En tiempos de Felipe V (siglo XVIII), los salones más nobles impusieron un juego clandestino traído de la libertina corte de Versalles: “el impávido”. Impávido porque así era como debía quedarse el caballero después de que una elegante dama le hiciese una felación debajo del mantel ante la presencia de los monarcas y del resto de invitados a la fiesta privada. Pero, según recoge la escritora Mari Pau Domínguez en La corona maldita, lo normal era que el caballero elegido perdiera la compostura y se le expulsase de la estancia. “Ganaba aquel a quien no se le notara la lujuria desatada bajo la mesa”, explica.
Si jugásemos ahora –como dice el ginecólogo Eduardo Cubillo Rodríguez, en plena era de neurotransmisores–, sabríamos algo importante: el juego quedaría en tablas. Es decir, que permanecer impasible en esos segundos que siguen a la emoción del clímax es una petición casi imposible. El aluvión de hormonas después del sexo no puede sino provocar exaltación, pasmo y shock.
Y por lo que empezamos a saber de estas sustancias, la calma exigida solo llega pasados unos minutos. Antes, los músculos reclaman un tiempo para relajarse. También la presión arterial se irá sosegando, igual que lo hará el resto del cuerpo hasta que desaparezca por completo su estado de excitación y el flujo sanguíneo en los genitales recupere la normalidad. Solo entonces el hombre tendrá una necesidad fisiológica de reposo y, ya sí, se le podrá pedir que permanezca en su asiento como rama caída.
Esos primeros quince minutos que siguen al orgasmo no han gozado del trato exquisito que la ciencia ha otorgado a otras fases de la sexualidad humana, como la excitación o el propio orgasmo. “Sabemos que, habitualmente, después del orgasmo el periodo refractario es más largo en el hombre y con mayor pérdida de energía, pero no es suficiente. Durante y después del sexo hay una inundación de neurotransmisores que explican qué sucede y qué impacto puede tener en nuestra conducta”, indica Cubillo.
Hace unas semanas, hablando de investigación sexual, el médico cirujano de Costa Rica Robert Ferreto Vargas alertó a nuestra revista de un gran lapso en el conocimiento de la sexualidad humana: qué ocurre después del orgasmo y qué disfunciones sexuales pueden presentarse en esa fase. “Son aún todo un enigma”. Y mencionó como tales la euforia postcoital, la amnesia o la cefalea. Indagando un poco más en los motivos que llevan a sus pacientes a consulta, han salido otros cuantos: lumbalgias y desgarros musculares, golpes y fricciones en la piel… Pero estos son solo percances que se identifican y tratan fácilmente. Ferreto Vargas carga de nuevo contra las neuronas para hablar de los estados anímicos que se presentan un minuto o dos después de la intimidad. “Hay una revolución total en nuestro cerebro que se manifiesta en emociones, unas veces positivas, otras negativas”.
Esta explosión hormonal explica, por ejemplo, que casi la mitad de las mujeres experimenten, al menos una vez en la vida, ansiedad, ganas de llorar o sensación de tristeza después de un encuentro, según comprobaron investigadores de la Universidad de Tecnología de Queensland, en Australia. Durante la actividad sexual, la amígdala frena estos sentimientos, que se recuperan una vez que esta zona restablece su función normal. Los mismos cambios hormonales estarían también en el origen de las jaquecas que a veces, sobre todo en el caso del hombre, suceden al orgasmo.
Y no habría que buscar, por tanto, ninguna otra razón. Igual que a algunas mujeres les encanta hablar y la mayoría reclama caricias y palabras amorosas. Los psicólogos estadounidenses Susan Hughes y Daniel Kruger explican estas necesidades como un modo de reforzar el vínculo amoroso. Los hombres, sin embargo, acaban exhaustos. Aunque la prolactina es el principal responsable, los escritores Mark Leyner y Bill Goldberg señalan en su libro Por qué los hombres se duermen después del sexo que la causa podría estar también en su mayor masa muscular, que les provoca cansancio y adormecimiento.
El postcoito es crucial también para valorar si el encuentro fue o no satisfactorio y el grado de entendimiento en una pareja. Si el sexo ha sido de mala calidad, nos llevará directos a la nevera en busca del placer que no nos dio este encuentro. El cerebro esconde una buena excusa: el placer de un orgasmo activa la corteza orbitofrontal lateral (relacionada con el procesamiento de la emoción y la recompensa), la misma que cuando nos damos un atracón de comida. Aparte de este detalle, un estudio publicado en la revista Archives of Sexual Behavior por varios investigadores de la Universidad de Toronto Mississauga (Canadá) determinó que la clave del auténtico placer está en la duración de las caricias. “El momento después de la intimidad es crítico”, concluye una de sus autoras, Amy Muise.
Cubillo añade que la importancia es recíproca: “Esta satisfacción postcoital depende en gran medida del tipo de relación afectiva que tiene la pareja. Y si la relación sexual es satisfactoria, también mejora el vínculo”. Por eso, los autores se quejan de que el preámbulo, el coito y el empeño en lograr el orgasmo acaparen la máxima atención de hombres y mujeres, descuidando el aspecto afectivo que exige el momento postcoital como predictor del nivel de felicidad en la pareja.
