Más de 11.000 kilómetros, concretamente 11.066,55. Esta es la distancia que hay entre Valencia y Singapur, las dos ciudades que, en 2008, adquieren un significado especial para la F1. La primera, porque acaba de acoger, del 22 al 24 de agosto, un trazado urbano en tierras españolas, y la segunda porque tiene la primicia de celebrar, el 28 de septiembre, un Gran Premio nocturno. Pero hasta llegar aquí ha pasado más de un siglo repleto de juergas, escándalos, bastante inseguridad y no menos insensatez. Una gran dosis de patriotismo, la acusada personalidad, el talento a flor de piel y un bolsillo sin fondo para soportar económicamente cualquier envite del azar. Eran los príncipes, los marqueses y los condes los que aparecían habitualmente en escena, y sus vidas se entrecruzaban con golpes de fortuna y tragedias novelescas. El polvo de las carreteras y el ruido mecánico se mezclaban con espectadores a ambos lados que trataban de dar crédito a una nueva vivencia llamada velocidad.
En 1903 se celebró la París-Madrid, considerada como la primera gran carrera, y que finalizó a la mitad, en Burdeos, por la muerte de seis personas, entre ellos Marcel Renault. Como consecuencia de aquellos sucesos se prohibieron las carreras hasta que surgieron los circuitos cerrados en 1906, con la celebración en Le Mans del primer Gran Premio.
A partir de 1920, los Bugatti, Alfa Romeo, Mercedes… duplicaron la velocidad y surgieron los primeros nombres de leyenda con Nuvolari, Caracciola…
Tras el período de las grandes guerras nació el primer Campeonato del Mundo de F1, y la denominación de Grand Prix adquirió su entidad. Europa fue el centro de este hervidero, y emergió su personaje por excelencia: Enzo Ferrari. Pero si el “Commendatore” era la figura central, hoy comparte protagonismo con las nuevas estrellas que arrastraban pasiones: Fangio, Clark, Stewart, Fittipaldi, Lauda, Senna, Prost, Schumacher… Alonso.
Ellos han escrito páginas de oro que han alimentado muchos guiones para películas; quizá la mejor de todas tiene como título, precisamente, Grand Prix. Pero probablemente la mayor historia de este circo de vanidades la vivió Niki Lauda. Tras proclamarse campeón en 1975, el austríaco se estrelló en Nurbürgring, y su monoplaza se incendió inmediatamente. Los pilotos Edwards, Merzario y Lunger acudieron en su ayuda y consiguieron rescatarlo de las llamas. Lauda ingresó casi sin vida en el hospital, con gran parte de su cuerpo quemado y su rostro desfigurado. Apenas 40 días después reapareció en el GP de Italia y terminó cuarto. En el último GP, el de Japón, Lauda era líder; pero durante la carrera cayó una tromba de agua y, ya Campeón del Mundo, se retiró “por miedo”, según explicó. Su rival James Hunt fue el nuevo vencedor por un solo punto. Al año siguiente, 1977, Lauda solicitó a Enzo Ferrari una nueva oportunidad. Al final de esa temporada logró su segundo título mundial, y el octavo para Ferrari.
Redacción QUO
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