«Cuanto más conozco a las personas, más me gusta mi perro». Todos hemos escuchado alguna vez esta frase atribuida al filósofo griego Diógenes pero, también a Lord Byron, a Mark Twain, y a muchísimos otros personajes. Aunque, la autoría de la misma en este caso es lo de menos. A cualquier persona con un mínimo de sensibilidad le gustan los animales, y le horroriza el hecho de que se les pueda maltratar. Pero el amor por los animales es algo muy personal, que cada cual vive y siente a su manera. Y, por eso, todos conocemos alguna persona que parece hacer suya la frase mencionada, y siente más afecto por su perro que por muchos amigos y familiares (aunque, tal vez, si conociésemos a esos amigos y familiares lo entenderíamos mejor).
Bromas aparte, es un sentimiento que no tiene nada de reprochable, ya que cada uno crea sus propios e intransferibles lazos afectivos con los animales de compañía. Pero esa capacidad para empatizar a priori con los animales másque con algunos humanos, puede estar más generalizada de lo que en principio pudiera parecer. Al menos, así se deduce de los resultados de un experimento realizado por investigadores de la Department of Sociology and Anthropology, Northeastern University Boston, Massachusetts.
Los autores del estudio realizaron un experimento con unos 300 voluntarios a los que les dieron a leer una noticia, en la que se contaba como la víctima de una agresión había quedado inválida tras ser brutalmente golpeada con un bate de beisbol. Estaba claro que el atacante era humano, pero la noticia no indicaba nada sobre la víctima. Por eso, los investigadores registraron y analizaron las reacciones de los voluntarios cuando adaptaron esa noticia a cuatro supuestos: la víctima era un cachorro de perro, un niño de corta edad, una persona adulta, y un perro adulto.
Los voluntarios se sintieron unanimemente horrorizados en los cuatro supuestos pero, su empatía fue mayor en los dos primeros, en los que se suponía que la víctima era un niño o un cachorro. El tercer puesto en el ranking de sus simpatías lo ocupó el perro adulto, y en último lugar quedó la opción de la persona mayor edad. Aunque, como ya hemos dicho, los voluntarios también mostraban su repulsa y horror en este supuesto.
Hay que dejar bien claro que el experimento no permite sacar conclusiones tajantes de ningún tipo, pero apunta una tendencia que merece ser estudiada con más profundidad. Sobre todo, si se tiene en cuenta que ninguno de los participantes en el experimento tenía perro, por lo que no se puede decir que estuvieran condicionados a priori por los sentimientos que les provocasen sus propias mascotas. También hay que destacar que las voluntarias de sexo femenino mostraron un mayor grado de empatía en los cuatro supuestos que sus compañeros masculinos.
Vicente Fernández López
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