Ha hecho digeribles los clásicos, ha creado el teatro interactivo, se ha colocado delante y detrás del escenario… Ahora hace cine. Es una de las 101 mentes más innovadoras que hay en España.
– Es usted muy versátil
Sí, pero creo que he encontrado mi sitio en la dirección. Soy un director, de momento, de teatro y parece que de cine en ciernes. He dirigido tres cortos y algo en televisión, pero Furias es mi primer largometraje. El cine es una cosa muy especial porque hay que reunir el dinero para hacer la película, poner de acuerdo a mucha gente… y eso a veces lo llevo bien y otras no tanto.En teatro todo me lo manejo porque la productora es mía, soy casi el dueño y señor.
– Pero el cine ofrece muchas más posibilidades
Bueno, no se crea. A veces sí, pero no siempre. Me viene a la cabeza la frase de Bergman que decía que el teatro es como una esposa y el cine como un amante porque es algo que no se tiene en sí mismo. Tiene bastante razón. En el primer caso hay un punto de artesanía, todo es más manejable. El cine no depende de ti, se escapa permanentemente.
– Y en este juego amoroso ¿qué lugar ocupa la televisión?
Aquí, se trabaja de forma muy rápida. Hay enormes profesionales pero obligados a lidiar con unos tiempos que dan risa cuando se comparan con las cadenas americanas y sus presupuestos. Esa rapidez hace que las cosas se devalúen. Cuando no tienes tiempo para pensar, para probar, y para reflexionar, todo va un poquito peor. En el juego amoroso sería como una ex mujer con la que de vez en cuando tenemos momentos buenos.
– ¿Están abandonadas tus facetas como actor y guionista?
No, no, porque la película es eso. Dirijo, pero es un guión mío. Al final todo se trata de lo mismo, de contar historias. Para conseguirlo, en el cine intento rodearme de gente que sea más lista que yo para no tener ningún problema a la hora de contar algo. Pero al final todo se trata de lo mismo. Por eso, después de muchos bandazos, de probar muchas cosas, he encontrado mi sitio en la dirección. Es lo que lo complementa todo. Empecé como actor y en ese papel reescribes mentalmente, haces de dramaturgo, de director, controlas la escenografía, las luces. Un actor es un compendio de todo. Y eso, entre unas cosas y otras, me ha llevado a pensar conjuntamente en todos los procesos. Es la manera de seguir contando historias desde un punto en el que tengo la sensación de que lo voy controlando todo un poco más.
– Usted ha hecho muchas propuestas innovadoras
Nunca parto de la premisa de la innovación. Es como si dices“voy a ser muy original”. Yo creo que querer innovar no puede ser nunca un punto de arranque, sino la consecuencia de pensar las cosas de una determinada manera. Y, fundamentalmente, en nuestra profesión, de hacerlo conjuntamente, con todo el equipo. A veces en mi trabajo se dice “esto no es muy original”. Bueno, puede, pero sí lo es la manera de contarlo, de hacerlo, de ponerlo en escena, de darle ese aliento personal que lo convierte en único. Pero esa originalidad como premisa de partida… Está todo inventado. Hace unas semanas hemos estado con Antígona en el Abadía, con textos escritos hace 2.500 años y ha sido impresionante. Los griegos lo habían inventado todo, pero además son los más modernos en la composición de sus textos. Son insuperables. Bueno, pues con esos ingredientes cada uno de nosotros podemos jugar, como buenamente sepamos, para ser originales. Pero como premisa, no. Trato de ser espectador de mis propias funciones para ser yo el primer arrebatado con lo que estamos contado.
– ¿Qué hay que cambiar en el mundo del teatro?
Muchas cosas. Este país nunca ha estado interesado en hacer instituciones culturales que apoyen las estructuras y la cultura sostenida, que estén libres de cualquier tipo de atadura política. Debería haber centros de creación libre. Se han ocupado de hacer cosas absurdas, esos convenios de repente… El otro día leía una entrevista con el director del Centro Dramático Nacional que por toda esta cuestión de los convenios y de los ministerios, en un teatro con cuatro salas, como es el CDN, el 70% del presupuesto se va a mantener la estructura y solo el 30% a la labor creativa. Esto es un error gigantesco. Hay que meterle mano a todo esto para que sea sostenible. Hay que cambiar la red de teatros para que las compañías puedan funcionar, para que dejen de estar en manos de gente que programa a salto de mata, sin ningún tipo de educación al público. Se nota mucho cuando vas a una plaza en la que hay un responsable que ama esto y mantiene durante años una programación determinada; se ve en que ese público está entrenado, en la venta de abonos… Hay que hacer la cultura sostenible, libre e independiente.
