Si su inventor hubiera cobrado royalties, a estas alturas habría ganado 150 millones de dólares, pero Daisuke Inoue es un romántico de la música y nunca pensó que el karaoke fuera a alcanzar tanto éxito: “Mi propósito era alquilar 200 aparatos a otros tantos cafés de Kobe (al lado de Osaka, Japón) y ganarme así la vida mientras tocaba la batería y el piano con mi banda musical”. Hoy, además de servir para romper el hielo en reuniones, también se usa como complemento para aprender idiomas, y en los hospitales, incluso, para curar la depresión.
Redacción QUO
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