¿Estás decaído y apático? ¿Duermes mal y te enfadas por cualquier cosa? ¿Tu apetito sexual ha disminuido? Aunque pudiera parecerlo, no estoy describiendo el síndrome premenstrual, sino algunos síntomas del denominado síndrome de déficit de la testosterona, que los expertos aseguran sufre el diez por ciento de la población masculina mundial.
“El hombre tiene un ritmo hormonal que varía a lo largo de su vida y que no tiene que ver con la reproducción, como sucede en la mujer”, asegura Ana Puigvert, presidenta de la Asociación Española de Andrología.
Y cuando hay menos de 8 nanogramos por mililitro de esta hormona pululando por su organismo, sufre estos síntomas, que a menudo se confunden con otras enfermedades, como ansiedad y depresión. “Algo que se soluciona con una simple sustitución de la testosterona perdida con un tratamiento hormonal”, asevera Puigvert.
De hecho, hace poco, el cantante Robbie Williams aseguró haber padecido este síndrome. Según sus declaraciones a la revista británica Esquire, su médico le aseguró que tenía la testosterona de un hombre de 100 años, y que desde que se ha puesto en tratamiento le ha cambiado la vida. “Sobre todo, sexualmente”, apuntó.
Además, según el andrólogo Ignacio Moncada: “Hay prácticas relacionadas con el ambiente que permiten ascensos y descensos de esta hormona. Practicar más sexo, hacer deporte y una buena alimentación pueden ayudarnos a mantener los niveles de testosterona en su estado óptimo”.
Incluso hay estudios que aseguran que dormir entre 6 y 8 horas, y controlar el estrés también benefician la segregación de testosterona. Vamos, una receta mágica para casi todo. Pero ¿por qué es tan importante esta hormona en la vida del hombre?
Esencia masculina
Ya en el vientre de la madre, hasta que a las cuatro semanas de gestación comienza la producción de testosterona, cualquier embrión humano es en esencia una mujer. Y es solo gracias a esta hormona que el proceso vira hacia la formación de un varón. Se produce así la primera aparición estelar de la testosterona en tu vida. Tal es la influencia de esta hormona en esta etapa que, según los científicos, es la culpable de que los niños jueguen a la guerra y las niñas a las casitas. Una investigación realizada en la Universidad de Texas A&M mostró a 21 niños y 20 niñas entre 3 y 4 años a imágenes de balones y muñecas, y determinó que aquellos que habían sido expuestos a mayor cantidad de testosterona en el útero tenían una clara preferencia por los juguetes típicamente masculinos. Pero esto no es todo.
Pubertad infantil
Durante el primer año de vida, el bebé varón pasa por lo que se denomina “pubertad infantil”. ¿En qué consiste? Pues según Louanne Brizendine en su libro El cerebro masculino: “En que su cerebro contiene tanta testosterona como la que tendrá de adulto. Gracias a ella desarrollará los circuitos neuronales que definen la conducta exploratoria típica de los bebés y los movimientos musculares bruscos”.
Entonces, el bebé entra en una especie de letargo hormonal, la infancia, hasta que a los nueve años comienza otro repunte en la producción de testosterona, que entonces llega a multiplicarse por veinte. Es el inicio de la adolescencia, en el que la hormona masculina colabora en la formación de las características físicas que darán paso al hombre sexualmente activo y a los circuitos nerviosos que definirán sus funciones biológicas. ¿Cuáles? La detección rápida de las hembras, el deseo sexual y la defensa del territorio.
Más tarde, al llegar a la madurez, los niveles de testosterona se mantendrán más o menos estables para alcanzar los objetivos prioritarios en esta etapa: alcanzar el éxito social y encontrar una pareja estable.
Una vez conseguidas ambas metas, se produce otro descenso en la producción de esta hormona, que marca sus niveles más bajos cuando llega la paternidad.
