El Vaticano proclamó que los alienígenas también eran “hijos de Dios”. Eso provocó chanzas de ateos que se preguntaban si también habría en la cultura alienígena un Cristo que murió por su redención. “Lo contrario –afirmaba el filósofo apóstata Gustav Good– significaría que no existe Dios o que los considera indignos de ser salvados”. Aunque la filosofía también vivió su particular revolución. “El atropomorfismo ha muerto –proclamó Good–. La existencia de aliens supone que la responsabilidad de conservar la inteligencia en el Universo ya no es únicamente nuestra.” Pero pasó el tiempo y con ellos la fiebre ET. La imposibilidad de descifrar el significado del mensaje (si es que lo había) y la crisis económica que estalló en septiembre (la mayor desde 2008) hicieron que “la dictadura de lo cotidiano” se impusiera sobre los dichosos aliens. Por mi parte, entrevisté hace poco a Eric Rothman y le pregunté: ¿Tanto revuelo por una combinación de números y letras que realmente no nos dicen nada? Su respuesta fue tajante: “Nos dicen mucho. Que no estamos solos.”
Redacción QUO
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