Muchos matadores cultivan rituales para alejar el “mal fario”, pero se dice que el caso más sorprendente fue el de Rafael Gómez Ortega, “el Gallo”. Al diestro le gustaba alardear de que no era supersticioso. Por eso lucía un anillo que tenía grabado el número 13, y en una ocasión en la que alguien del público le lanzó una “bicha” muerta (una culebra, símbolo de mala suerte), desafió al infortunio atándosela al cinto. Pero en la intimidad, y antes de cada corrida, el Gallo le rezaba trescientas oraciones a las estampas religiosas que llevaba en una capilla portátil.
Redacción QUO
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