Me aburro”. Sí, pero ¿cómo te aburres? ¿Como la niña de la imagen, relajada y dispuesta a apuntarse al primer plan que le ofrezcan? ¿Como los tres menores de Oklahoma que el pasado agosto asesinaron de un tiro en la espalda a un estudiante australiano porque buscaban diversión? ¿O quizá como algún investigador de la Antártida que, tras meses de aislamiento en su laboratorio, se lanzó sin apenas ropa a una carrera por el desierto gélido, casi fuera de sí? El tedio gobierna las tres escenas, pero la diversidad de sentimientos y motivaciones de sus protagonistas ejemplifica lo que el psicoanalista austríaco Otto Fenichel ya aseguró en 1934: no todos los aburrimientos son iguales.
Hasta ahora se habían descrito cuatro tipos distintos, según una receta que mezclaba en distintas proporciones varios ingredientes: la propensión a romperlo, la molestia que causa y las posibilidades que tenemos de evitar la situación que lo provoca. Pero se trataba solo de una clasificación teórica. Por eso, Thomas Götz, de la Universidad de Constanza (Alemania), quiso constatarla con un experimento entre estudiantes universitarios y de instituto, cuyos resultados publicó en la revista Motivation and Emotion.
Les proporcionó a cada uno una PDA, programada para emitir un pitido a horas determinadas, y un formulario. Al escuchar la señal sonora, los estudiantes debían apuntar lo que estaban haciendo en ese momento y cuáles eran sus niveles de aburrimiento, bienestar, diversión, activación, enfado y ansiedad. Tras evaluar los resultados, Götz y sus colegas confirmaron que los cuatro modelos de aburrimiento propuestos existen en la vida real, pero además encontraron una nueva categoría tan inesperada como preocupante: el aburrimiento apático. “Se percibe como un sentimiento muy negativo, pero quien lo experimenta lo sufre sin más, incapaz de hacer algo por salir de él. En ese sentido se parece a la depresión”, explica el investigador.
Además, esa pasividad del afectado lo hace muy difícil de detectar, a pesar de sus graves consecuencias, ya que, por ejemplo, “los estudiantes que se aburren mucho suelen tener peores notas, y no se detecta la causa real de las mismas”. Pero también podría afectar a los astronautas de largas misiones espaciales, como las previstas a Marte. Su rendimiento y presencia de ánimo se arriesgan a sucumbir a meses en un estrecho entorno sin variedad de distracciones. Conscientes de ello, las agencias espaciales incluyen los riesgos de la falta de estímulos en sus investigaciones psicológicas.
Y tú, ¿cómo lo vences?
En realidad, el mundo de la investigación ha vivido durante mucho tiempo de espaldas a esta emoción, probablemente por su carácter silencioso: resulta incómodo, pero no llega a agobiar como la angustia, ni a arrollar y ensordecer a otros, como la ira. Cualquiera reacciona antes a un niño con una rabieta que a otro cariacontecido en un sillón toda la tarde. Y aunque el literato francés Abel Dufresne lo describiera como “la enfermedad de las personas felices”, Götz considera que su prevalencia, al menos en las sociedades desarrolladas, se debe a que nos proporciona “alguna ventaja evolutiva que favorece nuestra supervivencia. Yo creo que se trata de que nos impulsa a hacer algo distinto, a buscar lo nuevo”. En la visión de otro estudioso del tema, John Eastwood, de la Universidad de York en Toronto (Canadá), esta emoción surge cuando nuestra mente pierde la atención y se desconecta tanto del entorno como de nuestros propios sentimientos. Lo que buscamos entonces es restablecer los lazos con ellos a través de una actividad satisfactoria.
Según el método de reconstrucción que elijamos, favoreceremos o amargaremos nuestra vida y la de otros. El punto de partida siempre será un cerebro sin tarea concreta que cumplir que, según descubrió el neurocientífico Marcus Raichle, activa la llamada red neuronal por defecto, una especie de standby que le permite dedicar sus energías (solo un 5% menos que cuando está concentrado) a la ensoñación, la exploración de nuevas creaciones y de las propias ideas y sentimientos. El del británico Felix Dennis comenzó a escribir poesía tras tres meses postrado en la cama de un hospital. La inspiración le llegó tan de golpe que rimó sus primeros versos sobre unos Post-it que tenía a mano.
Pero también hay quien opta por alternativas menos constructivas. La mayor propensión al consumo de alcohol y drogas se ha constatado en diversos estudios, e incluso se ha comprobado un patriotismo mal entendido como consecuencia del tedio. Wijnand van Tilburg observó que varios estudiantes de la Universidad irlandesa de Limmerick respondían más favorablemente a símbolos patrios, como imágenes de tréboles y nombres gaélicos, tras haber pasado horas copiando monótonos textos. De igual modo, se mostraban más duros con criminales de origen inglés que con sus compatriotas si se les pedía que asignaran penas por un delito.
Más grave aún parece la mayor propensión al estrés y los infartos que Jennifer Sommers y Stephen Vodanovich detectaron entre los empleados estadounidenses cuyos trabajos no les planteaban desafío alguno.
Tras esa falta de motivación parece esconderse una de las claves para combatir la apatía. Los escasos estudios sobre las formas de resolverla coinciden en la ineficacia de las soluciones superfluas que proporcionan diversión inmediata para mitigar sus síntomas: drogas, deportes extremos y tonteos en el colegio. Ulrike Nett, colega de Götz en Constanza, sondeó los recursos de los estudiantes para sobrevivir a un presunto clásico de los peñazos: las clases de matemáticas. Entre las dos opciones principales, charlar con los compañeros o reflexionar sobre las ventajas que esos conocimientos aportarían a su vida profesional, los que elegían esta última se aburrían menos en las lecciones.
Con un objetivo más general, Van Tilburg descubrió en una serie de siete estudios que las personas involucradas en actividades de apoyo social quedaban inmunizadas al tedio a largo plazo. Incluso si esas actividades implicaban actos nada entretenidos ni agradables, como donar sangre.
Profesiones y culturas
Estudiosos como Peter Toohey defienden que alguien con hambre no puede aburrirse, pero la falta de investigaciones fuera de Europa occidental y Norteamérica impiden afirmar con seguridad que se trate de una emoción universal.
Para averiguarlo, Thomas Götz planea indagar en otras culturas, como el ámbito escolar chino, “con normas mucho más estrictas”, así como la incidencia de las cuatro categorías en distintas profesiones de nuestra sociedad. Unos planes que prometen mantenerle entretenido.
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Pilar Gil Villar
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