Los médicos del siglo XVII tenían métodos tan expeditivos como las sangrías, y en recámara guardaban purgas aún más desagradables. No es extraño que los enfermos se abrazaran a todo tipo de pastillas, ungüentos y tónicos que los curanderos les ofrecían. Y no puede decirse que no tuvieran efecto; habitualmente estaban repletos de estimulantes como el opio, la cocaína y el alcohol. Otras veces, eran letales metales pesados. La moda no decayó hasta el siglo pasado.
Opio, el milagro de oriente
Se empleaba hasta para tratar los catarros de los niños y, si el infante era demasiado ruidoso, hasta para que los bebés no entonasen sus serenatas nocturnas. El elixir de opio de McMunn aprovechó el tirón de la droga en 1830. Salió al mercado neoyorkino para tratar hasta la rabia y el tétanos. Otros vendehumos usaron este principio activo para tratar, con poco éxito, enfermedades infecciosas como el cólera.
Las hojas de coca son un estimulante tan antiguo como el mascar, pero el mundo occidental prefirió ingerirlo directamente en tabletas o en bebidas como la primera versión de la Coca-Cola. El refresco se vendió, al principio, como un tónico cerebral que competía con remedios como las pastillas para la garganta, insomnio y fiebre del heno.
¿Sales de baño adelgazantes?
Sí, es lo que prometían ciertos remedios basados en polvo de carbonato de sodio perfumado. Puede que no rebajasen los michelines pero eran una buena excusa para tomar un par de relajantes baños calientes al día.
Arsénico para la leucemia
Este metal pesado no solo se usaba para blanquear los rostros británicos de la sociedad victoriana. También se incluyó en polvos para tratar enfermedades de la piel y en brebajes anunciados para tratar la leucemia y la malaria. Sus desaprensivos vendedores también sostenían que, bien mezclado con mercurio, podía curar la sífilis, y que, si se le añadía hierro, curaba los problemas cardiacos.
Marihuana con cloroformo, la cura total
Esa era la receta de las Tabletas de Piso, una fórmula que pretendía curar todos los males y que salió al mercado a mediados del siglo XIX. Productos como este fueron una consecuencia lógica de la irrupción del cannabis como remedio para el dolor, una aplicación favorecida por los estudios de William O’Shaughnessy, en 1830.
Samuel Kier es conocido en Estados Unidos por ser el primero en refinar petróleo crudo para elaborara aceite para lámparas. También dio un empujón a la industria de la curandería refinando un remedio que lo curaba todo: cólera, diarrea, quemaduras, sordera, úlceras… hasta la ceguera.
Inquietantes y aterradores anuncios como este, de la empresa Bovinine, eran el gancho para un público entregado al poder de la sangre. La compañía, con sede en Chicago, elaboró a finales del XIX un tónico elaborado a base de sangre de vaca, glicerina y sal, todo mezclado con una atractiva dosis de alcohol. El tónico levantaba a los muertos; cuando el anuncio se pone a trasluz, la mujer abre los ojos y se ilumina le mensaje de la ventana: Mi vida ha sido salvada por Bovinine, decía
Nada mejor que la buena radiación
El autoproclamado doctor William Bailey desarrolló Radithor, un destilado de radio con el que sustituyó a su anterior intento de llegar a los consumidores con estricnina como afrodisíaco. Su negocio acabó cuando el industrial Eben Byers murió con un aspecto lamentablemente grotesco. El propio Bailey fue enterrado en un ataúd de plomo.
Crecepelos, todo un clásico
Plomo, bórax, nitrato de plata, arsénico y extracto de cochinilla para darle color. Con esos ingredientes se hicieron innumerables productos para que el pelo no cayera, las canas no lo nublaran y la caspa no colonizaran los hombros. Curiosamente, tuvieron mucho éxito durante la Ley Seca estadounidense; quizá porque los “principios activos” estaban disueltos en una buena cantidad de alcohol.
La moda del rosa es vieja, muy vieja
Se remonta, al menos, a finales del siglo XIX. Las pastillas rosas del doctor William para personas pálidas fueron muy conocidas por el publico interesado en curar su anemia. Hechas a base de óxido de hierro y sulfato de magnesio, no eran el remedio más peligroso. Ni llamaban mucho la atención que lo curase todo, desde el cólera hasta la parálisis. Pero, probablemente, sí fueron una de las bravuconadas más atractivas… a la vista.