La capacidad de adaptarnos al ritmo de día y noche es innata y no se va desarrollando con el tiempo. A esta conclusión ha llegado un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago (EEUU) encabezados por August Kampf-Lassin, en un estudio publicado en PLoS One.
En una serie de experimentos con hámsters comprobaron que el cerebro ya trae programada de serie la capacidad de adaptar los ritmos circadianos, los que regulan nuestra actividad biológica, a los períodos de luz y oscuridad. Primero taparon un ojo con lentillas opacas a hámsters recién nacidos antes de exponerlos a la luz. Les mantuvieron así hasta que alcanzaron la edad adulta y, al retirar las lentillas, comprobaron la reacción de los roedores.
Estos no eran capaces de distinguir objetos o movimientos con ese ojo, pero sí podían sincronizar sus ritmos de sueño y vigilia con la luz natural que percibían a través de él. Además, las estructuras anatómicas que conectan el ojo con las zonas del cerebro que regulan los ritmos circadianos se habían desarrollado con normalidad. Por ello, deducen que esa capacidad ya está presente desde el nacimiento y no evoluciona según la cantidad de luz a la que se esté expuesto a lo largo del desarrollo, como se había propuesto con anterioridad.
Pilar Gil Villar
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