– ¿Desde cuándo sabe usted que el teatro es lo suyo?
Desde muy temprano. Pero como soy de una familia numerosa muy humilde, del madrileño barrio de Carabanchel, desarrollé la teoría de que esto no estaba a mi alcance. No había ningún antecedente artístico en mi casa. Y bueno, yo me decía, esto me gusta mucho, pero qué faena, nunca me voy a poder dedicar a ello… y eso que mis padres siempre han tenido un impulso formidable para nuestra educación. Dedicí que tenía que ser médico. Lo que pasa es que cuando tienes abiertos los canales para captar las cosas que te gustan, eres mucho más receptivo. A los trece años, apareció mi primer grupo de teatro (ya entonces ensayaba en el colegio), con un director que se llama Carlos Marco. Era algo adolescente, pero semiprofesional. Ahí fue cuando hice mi primera gira en serio, mi primer contacto con el teatro como disciplina, con la enseñanza de la interpretación, con la danza, la dicción, la articulación de los textos. Ahí es cuando empecé a pensar: “esto es posible”. Lo demás fue hilado. Abandoné todo. Me acuerdo de la conversación con mi madre, cuando le dije “mamá, no voy a hacer medicina”. Que yo fuera médico era algo fabuloso para ella. Me decía, “pero cariño, puedes ir a la Universidad por la mañana y dedicarte al arte dramático por la tarde”. Yo le respondía, “No mamá. Sé que quiero ser actor”. Por aquel entonces había estado en la compañía de Víctor Ullate bailando. Poco a poco, fueron entrando otras disciplinas en mi vida hasta que, bueno, estaba claro. Hice el COU, entré en la Resad y ahí fue donde entré realmente en contacto con la profesión..
– ¿Recuerdas tu primer papel?
Fue en un Ahora, nosotros, cabaret. Carlos Marco tenía la especialidad de juntar músicas absolutamente fabulosas. Hacía pequeños sketchs, cotidianos, que contaban un poco el mundo. Bailábamos, cantábamos, siempre con mucho humor, y siempre contando la realidad. Interpreté varios papeles. Era una cosa muy lúdica. Los personajes de la literatura dramática los dejábamos para las clases.
– Ahora con los clásicos, usted ha revolucionado el panorama teatral.
Ha sido una experiencia maravillosa gracias a la acción de los tres directores que decidimos poner en marcha esto, que fuimos Andrés Lima, Alfredo Sanzol y yo. Empezamos el año pasado por estas fechas con los primeros talleres de investigación, que eso siempre te da un margen para la prueba y el descarte que nunca se tiene en un montaje. Lo bueno, además, en esta experiencia es que ha habido un punto de reflexión, de compartir con otros directores, con entendidos en la materia, con filólogos, esos textos inmensos de los griegos. Todo esto se ha traducido en tres montajes, Edipo, Medea y Antígona. Es uno de los proyectos que más orgullo me hacen sentir. Sobre todo, porque hemos tenido una gran respuesta del público desde el primer día. También montamos una experiencia que se llamaba Entusiasmo. Convertimos una de las salas del Teatro de la Abadía en un bar en el que sucedían cosas. Había piezas cortas que habíamos preparado para ese momento, actuaciones musicales, encuentros con el público. Ha sido una fiesta teatral, que es como yo siempre intento visusalizar el teatro, como algo que congrega a la gente, que de alguna manera imprime la voluntad de dialogar, de encontrarse, de disfrutar, reírse, entretenerse, emocionarse. Y eso ha estado muy presente a lo largo de los meses de exhibición en la Abadía.
– ¿Es usted el más rebelde del panorama teatral?
Es necesario que nos expresemos con libertad y que contemos las cosas que no nos gustan. En este país no está bien visto que un personaje de la cultura dé una opinión política. Es como “dedícate a lo tuyo y cállate”. Yo soy un ciudadano y como tal, una persona política, con un criterio y con derecho a expresarlo libremente. Y además, dado que me dedico a la Cultura, a expresarlo un poco mejor. Esta legislatura ha sido terrorífica. La cultura no es patrimonio de la izquierda o la derecha. Me parece una polémica completamente absurda. Es patrimonio del hombre y la mujer, de todos.
Marta García Fernández
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