Hombres duros
Y es que la naturaleza es sabia, y cuando un hombre tiene un hijo empieza a segregar otras hormonas (la prolactina y la oxitocina) que le ayudarán a criar y proteger a su vástago. Así que parece que, al final, la ciencia ha demostrado que los hombres tienen comportamientos regidos por estas moléculas que recorren su torrente sanguíneo. Estudios de endocrinología del comportamiento sugieren que niveles altos de testosterona están asociados con menor receptividad a las señales afectivas, que facilitan comportamientos empáticos. Así, según un estudio de la Universidad de Colombia publicado en Journal of Experimental Social Psychology, los altos niveles de testosterona conducen a tomar decisiones de una manera menos afectiva, más práctica. Quizá ahí resida la fama de los hombres de ser más prácticos que las mujeres.
De hecho, cuando el hombre va cumpliendo años y se reducen sus niveles de testosterona emprende proyectos más utópicos, relacionados con los afectos. Y es que a esas edades la testosterona deja paso a otras hormonas, como la oxitocina y los estrógenos, habitualmente relacionadas con la mujer.
La tercera fase
En la práctica, estos cambios bioquímicos se traducen en actitudes más femeninas. Por eso es habitual ver cómo en la vejez hombres rudos en su juventud se “ablandan” mucho y comienzan a tener muestras de cariño antes impensables.
Hay estudios que incluso corroboran que los hombres maduros mejoran su capacidad para leer las expresiones faciales de los otros; es decir, tienen más empatía. En realidad, en cuestiones de testosterona es como una vuelta a la infancia. Hormonalmente hablando, claro.
Por eso, el debate entre los expertos está actualmente en si esta reducción de testosterona que se produce con la edad no debería ser considerada como una enfermedad que tratar, sino como un signo del envejecimiento más, al que hay que dejar seguir su curso.
Según el andrólogo Ignacio Moncada: “A partir de los 48 o 50 años la mayoría de los hombres empieza a reducir su producción de testosterona a razón de un 1% anual. Esto se traduce en cambios físicos, como crecimiento del abdomen, cansancio, falta de apetito sexual, pérdida de memoria y de sueño; así como otros psíquicos, como depresión e irritabilidad”. Así, la doctora Puigvert apunta: “Creo que, a partir de los 48 años, al igual que se pide un análisis de medidores tumorales para detectar el cáncer de próstata, debería pedirse uno de testosterona biodisponible. Algo que es posible con solo pedírselo a nuestro médico de cabecera o dirigirse a un especialista, un andrólogo o endocrino”.
Por último, aunque como hemos visto su importancia es innegable, no es culpable de todo lo que se le achaca.
Tradicionalmente, la literatura científica ha asegurado que la testosterona era la mecha que encendía la agresividad. Sin embargo, estudios recientes afirman que no es cierto.
Ni agresiva, ni cancerígena
Uno de ellos, realizado en la Universidad de Zúrich, concluye: “La testosterona induce al comportamiento antisocial en los seres humanos, pero más a causa de nuestros propios prejuicios sobre sus efectos que a causa de un actividad biológica real”.
En este experimento se dio, o bien testosterona, o bien placebo a 120 individuos y se analizó su conducta posterior en un juego. Resultó que, sorprendentemente, fueron los del placebo los que finalmente eran más agresivos.
De hecho, según Puigvert: “Esta idea viene de estudios realizados en la década de 1980, en los que se halló que varios asesinos en serie tenían niveles altos de testosterona. Estudios que no son de fiar, porque en esa época las mediciones hormonales no eran muy exactas y no había un consenso científico al respecto”.
Otro de los bulos más extendidos es la relación entre los tratamientos con testosterona y el cáncer, sobre todo el de próstata. Según Puigvert: “Esta creencia se debe a un artículo publicado en los años 50 que describía el caso de un solo hombre que estaba siendo tratado con testosterona y desarrolló este cáncer. Pero actualmente se ha demostrado ya que hay más tasa de cáncer entre quienes tienen niveles bajos de testosterona que entre quienes los tienen normales”.
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