Se han descuidado también fenómenos muy curiosos que ocurren después de la práctica sexual. Por ejemplo, los conocidos tinnitus. ¿Quién no ha sentido alguna vez un zumbido en sus oídos, una especie de repiqueteo de campanas u otro tipo de sonido? Es un hecho muy común, pero pocos saben que después de un orgasmo se puede aguzar. Suele deberse a la relajación de algunos músculos que están en tensión durante un tiempo prolongado.
Conviene también tener en cuenta que la agitación que sigue al orgasmo es mayor cuando el coito se practica con una persona distinta de la habitual. Según la Fundación Española del Corazón, la mayoría de los casos de fallo cardíaco justo después del sexo ocurren en esta situación.Además de nerviosismo, esas estructuras cerebrales que se estimulan durante el sexo son también capaces de generar experiencias espirituales y místicas. El neurocientífico Francisco J. Rubia, después de trabajar más de cuatro décadas como experto en fisiología del sistema nervioso, ha llegado a la conclusión de que el origen de la espiritualidad habría que buscarlo en los estadios alterados de la consciencia que se producen después del orgasmo. “La experiencia mística se produce en el lóbulo temporal, al estimular eléctricamente el hipotálamo o la amígdala”, asegura. Aparte del sexo, habría otras vías como la meditación, la danza o los alucinógenos. Seguramente faltarán más cosas por descubrir y explicar. Como dice Cubillo, “la investigación nunca es suficiente y actualmente podemos detectar en el laboratorio moléculas que antes habría sido imposible detectar. El día de mañana tendremos aún mejores métodos de detección y se abrirán nuevos horizontes”.
Síncope vasovagal. Es una forma de desvanecimiento causado por la dilatación de los vasos sanguíneos y una reducción en la frecuencia cardíaca. Suele sufrirlo la mujer con la práctica del sexo anal, al retirar el pene de un modo brusco.
Desmayos. Son la consecuencia inmediata de la hipersensibilidad femenina en las zonas genitales, con sus ocho millones de terminaciones nerviosas (el doble que en los genitales masculinos) y de los cambios respiratorios, que pueden provocar exceso de oxígeno en la sangre o falta de riego en el cerebro. Se da solo en algunas mujeres y después de un orgasmo muy intenso. El desvanecimiento hace perder la conciencia y antes se confundía con epilepsia. Ha generado muchas leyendas sobre algunas mujeres famosas.
Síndrome Postorgásmico. Este extraño trastorno, exclusivamente masculino, se manifiesta en forma de fatiga extrema, pérdida de memoria o fiebre. Su descubridor, el neurocientífico holandés Marcel Waldinger, ha detectado poco más de 200 casos, pero está convencido de que se trata de un problema bastante más frecuente. La causa podría estar en una alergia al propio semen o un desajuste neurobiológico, y suele presentarse unos
minutos después de la eyaculación.
Amnesia. Ocho de cada diez europeos pierden la memoria a corto plazo después del sexo. La presión sanguínea, que se dispara durante el coito, cae de modo repentino ocasionando un fallo en el suministro de oxígeno que no dura más que unos segundos.
Estornudos. Un defecto en las conexiones cerebrales de algunos individuos provoca estornudos intermitentes después del orgasmo, según los británicos Mahmood Bhutta, otorrinolaringólogo, y Harold Maxwell, psiquiatra.
Las imágenes cerebrales y las investigaciones más recientes están permitiendo reconstruir, casi paso a paso, los 15 minutos que siguen a un orgasmo. La gran cantidad de endorfinas y dopamina liberadas contribuyen a que tengamos una sensación de bienestar y mejoran el ánimo. En estos momentos, la mujer es diez veces más propensa a contraer una infección del tracto urinario. La liberación de la hormona DHEA deja la piel más tersa. Ocurre una pérdida de control muscular que se expresa en forma de calambres y temblores en piernas, manos y cara. Casi el 25 % de la población sufre dolor lumbar transitorio por malas posturas. En cuanto a la recuperación, en un estudio con 751 personas realizado en California, el récord fue 134 orgasmos femeninos en una hora. El varón más potente no pasó de 16 orgasmos.
Se sabe que los delfines y algunos primates sienten satisfacción después del sexo.La opción de disfrute postcoital está en la mantis religiosa, sin embargo, vedada al macho, que es devorado por la hembra mientras realiza la cópula. Empieza por los ojos y termina por los órganos sexuales. La que no necesita tiempo refractario es la hembra de chimpancé.Puede copular con una hilera de machos impacientes con el fin de quedarse preñada y sacar provecho de la dudosa paternidad. Por su parte, las tigresas usan al macho y luego se van propinándole fuertes zarpazos.
Una rata macho en una celda con cuatro hembras en celo copula con todas hasta quedar exhausto. Después, aunque las hembras le sigan buscando, él rechaza cualquier tentación. Pero si en ese momento entra una hembra nueva, se abalanza sin dudarlo sobre ella. Con una nueva candidata en celo, recupera el esperma y acorta el periodo refractario.
Redacción QUO
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