Asumámoslo: resistirse a rascarse cuando nos pica una parte del cuerpo, es un ejercicio de disciplina que puede desafiar al más espartano. Porque, confesémoslo, rascarse y aún tocarse la piel donde nos pica, alivia la picazón. Para comprender esto, un equipo de científicos liderados por Kent Sakai, analizó la neurología que hay detrás de rascarse, más precisamente la vía neuronal.
Para ello, el equipo de Sakai desencadenó la necesidad de rascarse en ratones al administrar un químico que induce la picazón debajo de la piel. Luego registró la respuesta eléctrica de las neuronas del asta dorsal en la médula espinal mientras acariciaban las patas de los animales. Y lo que descubrieron fue que las neuronas se disparaban con más frecuencia cuando se acariciaba a los ratones y con menos frecuencia después de que terminaba. Esto quiere decir que las neuronas respondían al tacto y que su menor actividad indicaba que la picazón se aliviaba.
Los resultados, publicados en Journal of Neuroscience, muestran que las caricias, al igual que rascarse, desencadenan una cascada que activa las neuronas sensoriales debajo de la piel que luego activan las interneuronas contra la picazón en la médula espinal, lo que reduce la actividad neural del asta dorsal y alivia la picazón. Básicamente entonces, nos rascamos para producir una respuesta neuronal que genera alivio… Pero acariciarse funciona igual de bien.
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