Las banderas deben ser claras, sencillas y distintivas. Son un elemento de comunicación, de identificación de un grupo. El factor más importante para que perduren es que sean aceptadas por las personas a las que representan; si no hay identificación, es absurdo que existan”, dice Tomás Rodríguez Peñas, secretario de la Sociedad Española de Vexilología (SEV).
Las banderas han existido casi desde la aparición del hombre en la Tierra; de hecho, hay indicios de ejemplares fechados en torno al año 5000 a. de C., cuando respondían a la definición de vexiloides y consistían en tocados con ornamentación de plumas que solían llevar los jefes de las tribus. Paradójicamente, la vexilología es una ciencia prácticamente recién nacida, ya que fue creada en 1957 por el doctor Whitney Smith, profesor de la Universidad de Yale, en EE UU. Poco después, en 1962, el director del Centro de Estudio de la Bandera de Whinchester, en Massachusetts (EE UU) creó la primera sociedad vexilológica profesional.
Fue él también quien inventó el término vexilología, del latín ‘vexillum’, que significa estandarte, y del griego ‘logia’, tratado de, y el que comenzó a publicar la revista sobre banderas más prestigiosa que existe, ‘The Flag Bulletin’. Cinco años después se creó la Federación Internacional de Asociaciones Vexilológicas (FIAV). “Hoy en día cuenta con más de 300 socios de países de los cinco continentes”, señala Tomás Rodríguez. La Sociedad Española de Vexilología (SEV) nació en 1979, y hoy supera los 130 socios. Ellos sufragan la creación de un boletín mensual, ‘Gaceta de Banderas’, y otro trimestral, ‘Banderas’, considerado de los mejores del mundo, en los que se publican las modificaciones o nuevas creaciones.
Gracias a historiadores y aficionados a este tema, se ha ido sabiendo que los pueblos siempre han estado unidos a símbolos con los que se identificaban y que no es nada nuevo que se sientan representados por ellos; así, por ejemplo, la ballena se relaciona con los asirios, la paloma con los babilonios, el apis con los egipcios, la tau –la letra te griega– con los hebreos, las tres coronas con los medas…
Un poco de historia
El primer vestigio de lo que parece que fue una bandera se halló en Persia, Babilonia, y se trata de una placa de metal labrada de más de 5.000 años de antigüedad. Otras muestras de restos de estandartes aparecieron en una tabla de piedra tallada, del 3400 a. de C., perteneciente al rey egipcio Narmer, que se conserva en el Museo de El Cairo y en la que se ve una procesión de hombres portando vexiloides, antecedentes de las banderas, que consistían en largos palos de madera o metal pintados y adornados en el extremo superior con huesos, pieles, dientes de animales, tejidos o piedras preciosas.
En el Antiguo Testamento aparecen alusiones a las banderas en el relato de la salida de los hebreos de Egipto, donde Yahvéh dijo a Moisés: “Los israelitas acamparán cada uno junto a su guión, bajo las enseñas de sus familias”. Aunque para encontrar al primer pueblo que utilizó las banderas tal y como las conocemos hoy tenemos que viajar hasta China, donde se descubrió la seda, un material perfecto para su elaboración. Los chinos después las transmitieron a los mongoles, cuyo ejército, comandado por Ghengis Khan, fue el primero en emplearlas como forma de comunicación; desde allí pasaron a la India, Persia, Roma –que copió con descaro el emblema del águila imperial de los vexiloides persas y los usó con profusión– y al resto de Europa.
En el siglo XI, durante la Edad Media, los estandartes comenzaron a utilizarse para representar a los reinos que poseían tierras y dominios, y también se estrenaron como señal de distinción en el mar. En 1297, el rey Eduardo I de Inglaterra fue el primero que obligó a sus barcos a emplearlas como signos de identificación nacional.
Las ciudades fueron adoptando diferentes banderas como símbolos y en el siglo XVI se produjo la estandarización de los colores y los signos. Así, banderas tan revolucionarias como la francesa –de 1794, patrocinada por Lafayette y que unía los colores de París, azul y rojo, con el blanco de los Borbones– y la americana son uno de los símbolos de la Era Moderna que logró derrocar al Antiguo Régimen; las banderas comienzan así a representar ideologías.
Hacia 1875 aparecen las primeras enseñas nacionales y las de los clubes marítimos, y a partir del siglo XX se institucionalizan las banderas de gobiernos, agencias oficiales, fuerzas armadas, universidades, partidos políticos, marcas comerciales…
Ha habido, incluso, conflictos internos que se han derivado de la necesidad de elegir una u otra bandera nacional. Fue el caso de Alemania tras la Primera Guerra Mundial, entre los partidarios de restaurar la bandera tricolor de 1848 –procedente de una república democrática– y los que preferían mantener la diseñada por Bismarck en 1867; la discusión se zanjó con la llegada de Hitler al poder en 1933: el dictador apostó por la de Bismarck, siempre que se utilizara junto a la del partido nazi.
Un conflicto parecido sucedió en Canadá en 1960 o en Sudáfrica en 1920 –entre los partidarios de mantener la Union Jack y los que querían deshacerse del emblema de la metrópoli–. La solución llegó en ambos casos con un referéndum nacional.
Por otro lado, el respeto hacia la bandera nacional varía mucho según los países; puede ir desde el fervor casi reverencial que el pueblo estadounidense siente por sus 13 barras y 50 estrellas, hasta el más avispado espíritu comercial de los británicos, que venden la enseña nacional, incluso estampada en lencería. En España, la última reforma del Código Penal contempla una multa para aquellos civiles que maltraten la bandera.
Redacción QUO
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