con pensar que quiere moverse a la derecha para que la silla lo haga. El ingenio (que será comercializado, si todo va según lo previsto, en 2012) está equipado además con dos cámaras de vídeo laterales que captan cualquier obstáculo y permiten esquivarlo sin que el paciente tenga siquiera que dar las órdenes precisas para ese efecto.
Las fronteras de la medicina y de la robótica se confunden, por tanto, en esta nueva revolución sanitaria que puede cambiar de forma trascendental la vida de millones de personas afectadas por mutilaciones y diversas minusvalías. “Y esto es solo el principio”, explica el biólogo Serge Picaud. “La interfaz hombre-máquina sigue una senda muy precisa: la simbiosis de la tecnología con los tejidos vivos hasta el punto de que no habrá distinción entre ellos. Sé que suena a fantasía, y aún estamos lejos de lograrlo. Pero el progreso es imparable.”Si el experto está en lo cierto, ese futuro día podremos decir que los ciegos por fin ven y los inválidos andan. El milagro, científico eso sí, se habrá hecho realidad.
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