Dos personajes murieron en 1926 y 1930. Fueron Harry Houdini y Arthur Conan Doyle. Ambos estuvieron unidos por una amistad basada en un interés común, la ouija, aunque discrepaban en sus opiniones sobre el tema. Houdini pensaba que era una patraña. El escritor escocés, por el contrario, traumatizado por la muerte de un hijo en la I Guerra Mundial, creía sinceramente que se trataba de un método para contactar con los espíritus.
En 1922, ambos pasaron unos días juntos en Atlantic City. En un momento dado, el escritor invitó al escapista a que le acompañara hasta un habitación en la que estaba su mujer. Para convencerle de la verdad del espiritismo, Lady Jean intentó contactar con la madre de Houdini… y lo logró. Combinando ouija y escritura automática, logró materializar a la difunta, algo que no gustó nada al ilusionista. Primero, el “espíritu” hablaba un perfecto inglés, mientras que la madre de Houdini era semianalfabeta y solo sabía alemán. Además, el mensaje venía de alguien con fuertes convicciones cristianas, y ella era judía. El “numerito” no gustó nada al mago, pero prefirió olvidarlo. Ese fue el primero de una larga serie de desencuentros que acabó costándoles la amistad.
Se dice que el origen de este “juego” espiritista se remonta a la antigua Grecia, pero su uso se popularizó en 1891, cuando fue patentado por Eliah J. Fund. El empresario afirmaba que el nombre, ouija, era una enigmática palabra egipcia que significaba “mala suerte”. Pero, años después, uno de sus socios, William Fuld, reveló que era mentira, que solo se trataba de un truco publicitario y que en realidad se les había ocurrido juntando los terminos oui y ja, que significan “si” en francés y alemán.
La tabla responde correctamente
En EEUU hay una decena de compañías que comercializan distintos modelos de ouijas, algunas incluso con aplicaciones para descargar en el móvil o el ordenador. Conan Doyle jamás habría sospechado que los espíritus mandarían mensajes de texto desde el más allá.
Aunque tampoco sospechó que la ciencia le iba a dar la razón (al menos en parte).
Y es que el tablero realmente funciona; aunque no para lo que los creyentes en los fenómenos paranormales afirman. Los investigadores Ron Rensik y Hélène Gaochou, del Visual Cognitive Lab de la British Columbia University, realizaron en Canadá un sorprendente experimento que les llevó a penetrar en los misterios de la ouija para averiguar si el puntero de la tabla se mueve de forma errática o lo hace siguiendo alguna lógica.
En su estudio, el equipo contó con 27 voluntarios. Cada uno se sentaba en compañía de otra persona. A los sujetos se les vendaban los ojos de tal forma que no podían ver cómo su compañero retiraba los dedos del puntero. Luego, el investigador invocaba a los supuestos espíritus haciéndoles preguntas de cultura general (del estilo de: ¿es Buenos Aires la capital de Brasil?), a las que las entidades debían responder con un “sí” o un “no”. Sorprendentemente, el tablero funcionaba y el puntero respondía a las cuestiones. Y de forma exitosa, porque de los 27 participantes, un total de 21 (77%) logró un 65% de aciertos. Es decir, hay un 15% de resultados positivos que desafía a la estadística, ya que se sitúan por encima del 50% atribuible al azar.
Por supuesto, los sujetos se habían comprometido a no mover voluntariamente la guía (aunque lo hacían de modo inconsciente con los dedos) y estaban convencidos de que había sido la otra “persona” quien lo había hecho (sin saber que había retirado su mano). Terminada la sesión, las “cobayas” se sometían a un test similar ante un ordenador. Solo debían responder “sí” o “no”, e indicar si sabían la respuesta a ciencia cierta o se habían limitado a probar suerte. Utilizando este método, los aciertos solo llegaban al 50%, lo que cabría esperar desde el punto de vista estadístico. Pero ¿por qué esta diferencia?
Conducir sin pensarlo
Lo que más llamó la atención de los investigadores fue que, en lugar de moverse de manera errática sobre la ouija, la planchette (o puntero-guía) iba directamente hacía el “sí” o el “no”, sin detenerse en ninguno de los otros símbolos. Esto, concluyeron, solo puede atribuirse al inconsciente. En otras palabras: hay una parte de nuestra mente que no controlamos, pero que parece seguir los dictados de la razón. Es el mismo mecanismo que explica cómo podemos conducir sin prestar ninguna atención a lo que hacemos, pero sin tener un accidente.
Respecto a la diferencia de resultados obtenidos con el ordenador y la ouija, Gauchou explicó que frente al computador las respuestas son meditadas, aunque no se conozcan. En ese caso, el voluntario estaba probando suerte, a ver si acertaba. Cuando respondía con la ouija, el mecanismo era el mismo, solo que con el ordenador lo hacía de forma consciente, y con el tablero no. “Quizá lo que llamamos inteligencia sea solo la punta del iceberg, y que corresponda únicamente a los aspectos conscientes de la toma de decisiones”, añade la investigadora. Lo próximo será averiguar hasta dónde podemos confiar en esa otra inteligencia que también usamos, aunque sin saber cómo.
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