La restricción intermitente de calorías provoca cambios significativos tanto en el intestino como en el cerebro, lo que podría abrir nuevas opciones para mantener un peso saludable
Investigadores de China estudiaron a 25 voluntarios clasificados como obesos durante un periodo de 62 días, durante los cuales participaron en un programa de restricción intermitente de energía (IER), un régimen que implica un control cuidadoso de la ingesta de calorías y un ayuno relativo algunos días.
Los participantes en el estudio no sólo adelgazaron -7,6 kilos o un 7,8% de su peso corporal de media-, sino que también se observaron cambios en la actividad de las regiones del cerebro relacionadas con la obesidad y en la composición de las bacterias intestinales.
«Aquí demostramos que una dieta IER cambia el eje cerebro-intestino-microbioma humano», afirmó el investigador sanitario Qiang Zeng, del Segundo Centro Médico y Centro Nacional de Investigación Clínica de Enfermedades Geriátricas de China, cuando se publicaron los resultados en diciembre de 2023.
«Los cambios observados en el microbioma intestinal y en la actividad en las regiones cerebrales relacionadas con la adicción durante y después de la pérdida de peso son altamente dinámicos y se acoplan con el tiempo».
Ahora mismo no está claro qué causa estos cambios, ni si el intestino influye en el cerebro o viceversa. Sin embargo, sí sabemos que el intestino y el cerebro están estrechamente relacionados, por lo que tratar ciertas regiones del cerebro podría ser una forma de controlar la ingesta de alimentos.
Los cambios en la actividad cerebral, detectados mediante resonancia magnética funcional (IRMf), se produjeron en regiones conocidas por su importancia en la regulación del apetito y la adicción, como la circunvolución orbitofrontal inferior.
Es más, los cambios en el microbioma intestinal, analizados mediante muestras de heces y mediciones de sangre, estaban relacionados con regiones cerebrales concretas.
Por ejemplo, las bacterias Coprococcus comes y Eubacterium hallii se asociaron negativamente con la actividad en la circunvolución orbital frontal inferior izquierda, una zona implicada en la función ejecutiva, incluida nuestra fuerza de voluntad a la hora de ingerir alimentos.
«Se cree que el microbioma intestinal se comunica con el cerebro de forma compleja y bidireccional», explica Xiaoning Wang, médico del Centro Clínico Estatal de Geriatría de China.
«El microbioma produce neurotransmisores y neurotoxinas que acceden al cerebro a través de los nervios y la circulación sanguínea. A cambio, el cerebro controla el comportamiento alimentario, mientras que los nutrientes de nuestra dieta cambian la composición del microbioma intestinal.»
Se cree que más de mil millones de personas en todo el mundo son obesas, lo que aumenta el riesgo de padecer multitud de problemas de salud, desde cáncer a enfermedades cardiacas. Saber más sobre la dependencia mutua de nuestro cerebro y nuestros intestinos podría suponer una enorme diferencia a la hora de prevenir y reducir eficazmente la obesidad.
«La siguiente pregunta que hay que responder es el mecanismo preciso por el que el microbioma intestinal y el cerebro se comunican en las personas obesas, incluso durante la pérdida de peso», afirma el científico biomédico Liming Wang, de la Academia China de Ciencias.
REFERENCIA
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