Los sofocos perturban la vida de tres de cada cuatro mujeres entre los 45 y los 55 años, la franja de edad en la que asoma la menopausia.
Los sofocos durante la menopausia son tan frecuente como las espinillas en la adolescencia. Es un calor extraño, nuevo para la mujer. A veces ocurre que solo se encienden las orejas, y se ponen coloradas como semáforos hormonales. Otras veces la hoguera surge en el pecho y se irradia hacia el cuello y cara, como el fuego de un dragón.
A menudo puede acompañarle una intensa sudoración extraña, que nada tiene que ver con la que ocurre después del ejercicio intenso. Y, tras la sudoración, el frío propio del cuerpo mojado.
Así que los sofocos se convierten en un sinvivir cotidiano. Normalmente duran unos minutos, aunque pueden ser más prolongados.
Esto es lo que sabe la ciencia sobre qué los produce, cómo reacciona el cuerpo, cuánto sube la temperatura corporal en el momento de la gran combustión.
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Cuando una mujer pone el pie en la edad adulta, a punto de agotar las reservas de óvulos, comienzan esos inesperados calores súbitos, difíciles de describir, porque no se parecen en nada a tomar el sol en una playita de Cádiz. Ocurren sin que nadie los espere. Y se notan, fundamentalmente por un encendido rubor en las mejillas, y la sudoración que viene después como un tsunami.
Hay mujeres que pueden sentir sofocos durante 15 años, aunque la media está en cinco
Son pocas las que se libran de ese subidón de temperatura corporal que enrojece las mejillas y las orejas, y provoca, inmediatamente después, que te pongas a sudar como si hubieras corrido escapando de un león. Ni la soja a granel, ni el taichí, ni el sexo (se siente) ni los tratamientos hormonales acaban definitivamente con ellos. Frotar las mejillas con agua fría es el cura sana más eficaz. Así que es preferible saber qué los origina, ya que las estadísticas dicen que van a acompañar tu día a día varios años, hasta quince en el peor de los casos.
Los últimos datos proceden del Estudio de Salud de la Mujer en toda la Nación , o SWAN, Han recogido datos de la salud física, biológica y psicológica de 3.302 mujeres de distintos orígenes raciales y étnicos durante 22 años. De este estudio se desprende, entre otras cosas, (además de que nos pasa a todas, ya seamos chinas o somalíes) que hay mujeres que pueden sentir sofocos durante 15 años, aunque la media está en cinco.
Con la misma velocidad con la que los estrógenos se disparan como cohetes en la pubertad, se desploman a partir de los 45 años (más o menos). El descenso es paulatino, es decir, la producción de estrógenos en los ovarios va disminuyendo poco a poco (también en otros tejidos del cuerpo). Por eso es fácil que los sofocos den el primer susto antes de que la regla se retire por completo.
¿Qué genera esa sensación de entrar en combustión? Hace unos años publicaron en la prestigiosa revista Cell, un estudio que parecía haber encontrado el origen del incendio, al menos, una pista. Al estimular determinadas células cerebrales del hipocampo en ratones, se producía un aumento en la temperatura de la piel, seguido de un aumento en la temperatura corporal central. El efecto fue más pronunciado en ratones hembra cuyos ovarios fueron extirpados para agotar sus niveles de hormonas sexuales
Mujeres y hombres compartimos ese tipo de células cerebrales con los roedores de laboratorio. Se trata de células receptoras de las kisspeptinas (KiSS), las hormonas que también cumplen un papel clave en la pubertad para la formación de testículos y ovarios. Y, cuando bajan los niveles de estrógenos, esas células se resienten, más o menos podríamos decir que se “desenchufan”. Así que este puede ser el foco principal de la llamarada, pero hacen falta más estudios para confirmarlo, y para ver si es extensible a las mujeres.
El corazón bombea más rápidamente, los vasos sanguíneos de la piel se dilatan para hacer circular más sangre e irradiar el calor, y las glándulas sudoríparas liberan sudor para enfriarte aún más
De alguna manera (no se sabe cómo), esa disminución de estrógenos confunde al hipotálamo, a veces conocido como el “termostato” corporal, y hace que el cuerpo piense que tiene demasiado calor. El cerebro responde enviando una “alerta” al corazón, los vasos sanguíneos y el sistema nervioso, para que baje la temperatura. El mensaje se entrega instantáneamente.
El corazón bombea más rápidamente, los vasos sanguíneos de la piel se dilatan para hacer circular más sangre e irradiar el calor, y las glándulas sudoríparas liberan sudor para enfriarte aún más.
Este mecanismo de liberación del calor funciona igual si estás a 40ºC en Sevilla, pero cuando el proceso se genera por una disminución de estrógeno, la respuesta confusa del cerebro hace que todo sea muy incómodo. El esfuerzo para bajar la temperatura provoca más sudor del que debería, y eso es lo que hace que amanezcas en un charco si los sofocos ocurren de noche y, como si el incendio no bastara, de pronto, sientes frío.
Parece acumularse un estado excitador central, tal vez por la acumulación de un compuesto químico, pero no de calor, que se descarga de forma explosiva
Pues, aunque a quien los vive le parezca increíble esta respuesta, las poquísimas mediciones científicas que se han hecho de forma controlada no registran más de 1ºC de subida de temperatura corporal, como mucho. Y solo las mejillas mostraron aumentos de temperatura adicionales después del sofoco; máximo, 0.7 grados C.
El corazón, eso sí, se acelera un 13% al inicio del destello pero se desacelera inmediatamente después. Además, excepto en las extremidades, el cuerpo registra un descenso de temperatura cuando la sudoración ha hecho efecto.
«Nunca hubo ningún signo premonitorio de la inminencia del sofoco», dicen los científicos del estudio. Parecía acumularse un estado excitador central, tal vez por la acumulación de un compuesto químico, pero no de calor, que se descargaba de forma explosiva. ¡Boom!
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