Es la última moda en ciencia: para algunos hipermodernos, la teoría se ha quedado obsoleta, es una cosa del pasado. La disponibilidad de enormes potencias de cálculo informático asociadas a gigantescas bases de datos permiten un nuevo y radical enfoque a nuestra búsqueda de conocimiento del universo. Ya no se trataría de observar, fabricar hipótesis a partir de las observaciones, diseñar experimentos para poner a prueba esas hipótesis, descartar las rechazadas por la experimentación y elaborar teorías con las restantes, como se ha hecho desde la invención del método científico hasta ahora. No; el saber sería un problema de correlación, un asunto de pura fuerza bruta. Se reúnen todos los datos que sea posible acumular, se lanza un programa de análisis multivariante sobre el conjunto, y zas; las leyes de la naturaleza surgen en forma de relaciones entre distintas variables. La inteligencia, con sus concomitantes prejuicios, sobra; la verdad brilla por sí misma en las aristas de la matemática. La correlación reemplaza a la teoría.
¿O no es así? Pese al entusiasmo de algunos sobre el potencial de este método de conocimiento, y los nuevos campos de saber que se están abriendo (desde la Genómica a la Metabolómica) lo cierto es que las perspectivas no son muy halagueñas. La clave del asunto es la definición de ‘dato’, que es una variable significativa en el entorno del problema en que nos movemos; y el que sea o no significativa depende de una teoría previa. Einstein decía que «la posibilidad de observar algo o no depende de la teoría utilizada; es la teoría la que decide qué se puede observar», o en una trasposición más jocosa, ‘nunca confíes en un dato sin conocer en que teoría se basa’. En el Universo ocurren muchillones de cosas simultáneamente, y una de las tareas fundamentales de la hipótesis es decidir cuáles son relevantes, y por tanto proporcionan conocimiento al ser analizadas. La idea de medir todo lo mensurable y esperar que un análisis matemático nos proporcione las respuestas sin tener que pensar suena tentadora, pero aún no se ha demostrado que funcione.
De hecho su aplicación en otros ámbitos donde hay mucha mayor necesidad y mucho más dinero, como el de la seguridad, está demostrando ser un fracaso. Nunca consiguieron nada proyectos como el Total Information Awarenessdel Departamento de Defensa de los EE UU, que intentaban hacer precisamente esto: identificar rasgos únicos de posibles terroristas analizando ingentes cantidades de información indiscriminada y hallando patrones característicos. Tampoco la gran cantidad de videocámaras que se han instalado en el Reino Unido han permitido reducir significativamente el crimen o la amenaza terrorista, al carecer sus imágenes de un mecanismo que permita distinguir a quien tiene malas intenciones de quien no. Reemplazar el ingenio y la creatividad humana por una ‘máquina de generar ideas’ a pura fuerza bruta puede resultar interesante, pero de momento parece más bien lejana. Aunque eso no detendrá a los partidarios de los grandes números; el sufijo ‘-ómica’ se acabará convirtiendo en plaga.
Redacción QUO
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