Ni maquillaje, ni efectos especiales. Los inusuales modelos de este reportaje se hallan sumergidos en la misma aventura con que cualquier ser humano se estrena en la Tierra. Aunque no la recordemos, supera con creces al videojuego más excitante del mercado, y su éxito es la primera razón de que lleguemos a adultos.
Adultos y completamente invadidos. La boca, los intestinos, la piel y otras zonas del cuerpo se hallan colonizadas por millones de microbios que contribuyen a funciones vitales tan básicas como la digestión y las defensas. Y se combinan en un perfil básico, tan único como el DNI, que comienza a cocinarse ya con la ruptura de la bolsa fetal.
Miles de seres microscópicos procedentes de la madre se lanzan a terminar con la esterilidad del feto, seguidos muy pronto por colegas del exterior.
Entre este ejército aliado podría intentar colarse algún efectivo perjudicial que dejara daños, por ejemplo, en el cerebro o en el sistema nervioso. “Sin embargo, la detección precoz de infecciones y su tratamiento antibiótico perinatal es uno de los grandes avances para el desarrollo neurológico normal de los niños”, afirma Francisco Carratalá, presidente de la Sociedad Española de Neurología Pediátrica.
Mientras, las fuerzas del recién llegado se concentran en la misión automatizada que le permitirá aprovechar el aire: desplegar unos pulmones hasta entonces superfluos. Cuando el líquido amniótico que contenían es expulsado con las estrecheces de la salida y el primer llanto (instintivo o impulsado por el médico), se hinchan por vez primera. Ese cambio configura también nuestro sistema circulatorio, porque desencadena el cierre de varios puntos de su red (véase el recuadro Nuevo código).
Si todo va bien, el suministro adecuado de oxígeno y sangre se pone en marcha inmediatamente, pero si alguno de los dos, o ambos, tardan más de la cuenta en reanudarse, el bebé puede quedar expuesto a sus secuelas a largo plazo. Carratalá nombra como más frecuentes “los trastornos del aprendizaje y la conducta, en los casos más leves, y enfermedades como parálisis cerebral y epilepsia en los más graves”. Que quizá también puedan paliarse con una reanimación cardiovascular urgente: “Los médicos pueden proceder a ella dentro de un tiempo límite establecido”, añade el neurólogo.
Al mismo tiempo, insiste en que el número de problemas de este tipo derivados del alumbramiento está muy por debajo de lo que se ha creído tradicionalmente. “Como muestra, un estudio de los años 70 analizó un grupo de niños con parálisis cerebral y solo pudo encontrar esa relación en un 15% de ellos. Sin embargo”, aclara, “los obstetras estaban denunciados en el 80% de los casos”. A?menudo, aunque los trastornos “venían ya de fábrica”, no se manifestaron hasta los tres o cuatro meses, cuando el cerebro se conecta por completo con el resto del organismo. Pero esas dificultades que pueden venir después “aparecen ya en ciertas pistas que dan algunos niños con problemas genéticos”, afirma Carratalá. Su posible tratamiento dependerá en parte de una ayuda especializada cercana.
La primera rutina de control, el llamado test Apgar, se produce ya en el minuto uno de existencia y se repite en el quinto: el ritmo cardíaco, el esfuerzo respiratorio, el tono muscular, los reflejos y el color e irritabilidad de la piel reciben 1 ó 2 puntos por categoría. La suma de todos constituye la primera nota de nuestra vida, y decide sobre el primer entorno que nos rodeará.
Entre 6 y 10, la flecha apunta a la compañía materna, pero una puntuación más baja se traduce en la necesidad de valoración neonatológica. “El diagnóstico inicial es complicado, ya que los recién nacidos presentan solo un puñado de síntomas para multiplicidad de trastornos”, aclara Carmen Pallás, jefa del Servicio de Neonatología del Hospital Doce de Octubre (Madrid). La vigilancia temprana será el primer esfuerzo por el bienestar futuro.
No obstante, si no surgen problemas apreciables, el desembarco en el mundo tampoco resulta un mar de ocio. Tres son las necesidades básicas que necesitan satisfacción: regular la temperatura (algo para lo que el organismo aún no está preparado), recibir alimento (se acabó la sopa boba vía cordón umbilical) y experimentar amor. Por suerte, la naturaleza ha previsto el dispositivo multiusos capaz de satisfacerlas todas: una madre.
“Si se les deja sobre el abdomen de esta, prácticamente el 100% de los recién nacidos van reptando instintivamente, y entre los 90 y los 120 minutos han encontrado el pecho y succionan de forma correcta”, comenta Pallás.
