En 1889, una enfermera del Hospital Johns Hopkins de Bartimore, Caroline Hampton, sufrió un eczema por los líquidos que tenía que usar para desinfectar el instrumental quirúrgico. Así que el jefe de Cirugía, William S. Halsted, enamorado de ella, se puso manos a la obra para solucionar el problema. Envió un molde de sus manos a la Goodyear Rubber Company, que elaboró unos guantes resistentes al calor y a los químicos que hicieron desaparecer el eczema de su amada. El invento fue eficaz, el eczema de Caroline desapareció. Después su ya marido (se casaron en 1890) descubrió que los gantes eran más eficaces para controlar las infecciones que los baños químicos que se utilizaban hasta entoces. Pidió para él mismo guantes que se ajustaran mucho a las manos, como si fueran una segunda piel. Desde entonces, todos los cirujanos los usan.
Redacción QUO
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