Por el camino se consigue el calor necesario para evitar una hipotermia que, si no se combate por otros medios, podría acarrear consecuencias neurológicas durante el desarrollo.
Como premio, el calostro, la primera leche, cuyos componentes nos aprovisionan de defensas y fomentan que los pulmones maduren más rápidamente en los prematuros. Un estudio de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (Reino Unido) ha concluido que un 22% de los cuatro millones de bebés que mueren en los países en desarrollo se salvaría si empezaran a amamantarles en la primera hora.
Pero además, ese contacto piel con piel y ojo con ojo empieza a sentar las bases para una relación decisiva en la vida de cualquier ser humano: el vínculo con la madre. Esos lazos que hasta ahora te unen a tus progenitores van más allá del amor: “El vínculo con los padres ayuda a construir la identidad y la seguridad en uno mismo, y permanece en el psiquismo aun muertos aquellos”, afirma Teresa Miró, profesora de Psicología en la Universidad de Barcelona, quien también destaca que se va forjando como fruto de una continuidad a lo largo de la infancia. Sin embargo, llegamos al mundo predispuestos a sentar sus bases de inmediato. “Entre los primeros 30 y 120 minutos, un recién nacido se encuentra en una fase de atención más intensa y de interés por estímulos con valor social, como la voz y el rostro humanos”, asegura Miró. Por eso, cada vez más los especialistas fomentan el contacto sensorial inmediato con la madre. Si su falta se prolongara durante semanas, podría configurarse como “un factor de riesgo para niños con predisposición genética al autismo”, aclara la psicóloga.
Ese primer período de alerta y búsqueda de la interacción con la madre se debe a que el parto somete a sus dos protagonistas a un baño hormonal que propicia los lazos de amor y dependencia. El obstetra Michael Odent (Reino Unido) ha relacionado la segregación de oxitocina en esos momentos con el aprendizaje de la capacidad de amar en el bebé. Pionero en la defensa del parto natural y en un entorno íntimo, sugiere que el uso de oxitocina sintética y anestésicos impide el chute natural de hormonas y podría contribuir a distorsionar la capacidad de amar al prójimo y a uno mismo en la sociedad moderna.
Una larga sombra que también puede originarse en el rechazo de la madre. Según la psicoanalista Carmen Gallano, de Madrid: “Las respuestas a los primeros gritos y lloros del bebé son las que dejan huella psíquica, a veces traumática, si no transmiten el deseo de la madre de acogerlo a través de sus palabras, gestos, miradas y voz”. En esa misma línea, el psicólogo de la Universidad de California Adrian Raine realizó un estudio con jóvenes daneses violentos y concluyó que el principal factor de riesgo en su actitud era la mezcla de un parto complicado y el inmediato rechazo de la madre tras dar a luz.
Afortunadamente, estas circunstancias se ven contrarrestadas por otro factor de primera hora: el talante. Todos llegamos aquí dotados de “una serie de capacidades propias para percibir, aprender, contactar con el entorno, resistir la frustración, calmarse, etc., y las manifiestamos en forma de llanto, miradas o gestos”, explica Teresa Miró. El llamado test de Brazelton, el pediatra americano que denominó a esas capacidades “competencias”, nos permite conocerlas. Esto resulta interesante para el futuro, ya que las características de cada uno determinarán las respuestas de quienes le rodean. Para llegar a adultos con la dotación inicial desarrollada, “el recién nacido necesita ese intercambio social, y sus capacidades solo evolucionarán positivamente en un entorno favorable”, añade Miró.
Al igual que otras “habilidades”. El neurólogo húngaro István Winkler asegura que empezamos a saber cuándo emitir una respuesta ante otro hablante porque, de recién nacidos “detectamos repeticiones en el lenguaje, como el ritmo de una canción, diferenciamos ruido y sonido armónico, y percibimos el inicio y el final de un discurso”. Incluso algunas de las herramientas para identificar a gentes de nuestro grupo social vienen con nosotros. El psicolingüista francés Franck Ramus descubrió que los recién nacidos succionaban con distinta intensidad un chupete según escucharan frases en holandés o francés, menos si se reproducían al revés.
No importa no entender. Lo que oímos de pequeños “se inscribe en la memoria inconsciente del niño, aunque no lo entienda y después, sobre los tres años, forja sus primeras escenas psíquicas” asegura Gallano. Incluso comienzan otras adaptaciones muy favorables con el tiempo. Winkler destaca que: “En bebés ciegos, gran parte del área cerebral destinada a procesar estímulos visuales se ve reclutada muy pronto para desarrollar tareas auditivas”. Una pericia innata para iniciar con fuerza esta larga y dura partida.
Redacción QUO
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